Hace 35 años que entró en vigor la adhesión de los diferentes territorios que conformaban la República Democrática de Alemania (RDA) a la República Federal de Alemania. De esta manera, después de cuarenta años volvía a existir una sola Alemania, muy diferente a la de 1949. Diferente territorio, distintas leyes, un contexto internacional completamente cambiado y el fin de una separación por un muro y frontera entre familias y amigos. La unificación alemana no fue, a pesar del nombre, una unificación, pues no se juntaron dos países para formar uno nuevo. Constitucionalmente, se trató de un proceso de adhesión. La Ley Fundamental de Bonn permitía que nuevos territorios se anexionaran a la República Federal de Alemania, y fue ese mecanismo el que se aplicó: los Länder de los territorios de la República Democrática de Alemania se adhirieron a este marco, quedó disuelta la RDA, y de esta manera el pueblo alemán volvía a estar unido. 

Para los 16 millones de personas que vivían bajo control socialista fue un cambio radical en sus vidas, y para los 63 millones del lado occidental también porque tuvo lugar un gran cambio económico y político. Todos juntos empezaban de nuevo en un marco de un Estado de derecho, con instituciones renovadas y todo una serie de cambios sociales y políticos. Así se generó una ola de optimismo.

Ese optimismo se ha esfumado. Incluso surge cierto revisionismo y muchos alemanes s preguntan si estaban mejor antes de 1990 que ahora, o incluso si el factor institucional actual solo les ha traído problemas. Son los que ven con buenos ojos a Alternativa por Alemania (AfD), que denuncia constantemente que las instituciones actuales ya han dado todo lo que podían dar, y es el momento de cambiar las cosas, a lo ultra.

Es una opción que pide referéndums obligatorios, cuando en Alemania los plebiscitos nunca han estado muy bien vistos. Demanda redefinir el sistema electoral alemán y los marcos competenciales a favor de los diferentes estados, cuando el equilibrio actual fue fruto de un consenso. Incluso quiere eliminar el Tribunal Constitucional, parte fundamental del Derecho y del Estado de derecho alemán. AfD, que es la segunda fuerza política en el Bundestag, plantea una enmienda a la totalidad de los consensos de 1990.

Además, los problemas económicos como consecuencia del estancamiento, el cierre de empresas y el descenso de la producción industrial, como también los marcos internacionales en los que se movía Alemania con Estados Unidos, ahora en guerra arancelaria con Donald Trump, ponen en un aprieto el modelo de la reunificación, institucional y económicamente.

Los grandes partidos políticos de la reunificación, la Unión Cristiano Demócrata (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), han fracasado en la medida en que no son las principales fuerzas políticas en muchos territorios. Y el constante continuismo para no romper los consensos ha provocado el efecto contrario, que la gente considere que falta debate político y por ello vote otras opciones para que haya cambios.

Poco queda ya de aquel sueño de fraternidad e ilusión colectiva con las instituciones y con el país que sacudió a Alemania en octubre de 1990"

Durante tres décadas, la formación de coaliciones era un símbolo de la estabilidad institucional y política de los diferentes gobiernos. Ahora es sinónimo de debilidad y bloqueo constante como consecuencia de los desacuerdos, que tienen como consecuencia además ir a elecciones y parar el debate político durante meses. El desgaste institucional, sumado a la estabilidad por la estabilidad, el no impulsar para no desestabilizar, da argumentos a los ultras, que viven de atizar el fuego del descontento.

El factor de la reindustrialización de la mano de la Defensa puede ser un balón de oxígeno para Alemania, sus instituciones y su Estado de derecho, después de años de políticas, digamos extrañas, durante los mandatos del socialdemócrata Gerhard Schröder y la conservadora Angela Merkel. La política de que Europa no tenga defensa para no tensar las relaciones con Rusia no ha servido de nada.

La puesta al día, que pide el comisario de Defensa de la Unión Europea Andrius Kubilius, puede suponer un resurgir del sueño alemán de prosperidad vinculada a las instituciones y la industria. Como también el impulso de nuevos acuerdos comerciales con diferentes países de Asia Central, como la iniciativa que han impulsado de la Iniciativa Verde de Asia Central en junio. La industria alemana puede ser fundamental para ayudar a las repúblicas de la región a desarrollar una política económica que les permita ganar soberanía respecto China y Rusia. 

Poco queda ya de aquel sueño de fraternidad e ilusión colectiva con las instituciones y con el país que sacudió a Alemania en octubre de 1990. Tal vez, en gran medida, por el empeño de prolongar artificialmente aquella sensación de armonía ideal, incluso cuando, años después, ya no quedaba ningún rastro tangible de ella.

El jurista Hermann Heller, uno de los principales teóricos del Estado, sostenía que es imposible desvincular el Estado de la sociedad, pues el Estado democrático constituye la forma jurídica de una sociedad que se reconoce a sí misma como plural y conflictiva. Esta afirmación revela dos dimensiones que, en el caso alemán, parecen haber sido olvidadas: la pluralidad de ideas y la existencia de conflictos sociales. Aunque los pactos tripartitos puedan sugerir una estabilidad aparente, la realidad social sigue mostrando una diversidad y una tensión que no pueden ser ignoradas.


Guillem Pursals es doctorando en Derecho (UAB), máster en Seguridad (UNED) y politólogo (UPF), especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado.