Quién no quiere que le quiten la deuda, se preguntaba o nos preguntaba María Jesús Montero con esa cosa suya de cigarrera sevillana que se pinta las uñas de los pies. La deuda en realidad no es una cosa que se quite, así como una araña de la cabeza llena de arañas de la ministra, como una boquera de la sintaxis de boqueras de la ministra, o como una mancha de mora (con otra verde) del cartuchito de moras que, en vez de cartera gubernamental, parece llevar la ministra zarzamora. La deuda no se quita, como no se nos quitan a los contribuyentes las penitas penas que palmea la ministra, folclórica en Hacienda como Lola Flores en la casa de aquel fiscal que hacía Fernán Gómez. La deuda ni nos la quita ella, como nos quita el polvo de los bolsillos; ni se quita sin más, como el hipo; ni nos la quita Sánchez, como nos quita el sentío. La deuda sólo pasa a otro, a un vecino, menda, ciudadano, primo o panoli. Pasa incluso a otra generación, mientras la ministra sigue decorándose las uñas de los pies como azulejos andaluces. Eso sí, la única deuda que no se salda nunca es la de Sánchez con sus socios.
Nadie puede querer que no le quiten la deuda, que es como querer que te quiten lo bailao (los políticos, con la deuda, sobre todo bailan mucho, tienen mucha fiesta y mucho farolillo partidista). Así piensa la ministra de Hacienda, que supongo que cuando ve pasar los dineros de un cofrecito del Estado a otro lo considera magia o regalo, y cuando ve crecer la deuda pública ella se alegra y se emociona como ante el milagro de la primavera. La deuda no se quita, se traspasa. La asume el Estado en vez de la autonomía, pero la tiene que pagar el mismo ciudadano en otra ventanilla o en otra casilla de la laberíntica declaración, o sea un tocomocho. Claro que la cosa parece mucho más ventajosa, o ventajista, en un caso muy concreto: el de la autonomía que le pueda endilgar su deuda al Estado pero recaude para sí misma todos o la mayoría de los impuestos. Así, los vecinos, mendas, ciudadanos, primos o panolis que asuman su deuda estarán en su mayoría lejos. Es lo que pretenden los indepes y lo que va concediendo Sánchez entre agonías y picores (lo de Sánchez está entre la tisis y la sarna).
Quién no quiere que le quiten la deuda, sobre todo si van a pagarla otros mientras tú vas a tener más para continuar con el botijo folclórico, con el porrón de la nación y con el negocio baratero de lo público-sentimental. El asunto tiene muchos trucos, igual que muchos bolsillos. Las administraciones pueden jugar con muchos bolsillos, como los magos, y presumir de un bolsillo autonómico, de sus presupuestos e inversiones, a costa de otro bolsillo roto del Estado, que con suerte le tocará a otro partido. Pero el ciudadano tiene un solo bolsillo, normalmente con hilos y migas, y de ahí paga todo. Que un bolsillo más abundante implique mejores servicios también es un truco o una ingenuidad: ya estamos viendo que la política tiene la capacidad de consumir para sí misma todos los recursos que se le den, mientras el ciudadano se sigue quedando tirado en las estaciones, muerto en la camilla o atontado en la ESO.
La cosa parece mucho más ventajosa, o ventajista, en un caso muy concreto: el de la autonomía que le pueda endilgar su deuda al Estado pero recaude para sí misma todos o la mayoría de los impuestos
Quién no quiere que le quiten la deuda, que menos mal que a alguien se le ocurrió esta perogrullada milagrosa, como la de hacer dinero con la máquina de hacer albóndigas. No sé si se le ocurrió a Sánchez, a su imaginativo sotanillo, o puede que se les ocurriera a los indepes. Quizá los indepes, colombina y pioneramente, como lo hacen todo en economía y hasta en democracia, descubrieron esta maravilla que beneficia a todos, que no perjudica a nadie, que nos permite tener más tranquilidad, más servicios y más saraos, y han querido compartirlo, por su natural generosidad, con su apreciado Estado español. Quién no quiere que le quiten la deuda, pero a mí se me ocurre que los padres no querrían que les quitaran la deuda para pasársela a los hijos, que es lo que va a pasar, y el buen ciudadano no querría que se la quitaran para pasársela a los vecinos, aunque ya de ésos quedan pocos. Desde luego, los que siempre dirían que sí serían los sinvergüenzas.
Quién no quiere que le quiten la deuda, nos venía a preguntar María Jesús Montero con su cosa de florista de la feria con la flor caída y sospechosa, como una flor venenosa. Desde luego, no van a decir que no los que lo han pedido justo porque saben que van a ganar en su propia ruleta trucada. La verdad es que, como todo en España desde hace demasiado tiempo, la finalidad de esta medida no es económica ni política, es puramente doméstica. Va a haber una quita para seguir pagándole a Sánchez el alquiler de la Moncloa y el maquillaje de muerto. Va a haber una quita, una quita que no quita, o que será quita para unos y pon para otros; va a haber una quita, para todos o para algunos más que para otros, simplemente porque Sánchez lo necesita. Lo demás es folclore y rebujito.
Quién no quiere que le quiten la deuda, sobre todo los indepes que lo exigen. Y una vez que está la exigencia ahí, humeante como la propia Moncloa, sólo hay dos relatos: o se asume el privilegio de los indepes (tampoco iba a espantar el español, inespantable incluso ante las entrevistas de Sánchez), o bien, por disimular, se inventa esta especie de milagro de los panes y las deudas. Y, claro, sale a explicarlo (cómo se las maravillaría ella) María Jesús Montero, con su don para las explicaciones, para el disimulo y para que nos coma el tigre. Quién no quiere que le quiten la deuda, sobre todo los aprovechados y los fiesteros. Otra cosa sería quitarles la deuda y lo bailao, la deuda y también el chiringuito, la deuda y también la republiqueta. Sólo así se podría hablar de quedar en paz con el Estado y con la decencia. Pero los indepes no quieren quedar en paz con nadie. Menos con Sánchez, cuya deuda con ellos, como en todos los chantajes, es insaldable.
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hace 21 minutos
El FLA se creó como ventanilla para pagar a los indepes, cuando ningún banco les quiso prestar dinero a Cataluña por su previsible insolvencia.
Y cumplido lo predecible el presidente Sánchez que tiene la llave de la caja, ha perpetrado el más miserable y caro pago de su alquiler de la Moncloa.