Las pulseras para los maltratadores tampoco funcionan, y eso que no se trata del tren, ese lujo occidental y blanco de viajar en litera con mosquitera, sino de una cuestión de vida o muerte y de uno de los fetiches ideológicos del sanchismo. Después de los trenes que no llegan, o que la maleza se come o convierte en tumba, como el avión de Tarzán; después del apagón del Estado por los cajetines de la luz y las catástrofes ambientales, ahora tenemos las pulseras telemáticas que fallan, o no avisan, o que se las quitan los notas, o no las cargan, y no pasa nada porque aquí nunca pasa nada, incluso aunque la cosa termine en susto o en muerte. En esta era sanchista, incluso las mujeres están cerca de resultar algo así como los trenes, una simple excusa para mantener un ministerio literario o teológico y un ministro o ministra charlatanes y charloteros, mientras el Estado los olvida y los deja aparcados o arrumbados a su suerte. Nos deja a todos, en realidad, aparcados o arrumbados a nuestra suerte.

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            Las pulseras funcionan mal, o no funcionan, yo creo que porque los ideólogos del sanchismo, que son como espiritistas, no llegan a pensar siquiera en que tras el relato o el conjuro, que simplemente es algo que hay que leer como latín de misa o de brujería, tiene que haber un cacharro real, con su batería, su circuitería, su GPS, su equipo humano. O sea, que tiene que hacer algo y servir para algo, no sólo para decir mujer, feminismo e igualdad en el telediario, mostrando un guante lila, un mechón lila o un político lila. La mujer, el feminismo, la igualdad, sólo son palabras que se venden en el momento, al peso, y después ya no importan porque ya nadie atiende a la realidad. Para entonces, además, los ideólogos ya habrán sacado otra palabra que nos conmine, que nos conmueva, que nos alinee, que nos divida, que nos haga olvidar. Ahora, por ejemplo, estamos con la paz, con la guerra, y sobre todo, con el genocidio, que es una palabra vegetal, carnosa, espinosa, venenosa, que llena los atriles y los balcones como crespones y que Sánchez come igual que “oscuras flores de duelo” (Lorca).

            Fallan las pulseras y podemos seguir el rastro político con más fiabilidad que el rastro del maltratador, aunque eso tampoco nos lo dice todo

Parece que las pulseras que había antes funcionaban bastante mejor, y además la pila duraba meses y la tenían que cambiar en la comisaría, casi como si operaran de menisco allí, que ya eso impone. Pero durante el ministerio lírico y simbólico de Irene Montero se cambió la concesión (si alguien pilló cacho o Telefónica les resultaba demasiado proisraelí ya no lo sabemos). Las nuevas no sólo parecían más endebles (“nosotros comprobamos que se habían comprado en AliExpress”, ha llegado a declarar la expresidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, María Ángeles Carmona), sino que tenían que cargarse a diario por el propio maltratador, como el smartwatch, y a veces si no se cargaban, o se manipulaban, las alertas no llegaban o incluso eran ignoradas (lo contaban los propios trabajadores en las noticias de Antena 3). Todo esto, más los fallos en la geolocalización, provocaban que el alejamiento fuera quebrantado muchas veces, como han atestiguado numerosas víctimas. Esto fue notificado al ministerio, no sólo por Carmona sino por los propios juzgados a través del CGPJ. La respuesta de Igualdad es puramente sanchista: nada ha fallado, todo ha funcionado bien y son sólo bulos. Y esto es lo que la tecnología no puede arreglar.

            Hasta aquí la cuestión parece técnica, algo en lo que la tecnología puede fallar y que la tecnología puede arreglar, electrónica, señales, datos, pulseras cargándose benignamente como si sólo fueran cepillos de dientes… Todo parece tecnológico o fabril hasta que en realidad nos damos cuenta de que es imposible arreglar algo que no ha fallado. Los trenes se paran como veleros sin viento pero son cosas que pasan, las pulseras quizá fueron inservibles para muchas mujeres pero en realidad todo funcionó correctamente, España ardió y Margarita Robles nos puso una película de bomberos como si fuera un documental sobre gorilas, la dana nos sepultó bíblicamente pero todos siguieron el protocolo y lo único oscuro sigue siendo la sobremesa de Mazón… Qué vamos a arreglar si todo funciona como debe, claro. Todo esto es posible no porque la tecnología nos falle o los recursos escaseen, sino porque ya no atendemos a la realidad, ni siquiera a la lógica, que nos dice que una cosa y su contraria no pueden ser verdad a la vez. Sin ir más lejos, la ministra de Igualdad, Ana Redondo, sigue defendiendo el buen funcionamiento de las pulseras, pero anuncia una nueva licitación para su gestión, no se nos ocurre por qué.

            La realidad se nos cae en la cabeza pero no nos importa, ni la sentimos. Nos venden palabras y compramos palabras. Cuando fallan los trenes, o las pulseras, o todo el Estado, simplemente nos dicen que nada ha fallado y lo procesamos no como contradicción sino como alivio. Fíjense que la corrupción rodea a Sánchez pero resulta que lo que hace él es combatirla. Fíjense que Sánchez está demoliendo todo el Estado de derecho pero resulta que lo que hace él es defender la democracia. Fallan las pulseras porque falla todo, así que no es un error tecnológico o tecnocrático sino el error sistémico de una política y de un lenguaje que ya no se basan en la realidad sino en la propaganda. Nadie va a gastar en más bomberos, ni en más técnicos, ni en mejores pulseras, ni en mejores servicios, ni en mejor democracia, cuando la mentira o la distracción son más útiles y baratas que la gobernanza. De momento, parece que ahora tocan banderas como sudarios, crisantemos como espoletas y zapatitos de niño como pequeños ataúdes de charol. Ya tocará otro día mujer, igualdad, feminismo, ecologismo, franquismo o lo que les venga bien.

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