En la generalidad de los medios audiovisuales y en la prensa escrita, el tema del Sahara, a pesar de su trascendencia histórica (como asunto de Estado que es); y su marcada relevancia, tanto en la política exterior española como en la doméstica, nunca ha tenido el tratamiento y la cobertura que justamente le corresponde. Siempre ha estado envuelto en un manto de silencio absoluto. Es tan hermético el bloqueo informativo sobre el Sahara, que las dos últimas generaciones de españoles no tienen ni el más mínimo conocimiento de la que, otrora, fue la provincia 53 del Estado español. Aunque la invasión del Sahara y el inicio de la guerra que los saharauis libraban para recuperar su tierra, acaeció cuando España comenzaba, esperanzada, a enfilar el camino de la Transición, que suponía un cambio de paradigma del que se espera que traería espacios diáfanos de libertad y alejaría para siempre la penumbra de la censura franquista; nada cambió para el Sahara. Seguía siendo un tema tabú y, tanto los Gobiernos de la Transición, como los medios públicos y privados seguían dándole la espalda.

Los sucesivos Gobiernos, uno detrás de otro, fomentaban el denso silencio que se ceñía sobre la cuestión del Sahara. No convenía rememorar un pasado vergonzoso en el que se traicionó a un pueblo hermano y se claudicó ante una monarquía corrupta y anacrónica. Los medios públicos, al depender del Gobierno, no osaban romper el muro de silencio; y los privados tampoco lo hicieron –no por carecer de profesionales notables– sino porque, dada su naturaleza de entidades privadas, en ellos primaba el interés político-mercantil por encima de cualquier otro.

Pero si el poder político renegó del Sahara y el mediático lo secundó; el pueblo español que, si bien no puede influir directamente en la toma de decisiones, sí posee la fuerza y la autoridad moral de la que el Gobierno carece, abrazó la causa saharaui como si fuera la suya propia; condenando la ocupación del Sahara y el genocidio de su pueblo, y se solidarizó con los miles de familias que prefirieron resistir estoicamente en el inhóspito desierto de la hamada argelina, antes que someterse al yugo del invasor marroquí.

Los sucesivos Gobiernos, uno detrás de otro, fomentaban el denso silencio que se ceñía sobre la cuestión del Sahara

La sociedad española en su conjunto –en todos y cada uno de los rincones del territorio insular y peninsular– a través de asociaciones vecinales, regionales y nacionales; e instituciones municipales, provinciales y autonómicas, se volcó en la ayuda a los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, desarrollando proyectos de cooperación, fundamentalmente, en el campo de la sanidad, la educación, la atención materno-infantil y la lucha contra la desnutrición. Se construyeron hospitales y escuelas (con nombres de ciudades españolas) que, a pesar del envite del tiempo y de haberse construido con humildes bloques de adobe, todavía siguen en pie. El agua, elemento imprescindible y vital en un medio hostil como el desierto, constituyó una de las prioridades de la acción solidaria. Se habilitaron pozos tradicionales y de sondeo para atender las necesidades de agua potable de la población.

El apoyo incondicional que, con el tiempo, se internacionalizó de tal forma que uno podía encontrarse, fácilmente, en los campamentos, con cooperantes (algunos incluso con sus familias) venidos de todo el mundo, que convivían con los saharauis y compartían con ellos la dureza de su día a día; hizo posible, también, la incursión en el ámbito agrícola, algo inédito en el desierto. Se levantaron huertos –de varias hectáreas– en las wilayas (en los que se cultivaban hortalizas y verduras) que abastecían a hospitales y escuelas y cuya producción, en ocasiones, alcanzaba para un reparto modesto a las familias.

Ahora bien, de la impagable y abnegada labor de las Asociaciones de Amigos del Pueblo Saharaui en España, el programa Vacaciones en Paz, es una iniciativa que, sin duda, sobresale por ser una de las más entrañables y emotivas; en la que se palpa la nobleza, la humanidad y el altruismo, elevando la solidaridad como concepto a su más alto significado de fraternidad pura y sublime.

