Fue el martes por la tarde-noche cuando recibí algunos mensajes de una persona de Sarracín de Aliste, un pueblo de 250 habitantes a mitad de camino entre las Lagunas de Villafáfila y Braganza; y enclavado en la ruta ferroviaria entre Valladolid y Puebla de Sanabria, en una zona deprimida desde hace algunas décadas, como es la de La Raya, donde el presente es más humilde que el recuerdo. “Han desalojado todas las casas. El fuego estaba cerca de la nuestra y de la nave de mi hermano y no se quería ir, pero estamos ya de camino a Valladolid”, afirmaba el wassap. En ese momento, en la localidad había bomberos, efectivos de la UME y personal de la Guardia Civil.

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La Sierra de la Culebra se extiende por una parte de esa comarca. Tres años después de los incendios que quemaron miles y miles de hectáreas en la zona en 2022, las llamas volvían a la zona. En estos pasados veranos, desde lo alto de la muralla de la preciosa localidad de Urueña, en los días despejados se observaba el color negruzco en el horizonte, vestigio de ese desastre. El enésimo que se ha registrado en la península por razones similares: los pirómanos no tienen escrúpulos, los montes se desatienden en zonas cada vez más despobladas y los veranos secos son inflamables.

Una compañera periodista –extraordinaria y con la que me unen antiguas batallas– me llamó el lunes a mediodía desde El Bierzo porque le había escandalizado una conexión en directo que acababa de completar Mañaneros 360 para informar del estado de la zona. La reportera había hablado con una vecina que lamentaba la ausencia de la Junta de Castilla y León. La mujer criticaba la inacción. A nadie se le puede culpar de tener esa sensación en mitad de la conmoción, pero no era cierta, dado que junto a los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias había diversos efectivos terrestres y aéreos sobre el terreno, como se podía apreciar en la web oficial del Gobierno autonómico.

Digamos que en aquel momento se gestaba la última campaña política protagonizada por el Gobierno de España, que tuvo a Javier Ruiz, como avanzadilla, lo cual no creo que le sorprendiera a nadie. No hubo que esperar mucho tiempo para que Óscar Puente la emprendiera contra Alfonso Fernández Mañueco por permanecer de vacaciones mientras su tierra se quemaba. Entretanto, la prensa afín señalaba que su consejero de Medio Ambiente estaba el domingo en Asturias. Fue Puente graciosete en sus referencias. "La cosa está calentita". Muy metafórico. Un tropo perfecto para la ocasión. Respetuoso. Intachable. Un zasca siempre viene bien.

Desde entonces, el debate ha estado centrado en las presencias y las ausencias de políticos, cuando lo crucial era el peligro que corrían personas y poblaciones; y, lo relevante, el trabajo de los equipos de extinción. La maniobra impulsada por el PSOE parece clara. Consiste en intentar aplicar la 'doctrina anti Mazón' (un presidente que debió dimitir por su total impericia) para unos incendios forestales que, en algunos casos, han sido intencionados. Eso es oportunista y mezquino.

Un intento de suicidio

Retrocedamos ahora al pasado viernes, cuando José María Ángel, el ex-comisionado del Gobierno para la DANA, se intentó suicidar; cuestión, por cierto, que es demasiado seria como para infravalorarla o incluso para airearla. El PSOE –porque fue el PSOE– optó por lo segundo y lo hizo para dejar caer la idea de que “en la política no todo vale”. Es decir, para intentar culpar al Partido Popular y a su prensa afín de la tentación autolítica de Ángel.

Tanto Diana Morant como Elma Saiz subrayaron la necesidad de recuperar el respeto y el buen ambiente dentro de este ámbito y costaba estar en desacuerdo con ellas. De hecho, en su día me opuse al “jarabe democrático” de los escraches, al igual que a imbecilidades como el “me gusta la fruta” o el “que te vote Txapote”, frases que llegaron a recitar representantes públicos con una sorprendente mezquindad.

