“Todos los medios”, eso es lo que no dejan de repetirnos ahora Sánchez y sus ministros, que parecen anfitriones sevillanos presumiendo de habernos convidado al lujo de su obligación o de su escasez. Sí, que no falte de nada, que el Gobierno ha puesto “todos los medios”, y yo creo que están apagando los incendios sólo con ese latiguillo como si fuera un abanico, un abanico de la feria, para el lucimiento o el jamacuco. Sin embargo, parece que todos los medios son pocos medios, como cuando las gambas del señorito o del tieso de caseta, o del señorito tieso, alegóricas y rasas como un bajo relieve, son pocas gambas. Contra los señores y las señoras del Gobierno, que van al incendio como a los toros, con abanico, mantilla, botijo y relicario, un bombero gallego, tiznado y doblado como un polizón, entre llamas de impotencia como una dolorosa, digno como todos los que no tienen más que la verdad, nos decía en el informativo que “ni medios ni hostias”. Estas hostias del vecino, vivas y calientes, nos dicen que lo que llega tarde no sirve, y que lo que llega pero no es suficiente tampoco sirve, o sea que el Estado no nos sirve, salvo, eso sí, como corte de abanicos.

PUBLICIDAD

Está claro que no son suficientes todos esos medios repetidos por todos esos ministros, haciendo coreografía de oleaje con sus abanicos o haciendo una fuga musical y política con sus excusas. Así que ese todo, para lo que nos interesa, es nada. Ese todo, que es orondo, redondo y hondo en la boca de nuestros políticos, es una nada que no puede impedir que se quemen pueblos enteros como pueblos del Oeste o que se quemen provincias enteras como simples aserraderos. El Estado, ciertamente, no dispone de recursos infinitos (aunque alguna izquierda aún habla como creyéndoselo), así que en la limitación económica y en la limitación humana sólo podemos aspirar a una mejor distribución y priorización. Decía el manido Bismark que “la política es el arte de lo posible”, así que la decepción de la política es, sobre todo, que lo posible sea tan poco. Los bomberos y los lugareños, apagando el fuego con sus manos, sus gorras, sus cubos de pozo o sus piscinas del pato Donald, no se lamentan por lo imposible sino, al contrario, por lo posible, por lo triste y escaso que es lo posible.

Lo que nos ocurre es que tenemos las peores circunstancias y los peores políticos, esa es la catástrofe, ésa es la tormenta perfecta que incendia nuestras vacas y ahoga nuestras vidas, o al revés. Los partidos, mientras sigan con el sistema de listas cerradas, sólo serán cortes de cortesanos, lleven abanico, pandereta o garrota. La capacidad y el mérito no significan nada en un sistema que premia la lealtad ciega y la vista gorda, igual que tampoco significan nada en un debate social al que no le importa la gobernanza sino el hooliganismo. Además, la incompetencia no es un punto, ni una línea, sino una pirámide, como en la empresa. En realidad, si los políticos autonómicos son incompetentes, o simplemente incapaces de hacer frente a una catástrofe que excede sus festivales del pimiento y sus glorias godas, sanguíneas o aceituneras, un Gobierno que tampoco puede solucionar el problema es aún más incompetente o incapaz.

Todos los recursos de las autonomías no bastan, todos los recursos del Gobierno no bastan, y cuando ocurre esto el Estado entero ha fracasado

Cuando todo colapsa parece que nadie tiene la culpa, pero el que está arriba del todo, siquiera en La Mareta poniendo morros tiktokeros, no puede desentenderse alegando la incompetencia o competencia del tipo del pimiento o de la gloria goda o adanista, no puede dejar que se ahoguen o ardan las falleras por ser falleras ni los rebaños por ser del vecino, porque sigue siendo el presidente del Gobierno, no una especie de árbitro en competiciones aldeanas con saco o cucaña. Y si sus medios no son suficientes, su fracaso es mayor que el del que ni siquiera dispone de esos medios. Por supuesto, éste no es el primer ni último fracaso, porque la estructura de la política no busca la optimización de los recursos sino la supervivencia del clan. Todos los recursos de las autonomías no bastan, todos los recursos del Gobierno no bastan, y cuando ocurre esto el Estado entero ha fracasado. A pesar de esto, los ministros usan esa palabra, “todo”, como un tapón de alberca puesto en el cielo o quitado ante las llamas.

Los que están ante el fuego o en el fuego con las manos ardiendo como zarzas y las casas ardiendo como altares no lloran por lo imposible sino, ya digo, por lo posible tan escaso. Oír que ya están a su disposición todos los medios y verse allí, con sus manos secas y sus trapos mojados, los hunde o enfada más. Como emplazarlos para un pacto nacional contra la emergencia climática que suena a lotería nacional. “Ni medios ni hostias”, claro. Y lo posible es tan escaso porque lo importante es otra cosa. Lo que necesitamos, antes de ponernos a discutir para los telediarios o la historia, es una total auditoría de lo público. Porque “todos los medios” significa, en realidad, los forestales, los bomberos, los hidroaviones, la prevención y las cenizas que han quedado después de que un Gobierno sin presupuestos se gaste el dinero en chantajes, propaganda, empresones estratégicos o periodísticos, en colocar societes, esbirros y platilleros, en comprar instituciones como abanicos o gambas y en que todavía sobre para mordidas y putiferios de la pandilla.

No es sólo este Gobierno, claro, que toda la partitocracia funciona más o menos igual. Lo que ocurre es que la soltura y la magnitud de lo de Sánchez no tiene parangón, es como el incendio histórico que arrasa la democracia a la vez que el mapa, como esos mapas que el candil del poderoso o del tirano ha prendido. En esta catástrofe, como en la dana, como en el apagón, como en el bicho, han fallado muchos, o todos. Pero, eso sí, el que está arriba, en la cima de la pirámide del despilfarro y del Estado, no puede quedarse mirando cómo España se quema como un solo girasol y decirnos que eso es todo, que es todavía peor que decir que todo es nada.

PUBLICIDAD