Se trata de un plan de acogida familiar temporal que arrancó a mediados de los años 80, en el que familias españolas acogen a niños y niñas de los campamentos de refugiados saharauis, durante los meses de julio y agosto.

Este programa, permitía a la población infantil de los campamentos esquivar, durante los meses más duros del verano de la Hamada (en el que las temperaturas alcanzan los 50 °C), las difíciles condiciones de vida de un hábitat en el que la supervivencia es un reto diario; a la vez que posibilitaba a los niños el acceso a reconocimientos y tratamientos médicos imposibles de conseguir en los campamentos, y mantener, durante la acogida, un equilibrio alimenticio que les permitiera recobrar los niveles adecuados de nutrientes.

Los niños, saharauis y españoles, procedentes ambos de entornos radicalmente distintos, al convivir en su tierna infancia bajo el mismo techo, con una armonía innata y compartir, vivencias, hábitos y actitudes; se quedan con los mejores valores de cada cultura, fusionándolos en una sola y dándonos a los adultos una lección de la que podemos aprender.

Al mismo tiempo, se creaba un nexo de parentesco auténtico entre las familias (de acogida y biológicas) que perduraba más allá de la edad adulta de aquellos niños que, por primera vez, vieron el mar, las ciudades y el mundo que había al otro lado del desierto, gracias a sus familias españolas.

El épico pueblo saharaui, que lo había sacrificado todo por su tierra y por su dignidad, tanto tiempo olvidado, empezaba a ser visible

Esta iniciativa, pensada para los más pequeños, sería, irónicamente, la que acabaría sorteando el férreo embargo informativo impuesto a la causa saharaui, dando a conocer a la opinión pública la realidad del Sahara, que los medios públicos y privados –por acción u omisión– se empeñaban en ocultar.

El épico pueblo saharaui, que lo había sacrificado todo por su tierra y por su dignidad, tanto tiempo olvidado, empezaba a ser visible. Los pequeños embajadores y la solidaridad desbordante de la sociedad española, echaban por tierra la estrategia del perverso aparato de propaganda marroquí que estaba haciendo lo indecible para enterrar la causa saharaui, suplantándola por falsos postulados que, por incongruentes e incoherentes, se anulaban a sí mismos. Son tan endebles y espurios los argumentos que Marruecos esgrime para su ocupación del Sahara, que hasta los niños saharauis que llegan a España en la época estival constituyen una amenaza para él. El régimen alauí que, durante años, había logrado amordazar al Gobierno y a los medios en lo referente al Sahara; estaba viendo que sus insidiosos planes hacían aguas por el flanco menos previsible. Había que hacer algo. Y hacerlo rápido antes de que la situación vaya a más.

Si la voz del Sahara, a través de sus hijos más pequeños, se escucha en España en los meses en los que arrecia el calor; el Majzen (circulo oligárquico alauí que regenta Marruecos) se encargará de solaparla introduciéndose, sigilosamente, en los colegios españoles y haciendo que sus tesis falaces estén presentes en las aulas –y por extensión en la sociedad– durante todo el año.

Así fue como surgió el llamado Programa de Lengua Árabe y Cultura Marroquí (PLACM). Un plan subrepticio que se puso en marcha en 1985 (¿casualmente? en el mismo período en que Vacaciones en Paz era ya notorio y popular) impartido por profesorado funcionario marroquí y coordinado por la Embajada de Marruecos en España.

La intencionalidad malsana del Majzen era evidente, y la connivencia de las autoridades españolas también. Solo con ver el título del programa, habría que ser ciego para no llegar a esta conclusión. Marruecos es un país árabe, su idioma oficial es el árabe. Es un país que forma parte del mundo y la cultura árabe. El título del programa (y por consiguiente su contenido) superpone, de forma deliberada, la “cultura marroquí” a la cultura árabe, cuando en realidad aquella está contenida en ésta. Se percibe claramente que este retorcido juego de nomenclaturas, en el que la cultura árabe se reduce a una muleta idiomática de una pretendida “cultura marroquí”; tiene como único objetivo mostrar como cultural, un programa sumamente tendencioso que persigue, manifiestamente, llevar a las aulas el discurso oficial marroquí que tergiversa la geografía, la historia y hace apología de la política del hecho consumado.
Un ejemplo que ilustra la falsedad del temario del PLACM, es el apartado titulado “La fiesta de la Marcha Verde”. Se celebra como fiesta la “Marcha Negra”  con la que Hasan II inició la invasión del Sahara y el genocidio de su pueblo.

