No sé si este año hemos tenido vacaciones, esa isla que era antes agosto, con sus serpientes de verano y su aburrimiento de siesta con gazpacho, mosca y meta volante. Quiero decir que no hemos dejado de ver la política en el cielo, como si fuera publicidad de Nivea, ni a los políticos como chiringuiteros de lo suyo, ni a las dos Españas ardiendo cada una por un pico. Agosto llegó y se fue como una barquita en llamas a la que mirábamos pasar mientras seguíamos a lo nuestro, o más bien mientras los políticos seguían a lo suyo. Si ardían los montes, los pueblos y las ruinas, como una pinacoteca neoclásica, más ardían las tertulias y los gabinetes. Y si hay una emergencia climática (quizá la misma que ya proclamó Sánchez en el Congreso hace un año), no es tanta como la emergencia política, que es lo que realmente nos ha dejado sin vacaciones, sin descanso, sin respiro, sin fuerzas.
Toca decir que el españolito vuelve a la rutina, al trabajo, a la legaña, al fascículo coleccionable (el fascículo analiza y explota nuestras debilidades, carencias y consuelos mejor que los políticos), pero lo que no podemos decir es que el españolito vuelva a la política. El españolito, todavía con gastritis y repelente de mosquitos, no es que se tope con la política como con el atasco, ni con Sánchez en la tele como con el ganador del maillot de la montaña (Sánchez va teniendo ya silueta de escalador gregario, huesudo de sufrir en las alturas y en la necesidad). Al españolito no le han dejado en paz, lo han perseguido en la calita, en el camping, en la paella, en la palangana y hasta en el destino exótico al que se va esa gente que ya tiene exotismo de sobra en su propia pedantería de lo exótico. Y, aun así, Sánchez nos quiere recibir a portagayola con una entrevista como de folclórica, nos quiere recibir en septiembre como Julia de Verano azul nos recibía en agosto. Yo creo que lo va a entrevistar Pepa Bueno porque ella va de eso, de Julia de Sánchez, de hippie de su secta de acuarelistas.
Ni Sánchez ni la política se nos han ido de la oreja, como si fuera una caracola de mar, pero el presidente no puede perder un minuto. Así que el mismo 1 de septiembre, ya con olor de lápices nuevos como de bosque, y acidez de uva pisada en el aire, y querencia de frío en los huesos, Sánchez nos va a dar la bienvenida de la maestrita o del quiosquero. Estaría bien que nos dejara descansar un poco, unos días al menos sin que se nos queme no ya el monte o un tren sino el Estado, o sin que se le queme a él algo en la Moncloa, el colchón nupcial, el sotanillo o un mueble luisino con pelucas. Unos días para que se vaya el sarpullido y se asiente el estómago, para que nos acostumbremos al despertador como al gallo, para volver a pensar en el jefe, en la suegra, en el fútbol, en el cupón que nos espera con el café como si fuera un salvoconducto de guerra. Pero no, el mismo día 1, como un día jacobeo, como una conmemoración naval, ahí va a estar Sánchez, no vaya a ser que respiremos un poco.
Si hay una emergencia climática (quizá la misma que ya proclamó Sánchez en el Congreso hace un año), no es tanta como la emergencia política, que es lo que realmente nos ha dejado sin vacaciones, sin descanso, sin respiro, sin fuerzas
Es lógico que Sánchez tenga prisa, no puede dejar de hacer campaña o se caería, como ese ciclista escalador, con el mismo perfil que sus peñascos, si deja de pedalear. Alguien que está esperando tranquilamente a 2027, como dice él, no saca esta agenda de guerra total y de ocupación total, ni se va consumiendo como por la tenia de sí mismo. Sánchez tiene prisa como todos los desahuciados, no sabe si tendrá tiempo de hacer todo lo que ha apuntado en su lista de desahuciado, sueños, revanchas e intentos desesperados, así que no va a esperar a que el españolito vuelva a hacer las paces con la tostadora. Ahora mismo, Sánchez está pendiente de dos funciones que crecen con el tiempo. La primera es el desgaste, sobre todo cuando los muchos escándalos vayan floreciendo o arboresciendo. La segunda es la posibilidad de un segundo milagro, de otra legislatura como presidente, que él piensa que crecerá con el tiempo si es capaz de terminar de ocupar o controlar los poderes e instituciones del Estado, los medios de comunicación y el progresismo sociológico y económico que se mueve alrededor de todo esto. Y la variable clave es el tiempo. Cómo no tener prisa…
Sánchez convocará elecciones no cuando los socios lo abandonen, ni cuando nos quedemos sin presupuestos, ni cuando se le caigan las leyes en el Congreso como catenarias del AVE, que todo esto ya ha pasado. Cuando a Sánchez le calculen el momento adecuado, la máxima diferencia entre posibilidad de milagro y magnitud del desgaste, entonces saldrá Sánchez a convocar elecciones por el bien de España. Si agosto ya ha sido un zafarrancho, por supuesto que Sánchez no va a tener miramientos por sacarnos de debajo de las primeras colchas de septiembre, donde van haciendo nido, como pingüinos, los calcetines gordos, y ponernos a ver su entrevista folclórica, llena de abanicazos. Sánchez no tiene tiempo que perder y ya va a estar, desde el primer día, con la catequesis, esa catequesis que al españolito le va a salvar el alma y a él el cuello.
Este verano no sólo ha ardido España, sino la Moncloa, y eso es lo que lleva el incendio a todas partes. También a la oposición, que debería tener menos prisa que Sánchez pero quizá le está pudiendo la superstición, las ganas de rematarlo antes de que se termine de transformar en vampiro. El caso es que se fue agosto, que nos quemó las manos y las pestañas, y ya está aquí septiembre, lento y tibio como un borriquillo. Sin tiempo para deshacer las maletas, con ese aspecto de equipaje de estafador que va tomando el equipaje del veraneante, el españolito se reencuentra con la propaganda de guerra, que en agosto fue como la del bombón helado. Sánchez se nos va a aparecer en RTVE, por todos sus medios, canales y streamings, como el rey en Nochebuena, y la verdad es que a mí me parece una buena manera de comenzar: lo que está haciendo Sánchez con RTVE es lo que pretende hacer con todo el país, así lo vamos asimilando, como la vuelta al curro o a la melancolía.
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1 Comentarios
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hace 5 segundos
Me parto con lo de la secta de trolls acuarelistas…
Aparte de eso, a nadie le importa lo que diga un trollero….