Ahora será Salvador Illa, especie de avecilla silenciosa y negra del sanchismo, entre la cobardía y el mal agüero, el que haga el caminito que hacía Santos Cerdán para encontrarse con Puigdemont por allí por sus locos reinos de miseria y melancolía. Puigdemont sigue recibiendo como un rey loco, con coronas como pelucas o pelucas como coronas y una corte de pavos reales disecados y mayordomos transilvanos de la inexistente republiqueta. En realidad, el único que sustenta esa ilusión de republiqueta es Sánchez, mandándole a Puigdemont correspondencia en valija, tributos como de virrey chino y emisarios con levita (Illa, se ponga lo que se ponga, lleva siempre levita por dentro, como un pijama con cuello vuelto, igual que Mortadelo). Es falso que Sánchez, y menos Illa, que está en la Generalitat más de conserje que de presidente, haya logrado el apaciguamiento o reconducido la convivencia en Cataluña (los indepes son los primeros que lo dicen). Sánchez e Illa sólo se han dedicado a mantener y subvencionar el delirio y por eso Puigdemont aún despacha como Norma Desmond, con boas y marabúes.
Illa se reunirá con Puigdemont en Bruselas como en un vagón de armisticio o en un palacio de verano, que esas cosas hacen más patria que la propia patria. Lo único que le queda a Puigdemont de su imperio de balconcito y de su gesta de maletero es esa neutralidad ajardinada o ferroviaria que le regalan los que aún le legitiman la republiqueta siquiera como estampa ajardinada o ferroviaria. A veces la legitimidad no es más que eso, el protocolo de pendones o bandejas que alguien le monta a un heredero tieso, verdadero o falso, o a un dictador apestado, como el que Trump le montó a Putin. Eso vale incluso más que la pela que le vaya a traer Illa en su maletín negro de médico, barbero o enterrador del Oeste, que sin duda habrá pelas allí, por entre las tenazas para muelas y las sierras para madera o hueso. La necesidad de Puigdemont es más simbólica, como la de un rey que tiene que ser ungido, hasta con camisoncito ceremonial, un poco como Carlos III de Inglaterra, que casi parecía el pato Donald en camisón. Por eso Junqueras habla más de financiación y Puigdemont se dedica más a arrugar la nariz ante las visitas, como si fuera María Antonieta.
Sánchez e Illa sólo se han dedicado a mantener y subvencionar el delirio y por eso Puigdemont aún despacha como Norma Desmond, con boas y marabúes
Illa, con su cosa de carabina, de institutriz seca, de celestino vestido de sereno, se va a Bruselas a ver si saca a bailar a Puigdemont para su señorito, y Puigdemont se hace de rogar, claro, yo creo que como parte también de la ceremonia o del minué. Esta gente ya habla el lenguaje de los abanicos, de la seducción galante o del putiferio versallesco, está más en la coquetería que en la política o la economía. A pesar de los amagos o los pestañeos, Sánchez concederá todo lo que pueda conceder, no por unos presupuestos ni unas leyes que no le importan sino, como ya hemos dejado dicho aquí, por algo más de tiempo, que es lo único que les interesa a los desahuciados. Por su parte, Puigdemont quizá ha asumido que Sánchez ya está muerto, tanto que no merece la pena ni salir a bailar, o está calculando si, aun muerto, puede ser rentable. Eso sí, mientras la corrupción política, económica y moral del sanchismo no le salpique mucho. Resulta curioso esto en el reino del 3%, pero el catalán dispuesto a la rebelión y la malversación por su republiqueta enseguida se vuelve no ya escrupuloso, sino censor o inquisidor con los chanchullos ajenos. Sólo es, en realidad, otro alarde de falsa superioridad, como la del puritano.
Salvador Illa, con lenguaje de párroco o de dentista, con voz tranquilizadora e instrumentos amenazantes (infiernos o hierros), ya ha estado suavizando la aproximación, el encuentro con Puigdemont, en unas entrevistas también folclóricas, como la de Sánchez, por los tablaos mediáticos catalanes. Meter aquí lo del “diálogo”, como ha hecho él, es como meter el amor en el comercio carnal, algo que está entre el eufemismo y el cinismo. Una cosa es el diálogo político y otra un acuerdo privado entre particulares para el beneficio de esos particulares, que además se carga la igualdad, la justicia y hasta el imperio de la ley. Viene siendo lo de siempre, lo de toda esta legislatura en realidad, desde la misma investidura a cambio de impunidad penal a estas últimas pelas o reverencias a cambio de unos meses más en la Moncloa. Y no sólo me refiero a estar unos meses más en el edificio, allí en su famoso colchón como el famoso sillón de Emmanuelle, sino sobre todo a estar unos meses más usando todo el poder del Estado para sus intereses domésticos.
Ahora será Salvador Illa, mensajero o paje, porteador o traficante, el que vaya a ver a Puigdemont a sus embajadas desmontables, a sus tronos o pinacotecas melancólicos y portátiles, como una capilla de torero. No sé si Illa prepara el camino para que se vea con Sánchez, como un bautista disfrazado de ferroviario, y no sé si algo de esto servirá, pero ni Sánchez ni Puigdemont van a dejar de intentarlo, que apenas se tienen el uno al otro para seguir bailando. Viene siendo igual toda la legislatura, que es la legislatura de la supervivencia de Sánchez a costa de la destrucción del país. Viene siendo lo mismo toda la legislatura, sólo que, ahora, al borde de la muerte. Y es al borde de la muerte donde Illa se desenvuelve mejor, mucho mejor que Santos Cerdán, demasiado bien comido para estos mensajes lúgubres y últimos, que no están hechos para que los lleven comerciantes de jamones sino tersos pajarracos.
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