Además, si tenemos en cuenta que este programa está coordinado por la Embajada marroquí en España y los profesores son funcionarios marroquíes ¿Qué duda cabe que estamos ante una intervención expresa del sistema educativo español? Ninguna. Una intervención directa por parte de una potencia ocupante que se vanagloria de exponer en la Embajada que coordina el programa, el mapa ilegal en el que se arroga como suyo el territorio (del Sahara) que le arrebató a España, mostrándolo como trofeo para desdén y vilipendio de ésta. No es un mapa cualquiera. Es un mapa que simboliza la ocupación militar, el genocidio, la masacre, la tortura y la represión. Y eso es, en esencia, lo que tratarán de inculcar los profesores marroquíes (como buenos funcionarios que se deben a su rey) al alumnado de los colegios españoles –camuflado– bajo el título de PLACM. 

Sin embargo, las maniobras del Majzen, por muy variadas y sofisticadas que sean, ya no engañan a nadie; y aunque la propaganda marroquí, auxiliada por el conocido e influyente lobby marroquí (J.L.R. Zapatero, M.A. Moratinos, J. Bono, J.F. López Aguilar, M.A. Trujillo …) prácticamente, compite con la publicidad comercial en cuanto a densidad y alcance; no ha logrado hacer mella ni en las familias que acogen a los niños saharauis, ni en la sociedad en general.

Vacaciones en Paz no solo fue creciendo cada verano hasta abarcar la totalidad del territorio nacional; sino que traspasó las fronteras del país donde había nacido y, paulatinamente, se fueron sumando al mismo, familias de Andorra, Portugal, Italia, Francia, Austria, Alemania y Reino Unido.

Se reconozca o no, en la trágica ecuación de los terribles atentados del 11-M, la mano negra del Majzen, es una incógnita que aún no se ha podido despejar del todo

La presencia –universal– de la causa saharaui en los hogares de España y Europa, obligó a los medios a retratarse en lo que respecta al Sahara. Era una decisión difícil en la que solo cabían dos opciones: Decantarse por la profesionalidad, la ética periodística y la honra; o, inclinarse por el sesgo, la manipulación y el lucro.

Los medios que se respetaban a sí mismos, trataron de mantener una equidistancia relativa (o al menos aparentarlo) para conservar un mínimo de decoro que les permitiera mirar a los ojos a sus lectores. Algunos –poquísimos– optaron por ser imparciales; y otros (como el diario La Razón) casi con júbilo y sin ningún pudor, cual hienas ávidas de carroña, corrieron en tropel a rendirle pleitesía a Mohamed VI y ofrecerle sus servicios para lo que sea menester. 

El diario La Vanguardia, perteneciente al Grupo Godó (propiedad del magnate catalán Javier Godó), con una línea editorial definida como centrista y una marcada tendencia al catalanismo liberal, algo lógico ya que se fundó (en 1881) con la finalidad de ser el órgano oficial del Partido Liberal (al que pertenecían sus fundadores –los hermanos Carlos y Bartolomé Godó–); llegó a ocupar –en 2022– el tercer puesto (después de El País y El Mundo) en el ranking de los diarios generalistas más leídos en España, según el Estudio General de Medios (EGM). Con estos antecedentes, en lo tocante al Sahara, siempre ha tratado de mantener una ecuanimidad relativa (o al menos simularlo), aunque en su enfoque suele apreciarse, a veces, una cercanía indisimulada a la Corona alauí.

Aun así, nunca se nos pasó por la cabeza que pudiera deshonrarse de la forma en que lo hizo, hasta el punto de unirse al club (encabezado por La Razón) de los que le bailan el agua a Mohamed VI.