No habían pasado 72 horas desde que Morant reclamara una suavización del tono cuando Puente decidió saltarse esa indicación a través de una serie de tuits de los suyos. Marca de la casa. Ácidos e incisivos, como siempre. Socarrones y canallitas. Desternillantes para quienes no hayan visto arder todo su patrimonio, a quienes seguramente no les hagan ninguna gracia y les importe tres narices la batalla política. Los mensajes generaron indignación y alguna declaración de Elma Sainz en la que se intuía que a ella no le parecía buena idea la confrontación.

"No me he cachondeado de nada"

El ministro no sólo no ha pedido perdón por ellos, sino que, ante las críticas, ha afirmado: “No me he cachondeado de nada (con estos mensajes). A mí generalmente me sale la ironía y el sarcasmo (para expresarme). ¿Hay quien quiere quedarse con eso? (…) Quédense con lo que para mí es importante. Es el patrón de conducta del PP en estos casos. Es el de su ausencia”.

Podía haber afirmado Puente, durante su rueda de prensa de este miércoles, que lamentaba el tono de sus mensajes si no se entendió bien. No lo ha hecho porque piensa que su actitud es la correcta. También su tono, que es el mismo que generó un conflicto diplomático con Argentina en 2024, después de que sugiriera en un acto público que Javier Milei empleaba determinadas “sustancias” en algunas de sus intervenciones. Lejos de dimitir, o de ser obligado a ello, que es lo que debería ocurrir en un país serio en estas circunstancias, Puente zanjó la cuestión unos días después con la siguiente frase: “Mi gran error fue no saber la difusión y la repercusión” de mis palabras. Sobra decir que no se disculpó.

¿Qué opinará el tipo que ha visto arder su finca o el monte cuando escuche a Morant, que, ante el intento de suicidio de un compañero de partido reclama un cambio de política, pero, mientras, él, de León o de Zamora, observa que su desgracia, en cambio, la utilizan como combustible para avivar hogueras partidistas?

Tiene razón Puente cuando afirma que esta actitud, soberbia y oportunista, también la exhibe la oposición en muchas ocasiones. ¿Por qué entonces no rectifica cuando se excede? Desde que llegó a Madrid, todo lo ensombrecen sus salidas de tono, amén del desastre ferroviario, que en absoluto es sólo culpa suya, dado que ahí se acumula la impericia de algunos gobiernos –hay que señalar a De la Serna, cuya gestión fue terrorífica–, pero que suele negar con frases que al ciudadano medio le pueden sonar a tomadura de pelo. Porque si tras la enésima bajada de tensión o el enésimo fallo en la catenaria tu respuesta es que "el ferrocarril vive el mejor momento de su historia", no sólo pecas de arrogante, sino también de poco empático. En condiciones normales, no costaría nada limitarse a afirmar: "No todo va mal, pero existen situaciones indeseadas y la infraestructura falla más de lo que debería. Trabajamos para mejorar".

Parece que ponerse en el lugar del españolito medio a alguno le genera repulsión. Lo mismo sucede en estos casos. ¿Qué opinará el tipo que ha visto arder su finca o el monte cuando escuche a Morant, que, ante el intento de suicidio de un compañero de partido reclama un cambio de política, pero, mientras, él, de León o de Zamora, observa que su desgracia, en cambio, la utilizan como combustible para avivar hogueras partidistas?

Cuando se pregunten por las razones del crecimiento en las encuestas de los extremistas, a lo mejor deberían dejar de señalar a los medios de comunicación, a las redes sociales, a Trump, al fascismo internacional, a los jueces y a la Garduña; y comenzar a reconocer que una gran parte de la desafección de los ciudadanos por la política viene dada por esa actitud.

No es Puente el único que caen en estas conductas, ni el Gobierno el único que lanza estas campañas, dentro de este contexto de deterioro político insostenible, cada vez más populista e inefectivo. Lo que sucede es que, quien la hace, y quien se equivoca, no puede exhibir satisfacción en ningún caso cuando le reprueban. Sea como sea, la sensación es que estas cosas eran efectivas hace un tiempo, pero ya no cuelan tanto, como los monólogos de Ruiz o los intentos de desviar el debate de los portavoces socialistas. Desprende todo esto incluso cierto tufillo de carrera sucesoria, pero, en cualquier caso, la conclusión es la misma: ¿qué demonios importa cuando se han quemado miles de hectáreas?

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