Al presidente del Gobierno le han preguntado los periodistas nada más terminar sus cinco horas de comparecencia ante la Comisión del Senado cómo se sentía. Él ha sonreído y ha contestado con un escueto: "Satisfecho".

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Cierto es que el interrogatorio que despertó las máximas expectativas, el que llevó a cabo el senador del PP Alejo Miranda, resultó un fiasco. Fue una ristra de preguntas sin estrategia, atropellado, con el único objetivo de pretender demostrar que el interrogado no decía la verdad. Pero es justo en esos lances en los que Pedro Sánchez se crece. Como era de esperar, estuvo soberbio y faltón. Llamó a la Comisión "circo" y la calificó de "Comisión de difamación".

Pero el presidente no puede sentirse satisfecho. El lunes se sentará en el banquillo el Fiscal General del Estado, y, muy probablemente, su esposa y su hermano seguirán muy pronto ese camino.

Por desgracia para Pedro Sánchez, las investigaciones que le quitan el sueño no son las de Alejo Miranda, sino las del teniente coronel Balas, las del Fiscal Anticorrupción Luzón y las del juez del Supremo Puente. Por eso, señor presidente, su satisfacción es sólo postureo.

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