Y es que, en un artículo publicado el 8 de junio, al aludir a “una decena de saharauis” que se incorporaron a las organizaciones terroristas que operan en la región del Sahel, se menciona, en la misma columna, el programa Vacaciones en Paz. Y la pregunta que uno se hace es ¿A qué viene esta alusión, totalmente improcedente y fuera de lugar, a una iniciativa solidaria digna de elogio, en un contexto (terrorismo) tan atroz y detestable? ¿Qué se persigue con ello y, sobre todo, a quién beneficia? El beneficiario de esta especie de tentativa de buscarle cinco pies al gato ya sabemos quién es. No puede ser otro que Mohamed VI. En cuanto a su finalidad, también es obvia: Sensacionalismo y, de paso –imitando a Zapatero–  congraciarse con el déspota alauí.
Es evidente que el rotativo que hace tres años ocupó el tercer puesto en el EGM, hoy está en horas bajas. Tanto es así, que se ha rebajado a prestarse al viejo-nuevo “juego sucio” de Mohamed VI en su afán de deslegitimar al Frente Polisario, imputándole las prácticas infames que (desde la pseudoindependencia de Marruecos en 1956) caracterizan al régimen alauí.

El pueblo saharaui, que lleva medio siglo luchando por la liberación de su tierra, es mundialmente célebre, precisamente, por la justicia y la dignidad de su causa; y su representante legítimo (el Frente Polisario) adherido en 2015 al Convenio de Ginebra de 1949, también.

Es una realidad tan palmaria, que hasta el mismo Centro Nacional de Inteligencia (CNI), en unas jornadas celebradas en Madrid (el lunes 30 de junio) sobre terrorismo islamista, en las que avisa del reclutamiento masivo de nacionales de Marruecos por organizaciones terroristas del Sahel, que han conseguido, incluso, enrolar en alguna de sus ramas a un puñado de saharauis; pide “no estigmatizar” (por esto último) al conjunto de la causa saharaui ni tampoco al Frente Polisario.

John Bolton, ex asesor de seguridad nacional de Estado Unidos, en una entrevista concedida a El Independiente afirmó: “Hay organizaciones no gubernamentales estadounidenses que trabajan en los campos de refugiados, se ocupan de la educación, y algunas de ellas son grupos religiosos, pero realizan labores laicas, sanitarias y educativas. Verían en un abrir y cerrar de ojos si hubiera alguna influencia iraní en los campos o de Hizbulá o de cualquier otro tipo. Simplemente no hay base para ello. Es pura propaganda”.

En relación con las ONGs americanas a las que hace referencia Bolton, a modo de un sincero reconocimiento de gratitud, debo decir que tuve el honor de conocer personalmente a algunos de sus miembros. Me refiero a Adam y Laura que, poco después de casarse, abandonaron su Wisconsin natal para asentarse en la wilaya de Smara. Aquel caluroso día de finales de mayo, los había invitado a almorzar mi hijo Brahim, que asistía a las clases de inglés que Adam impartía en la pequeña escuela que él y su esposa habían fundado en la wilaya. Son unas personas con una calidad humana excepcional que se habían integrado plenamente en la sociedad saharaui y, a pesar de las carencias propias de la situación de refugio y de la economía de guerra, sobrellevaban la vida en los campamentos con una naturalidad serena, como una familia saharaui más. Sus hijos se criaron junto con nuestros hijos en los agrestes y secos páramos de Smara y, al igual que sus padres, dominaban a la perfección la hasanía (dialecto autóctono del Sahara). Únicamente se ausentaban de los campamentos, las semanas previas al parto de Laura, y su sexto hijo nació en Smara. 

A la hora de hablar de terrorismo en la región del Magreb, la redacción de La Vanguardia debería hacerse un favor a sí misma, no dejarse encandilar por los cantos de sirena del Majzen, ser más objetiva y fijarse más en Marruecos que en el Frente Polisario.

