Lo mismo todavía gana Sánchez, y lo mismo al PP de Feijóo, mareado de resacas, brumas, viradas y bajuras gallegas (el mar de Galicia se menea como un poco de agua en un cántaro), se lo come Abascal con su nueva hambre de señor de hamburguesería con gorra, como un Trump de Albacete. O lo mismo no, quién sabe. Ya no hay astrólogos de cucurucho, ni babilonios con estrellas de pecera en la túnica, pero hay encuestadores, encuestistas, encuestólogos entre la ciencia, la mancia y el encargo del emperador con larga barba de cometa. Ahora, como cuando se predecían caídas de imperios o de estrellas, una profecía ha hecho estremecer los palacios, la encuesta de la empresa de Iván Redondo, el chaval que yo creo que quería ser ministro igual que los empollones quieren borrar la pizarra del profe, y ahora quizá está más en la conciliación que en la venganza. Lo que pasa con las encuestas es que ya nadie se fía de ellas desde que Michavila, que parecía el Newton de la cosa, falló por mucho. Si una ciencia puede fallar tanto no es ciencia, sino algo entre la lotería, la fe, la publicidad y la ingeniería social. O sea, algo quizá indistinguible de la política.

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Iván Redondo, que siempre ha ido un poco de pitoniso (hasta los artículos parecía escribirlos ahí como bajo las faldas de una mesa camilla mágica, falda con grueso y estampado de alfombra mágica), está haciendo por fin profecía de verdad, o sea la que no sólo es opinión sino la que ya contiene un poco de trigonometría, de cartabón, de ciencia o pseudociencia. Decía Carl Sagan que la astrología se convirtió en una disciplina extraña precisamente por mezclar observaciones precisas y considerables matemáticas con “pensamiento confuso y fraude piadoso”. Hay que recordar que la astronomía y la astrología, o sea la ciencia y la superstición, anduvieron juntas durante mucho tiempo. La ciencia comprendía la observación del cielo y el descubrimiento de las reglas y ciclos de sus cambios, y la superstición añadía una suposición muy humana: si cuando el cielo tenía cierto aspecto ocurrió tal cosa, cuando vuelva a tener ese aspecto ocurrirá una cosa similar. Desde el error de GAD3 yo creo que las encuestas son como nuestra astronomía / astrología política, por eso son posibles el fraude de Tezanos, el error de Michavila como si fuera un error de Tycho Brahe, y esta cosa sospechosa, sulfurosa, numerológica y conveniente de Redondo.

Lo de Redondo no tenemos manera de saber si es un nuevo CIS de Tezanos (Tezanos ya se ha quedado viejo en la magia y en la ingenuidad, como David el gnomo), o una nueva revolución copernicana de las encuestas

La ciencia diría que hace falta replicar el experimento, o sea realizar más encuestas a ver si se van confirmando los datos o la tendencia, pero yo creo que la ciencia es menos importante que la publicidad y que el efecto. Lo de Redondo, desde luego, queda muy bien publicitariamente, le haya puesto más o menos matemáticas o intención, o más o menos intención a las matemáticas. Quiero decir que ese dibujo de la intención de voto, ese dibujo del cielo, es justo el que les conviene a los escribas de la corte y al propio Sánchez. Primero, un posible gobierno con gran presencia de Vox moviliza a la izquierda, que está entre deprimida y de vacaciones con guitarra, acuarela y causa en el barco de Chanquete. Luego, desmoraliza o hace dudar al PP, que ya vive entre la morriña y la vacilación del propio Feijóo. Y, por supuesto, envalentona y reafirma a Vox, que ya ve a Abascal en la Moncloa repartiendo gorras y mamporros.

La encuesta de Redondo, que yo creo que sigue levantando la mano para que le dejen borrar la pizarra, es exactamente lo que necesita Sánchez para impulsar su segundo milagro. Lo que ocurre es que ya sabemos que es mucho más fácil que nuestro interés o nuestra humanidad hayan hecho encajar nuestros prejuicios en el cielo que no que todo el cielo se mueva mágica y musicalmente para que encajen en él nuestros prejuicios. Con esta encuesta, a Sánchez le sale algo así como una carta astral de cumpleaños o como una buenaventura bien pagada, el exacto dibujo de un cuento o de una constelación con él en carroza como una novia o una diosa, y esto le parece a uno mucha casualidad estadística, sociológica, estética, cósmica y propagandística. La astrología, además de no tener ningún fundamento, supone un engreimiento de orden astronómico, que a lo mejor es justo así el engreimiento de Sánchez y por eso le pega más el horóscopo que la sociología. Uno sigue viendo más probable el halago del astrólogo y el azufre del miedo, el fraude o el negocio, que el milagro de Sánchez, que sería, por cierto, más un apocalipsis zombi que una resurrección en cuerpo glorioso.

Contaba Carl Sagan que los astrólogos de la corte china que fallaban en sus predicciones eran ejecutados, sin duda porque una de las maneras más fáciles de provocar la caída de un monarca o de un imperio era precisamente vaticinar su caída. Es la profecía autocumplida, claro. A nuestros sociólogos, encuestólogos o sanchólogos, con matemática celeste o bachiller o sólo con lunas en el capirote y mangas de Merlín, no los va a ejecutar nadie si fallan, que aquí ni siquiera se exigen responsabilidades por los trenes, las pulseras telemáticas, el incumplimiento de las promesas electorales o la ruina general del Estado. De todas formas, lo que hay que hacer con las hipótesis es ponerlas a prueba y lo que hay que hacer con las supersticiones es ignorarlas. Se trata de tener un proyecto de país y de partido claros, más que de estar mirando cada día el horóscopo o las encuestas para ver si sale uno a comprar el pan o se queda en casa para no cruzarse con un gato negro o con Abascal con un cazo por casco. Lo que pasa es que nos pega mucho ver a Feijóo haciendo esto. Casi tanto como ver a Sánchez inventándose constelaciones para él, más estando rodeado de escándalos como de estrellas moribundas.

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