Sánchez, vestido de forestal o de guardabosques del oso Yogui, se planta ante las montañas que arden como rascacielos de Dios e insiste en lo del Pacto de Estado contra la emergencia climática. Sánchez no puede tirar de realidad, de medios, de presupuestos (funcionamos sin presupuestos, sólo por inercia política, como la de una noria), así que tira de palabras. Los políticos autonómicos, que viven esta ironía de ser competentes e incompetentes a la vez (esto hace al Gobierno al menos igual de incompetente y competente); los barones, decía, mientras también ponen ante el fuego su lágrima de tizne y su excusa de pueblo (parece que siempre les coge el parto de un ternero durante los desastres), al menos siguen hablando de necesidades, de urgencias, de camiones, de dinero y de gente. Pero Sánchez sólo puede hablar de conjuros ideológicos, que además, con la calavera pulida y a la sombra satánica de las llamas, más que un presidente de merienda o más que un guardabosques patoso lo que le hacen parecer es una sacerdotisa del mal.
Sánchez nunca ha hecho política, menos aún ciencia; sólo ha hecho negocio, fotocol, literatura o escapismo. El pacto es otro invento, quizá lo único que se les ha ocurrido a los del sotanillo de la Moncloa, los que le apagan los fuegos a Sánchez a cubazos de palabros o patadones de fango. Las palabras son baratas, sobre todo las que llegan con un concepto ya de por sí barato, como pacto, diálogo, progreso, pueblo o incluso la misma democracia. Un “pacto por la convivencia” era la tapadera de ese contrato privado por el que los indepes conseguían impunidad y Sánchez conseguía la Moncloa. Y así tantas otras ocurrencias acompañadas de arpegios, floripondios, versalitas y hasta desmayos de nuestro presidente, tan despiadado como doncellesco. En realidad, como publicaba este periódico ayer, ya se han firmado pactos sobre la emergencia climática, que, por lo que sea, ni los cielos han acatado ni nuestros gobernantes han desarrollado.
El Pacto de Estado Contra la Emergencia Climática, PECEC, además de parecer que ya viene con un comisionado de la ONU, un salón de metacrilato o un submarino soviético, a uno le parece otra de esas obras de arte del sanchismo. Sí, una obra de arte dudosa pero aparente, de las que fabrica el sotanillo monclovita, que está entre sotanillo chino y forja andaluza de humo y penas, o sea que te da algo entre la falsificación absurda y deshilachada y un farol de cristo agónico. El PECEC tiene muchas volutas y muchos ganchos y agarres ostentosos y baratos, el primero la misma palabra “pacto”. En este caso, el pacto sólo es una manera de abdicar del gobernante, que delega o diluye sus obligaciones y responsabilidades en la eventualidad de un acuerdo que llegará o no llegará, pero que, conociendo al español, durará mucho y se dispersará mucho, como lo de Bunbury y Amaral. Quiero decir que, por el camino, a los del pacto les dará tiempo para el malentendido, el conflicto, el pique, el insulto, el aburrimiento, el olvido, la buena voluntad, la venganza, la reconciliación y hasta el fracaso.
Las palabras son baratas, sobre todo las que llegan con un concepto ya de por sí barato, como pacto, diálogo, progreso, pueblo o incluso la misma democracia
Esto del pacto tiene aspiraciones de cónclave, suena a esperar que los dioses se posen en sus nidos y que las nubes se posen en tu coronilla, entre un frufrú de santidad y trascendencia que sólo esconde a particulares negociando sus intereses. El pacto no sólo significa gobernar a través de una lotería azarosa (así gobiernan o nos desgobiernan los dioses), sino de una lotería lentísima, como el pensamiento de los dioses o como las guerras y las digestiones del español. Además, lo del pacto permite enseguida al patrocinador del invento acusar a los otros, si no aceptan sus soluciones, de no tener voluntad de acabar con el problema. Conociendo a Sánchez, el pacto dará antes culpables que resultados, y hay un gran filón en esa derecha que no quiere pactar nuestra seguridad y sólo quiere pantanos de Franco y dehesas de toros bravos. Lo de “Estado” también es un agarre para una generalidad o una globalidad que no tiene nuestra política, que es un continuo conflicto de clanes, tribus e intereses desde sus respectivas empalizadas. Pero, sobre todo, que no tiene Sánchez, que ha reducido el interés y la necesidad de Estado a su interés y su comodidad particulares y hogareñas.
“Contra” es la palabra que aporta garra a la obra de arte sanchista, como esas patas de león de las mesas rococós. Ahí está toda la voluntad que le pone el inventor del pacto a solucionar el asunto y que, por supuesto, se va a quedar ahí, en una palabra con fauces, en un dragón de estandarte, porque ni nuestros políticos ni nuestras eminencias científicas van a solucionar este problema universal. Lo de la “emergencia” es otra palabra esmeraldada y oportunísima porque aporta a la cosa la urgencia que no hay ni en el mecanismo ni en las intenciones del pacto. La urgencia del título es la única urgencia que va a ver el proceso, que, ya digo, seguirá el modelo de Bunbury y Amaral, que es como el modelo de Watson y Crick de las relaciones entre españoles. “Contra” y “emergencia” son las palabras más interesantes de este lema de frontispicio sanchista, porque nos revelan el cinismo de que no haya ni empeño ni urgencia detrás de estas urgentes ganas de pacto. En cuanto a “climática”, es simplemente el estribillo ideológico, como el “yeah, yeah” de los progres malasañeros.
El PECEC, entre protocolo nuclear, enfermedad autoinmune, partido de pelirrojos y cadena de colmados sanchistas, por supuesto que no va a ser la solución para nada, salvo para Sánchez, para la incompetencia, la impotencia o la incomparecencia de Sánchez, que usa no sólo todas sus fuerzas, sino todas las del Estado, únicamente en sostener su esqueleto, como un andamio en una estatua ecuestre. Ni siquiera hay servicios para lo cotidiano (ahí están nuestros trenes de alta velocidad como trenes de la bruja), vamos a tener medios para las catástrofes históricas. Es el modelo Sánchez, aún más cierto para España que el modelo Bunbury-Amaral.
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