Ejemplos, entre muchos, de que La Vanguardia –interesada y conscientemente– está buscando terroristas en la casa equivocada, tenemos:

Los saharauis –y los españoles también– no son tan amnésicos y todavía recuerdan aquella fatídica noche del 22 de enero de 1975, en que se sobresaltaron por la explosión simultánea de tres bombas en diferentes barrios del Aaiún. Un acto terrorista que sería el inicio de una serie de atentados (ejecutados todos ellos por agentes bajo las órdenes del coronel Ahmed Dlimi) que se sucederían en la capital a lo largo de 1975 y que segaron la vida de numerosos civiles (entre ellos niños de corta edad) y dejaron mutilados a otros tantos.

A  esos atentados, les siguió el bombardeo masivo con napalm y fosforo blanco de la población indefensa; y la ejecución sumaria de familias enteras y su posterior enterramiento en fosas comunes.

Se reconozca o no, en la trágica ecuación de los terribles atentados del 11-M, la mano negra del Majzen, es una incógnita que aún no se ha podido despejar del todo.
En la guerra a la que Argelia se vio abocada contra los terroristas (en los años 90), Marruecos apoyó y financió al terrorista Abbasi Madani y a su organización islamista.
En la actual guerra del Sahara, el ejército marroquí se mantiene agazapado en los muros defensivos y no se atreve a enfrentarse al Ejército Popular de Liberación Saharaui en combates terrestres abiertos. En vez de ello, el Majzén no duda en utilizar sofisticados drones israelíes para aterrorizar a civiles desamparados. A pesar de que estos artefactos tienen una alta precisión, los teledirige adredemente, con alevosía y ensañamiento, contra personas cuyo único delito es poseer algunas cabezas de ganado en medio del desierto o tratar de ganarse la  vida, a duras penas, en este medio baldío y árido. Hasta la fecha, más de 300 civiles –saharauis, argelinos y mauritanos–  han sido asesinados en estos ataques. 

Para Vacaciones en Paz, junio es el mes de los preparativos. Hay que tenerlo todo listo para que los niños y niñas saharauis de los campamentos puedan estar con sus familias españolas –y europeas– a principios de julio.

No lo ha logrado. Al final, su intento de calumnia, ha tenido un efecto boomerang y lo único que ha conseguido, es empañar la credibilidad de un diario que presume de tener una trayectoria centenaria.

Antes de su llegada, La Vanguardia, en vez de denunciar la injerencia en el sistema educativo español sustanciada en la capciosa maniobra del PLACM, que acontece ante sus propios ojos; se dedica a hacerse eco de la deleznable propaganda marroquí en un vano intento de deslucir una iniciativa admirable, y difamar una causa que, por justa y honorable, ha devenido en la causa de todos.

No lo ha logrado. Al final, su intento de calumnia, ha tenido un efecto boomerang y lo único que ha conseguido, es empañar la credibilidad de un diario que presume de tener una trayectoria centenaria.

Por último, para concluir, hemos de señalar que, como en otras veces (son tantas que ya hemos perdido la cuenta), cerrando el mes de julio, Sánchez ha sucumbido a los reclamos de Marruecos y le ha vendido –más bien regalado– nada más y nada menos, que una cátedra en la Universidad de Córdoba, que estará bajo el control y la supervisión directa de Karima Benyaich, embajadora del reino vecino en España. La misma señora que (en mayo de 2021) al día siguiente de la violación flagrante de la frontera (de Ceuta y Melilla) redobló la amenaza profiriendo  “hay actos que tienen consecuencias”, demostrando con ello que ni Sánchez, ni la España que representa, le merecen ningún respeto.

Es decir, Sánchez ha puesto en manos de Benyaich, nuevamente, una réplica exacta –pero de mayor rango– del PLACM. Un PLACM Plus o Premium que, con las mismas directrices y objetivos arriba descritos, no se queda en los colegios sino que salta incisivamente al campus universitario; ahondando aún más, si cabe, en la intrusión e intervención del sistema educativo español. 

En fin, esto se veía venir. Para Marruecos, Sánchez siempre ha sido un gobernante de plastilina que el Majzen moldea a su antojo y conveniencia y, ahora, asediado como está por la corrupción que afecta a altos cargos del PSOE (que responden personalmente ante él) se halla más frágil que nunca, brindándole al Majzen la ocasión perfecta para exprimirlo más de lo habitual.


Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui