Sánchez y Trump se han quedado sin Nobel, pero Trump por lo menos ha parado una guerra de verdad, mientras que Sánchez sólo ha mandado atropellar ciclistas en la Vuelta, que a uno le parece cruel como mandar atropellar heladeros a pedales, tan frágiles y musicales ellos. Con el acuerdo de Gaza uno se ha dado cuenta de que la paz, en realidad, entristece a los pacifistas, como si les hubieran quitado la guitarra de las manos, las estrellas de los pendientes y los veleritos de las acuarelas. A Sánchez, además, la paz le ha quitado el discurso, el fetiche y el alimento, y ahora se va a El Cairo como una momia de la geopolítica, a hacer de mirón de obras entre las arenas de la civilización y los escombros de la diplomacia o del negocio. La paz, así sin más, con nombre ciertamente de velerito o de charo sanchista, no es tan importante como la paz justa y duradera, que es otra cosa y quizá está más lejos. Pero para Sánchez no se trataba de la paz sino, al contrario, del merchandising ideológico de la guerra, y es como si se le hubieran quedado miles de posavasos sin vender. Tan decepcionado ha quedado Sánchez con la paz que ni ha felicitado a María Corina Machado por el Nobel de eso mismo.
La paz le ha parado recíprocamente a Sánchez toda su vuelta ciclista propalestina, pro-Hamás o simplemente prosanchista, que no hay otra cosa en Sánchez que Sánchez (él es un narciso con camafeo de sí mismo bajo la almohada). Aun así, tenía que ir a El Cairo, tenía hasta prisa por ir, que se fue pronto del Palacio Real, donde el Día de la Hispanidad parecía, como siempre, un ajedrez humano (mejor que sacar soldados de plomo, ese día habría que sacar a la calle teatro del Siglo de Oro, meninas saltando del Prado en paracaídas de miriñaque, Lorca por Camarón o al revés, discursos de Suárez o de Les Luthiers, de Ortega o de Séneca, y a lo mejor la gente entendía el concepto mejor que con esa marinería de domingo de cine de barrio). Sánchez, decía, se quería ir a El Cairo o quería escapar de los corrillos de periodistas, de Ábalos, de las chistorras que lo acosan como en una pesadilla después de un cocido. Allí, agobiado por encontrar otro foco, otro titular, otra tapadera, hasta se dejó dar la mano amistosamente por un Trump que quizá lo confundió con un botones o quizá no quería broncas en un día de celebración. A Sánchez le sirve ya cualquier cosa, irse al gallinero de la geopolítica y hasta que Trump le dé una gorra. Por lo menos, Trump ha parado una guerra, mientras que Sánchez apenas ha parado taxis y su hemorragia.
Sánchez estoy seguro de que busca otra causa u otro fetiche ideológico, y se ha ido de España como si se fuera a reflexionar al desierto, a ver si se le ocurre algo entre la inspiración de la necesidad y la del Maligno. Y diría que lo busca con desesperación, que el último CIS de Tezanos parece bastante desesperado, aunque uno no descarta otro empacho o envenenamiento de chistorras. Algo necesita Sánchez, y ya no puede ser la guerra de Gaza, al menos de momento, pero tampoco puede ser la paz, a menos que metamos ya a la Academia Sueca en la fachosfera. Demasiado grande y movediza va siendo ya la fachosfera, que llega hasta el premio Nobel, tradicionalmente tildado más bien de izquierdoso, siquiera un izquierdismo aristocrático y apingüinado. El Nobel de la Paz ha ido para María Corina Machado, o sea para el movimiento de oposición o resistencia a la dictadura de Maduro, cosa que ha dejado mudos o amordazados a Sánchez y a su gobierno. En un momento, a Sánchez no sólo le han parado su vuelta ciclista sino que lo han enviado de un empujón al lado incorrecto de la historia.
Antes había que estar con Sánchez o con el genocidio, y suponemos que ahora hay que estar con Sánchez o con la paz, en lo que parece una devolución irónica y justiciera de sus propias triquiñuelas
O se está con el comité del Nobel o se está con Iglesias, Monedero y el propio Maduro, que tienen a María Corina por “golpista”. Es curioso pensar que María Corina ya sería una golpista como nuestros jueces golpistas o nuestros periodistas golpistas (hay que recordar que hay todo un manifiesto señalando el golpismo judicial y mediático contra Sánchez, firmado por los apingüinados de aquí, los apingüinados del sanchismo, ya más bien con el color de guacamayo de los chandaleros bolivarianos). Eso que hacía tanta gracia antes, lo de la España bolivariana, ahora nos lleva a elegir: o se está con Corina o se está con Maduro, o se está con la paz o se está con la dictadura, o se está con el Nobel o se está con el Cartel de los Soles. Pero me da que Sánchez no va a parar otra vuelta ciclista, ni siquiera una chistorrada municipal, para denunciar esto. Su silencio no es extraño ni revelador, sólo es aburrido: todo va resultando ser, simplemente, lo que parecía.
Sánchez se ha escapado a El Cairo a pesar de que ya no pinta nada en el mundo, si acaso en el Grupo de Puebla, entre totalitarismos de poncho y sombrerito, donde un día le darán un puesto o un guitarrón. Pero tenía que escapar, recomponerse, pensar. Sánchez hubiera preferido que el Nobel se lo llevara Trump y que lo colgara en un palo de golf o en una cabeza de bisonte. Sánchez no sólo se ha quedado sin Nobel, sino que esos académicos de leche helada de Estocolmo le han robado incluso las torpes dicotomías morales con las que se alimentaba bajo la máscara. La verdad es que Sánchez no tiene lado correcto ni incorrecto, sólo tiene su lado de la historia como su lado del colchón. A pesar de eso, a él y a los demás ya los vamos distribuyendo, que tampoco nos lo ponen tan difícil. O sea que no es precisamente un sudoku colocar en este contexto a Zapatero, Delcy, Ábalos, Koldo, Cerdán, Aldama, sus viajes y sus mensajes, sus negocios y sus noches, sus hidrocarburos achistorrados y sus chistorras carburadas, y hasta al “Uno” en la ONU, en el velerito, en el búnker, en las cloacas o en la uvi.
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