Aunque millones de españoles pensaran lo contrario, el 20 de noviembre de 1975 se demostró que Franco era mortal. Por ello, dos días después, las Cortes proclamaron rey al príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón. Se iniciaba así un camino que, a trancas y barrancas, se ha dado en denominar la Transición. Término sobre el cual no hay pleno acuerdo cuándo empezó o finalizó. Unos piensan que nació el 22 de noviembre de 1975. Otros cuando las Cortes aprobaron la Ley para la Reforma Política (1976), que abría la puerta a la legalización de partidos políticos y la convocatoria de elecciones democráticas. No son pocos los que entienden que se inició o concluyó con la aprobación de la Constitución de 1978, que significaba la superación del pasado. En fin, hay tantas opiniones como individuos. Muy español.
La desaparición del Caudillo planteaba dos opciones medulares tan arriesgadas como recíprocamente contrapuestas. Una era alargar indefinidamente la dictadura pero ya sin el dictador. La otra, pasar de la dictadura a la democracia abordando un incierto proceso de profundos cambios. Porfía que decidió el nuevo rey decantándose por la segunda y apoyándose sobre una firme base legitimadora. En él se concentraban cuatro legitimidades o rasgos más pertinentes para liderar el nuevo capítulo histórico. Uno era la legitimidad institucional del momento, al haber sido designado por el propio Franco como su sucesor a título de rey. Otra era su calidad plenipotenciaria, también heredada de Franco. La tercera consistía en hallarse en la línea de sucesión dinástica al trono (bien que saltando a su padre, algo que Don Juan, el 14 de mayo de 1977, resolvió abdicando de sus derechos dinásticos a favor de su hijo). La cuarta legitimidad derivaba de su formación militar y de ostentar además el más alto empleo de la milicia. Rasgo que resultaría decisivo para abortar el intento de golpe de Estado, el 23 de febrero de 1981, que, sin la intervención real, probablemente habría triunfado. Con ello, además, las Fuerzas Armadas quedaron vacunadas contra el virus golpista. Bien que –al decir de los sanitarios)–, la inmunidad de las vacunas suele tener fecha de caducidad.
La "musa del escarmiento" de la que hablaba Azaña se ha escabullido. Ahora, el espíritu de reconciliación y el pacto constitucional, que fueron esenciales tras la muerte de Franco, se muestran catatónicos
Tras la decisión de Juan Carlos I de cambiar el rumbo del barco del Estado, él se autoinstituyó en el factor esencial para impulsar y dirigir esa nave en demanda de un futuro mejor. Es de justicia reconocer que, para acometer tan gigantesca obra, tuvo la suerte o la habilidad de contar con avezados arquitectos. Entre otros: Torcuato Fernández Miranda en lo jurídico; Adolfo Suárez en lo político; y el teniente general Gutiérrez Mellado en lo militar. Ellos, haciendo buena la sentencia churchilliana de que "aquellos que no cambian de parecer nunca cambian nada", desplegaron inmensas dosis de patriotismo y de menosprecio por los riesgos personales, sumergiéndose valientemente en la colosal arquitectura de la Transición. Y así, prudente y fértilmente, los cambios buscados se produjeron.
La "musa del escarmiento" de la que hablaba Azaña se ha escabullido. Ahora, el espíritu de reconciliación y el pacto constitucional, que fueron esenciales tras la muerte de Franco, se muestran catatónicos. España pasa por un emponzoñado periodo en el que un sujeto de atributos autocráticos, abrasado por la corrupción en su Gabinete y su entorno inmediato, con un delincuente a la cabeza del Ministerio Fiscal, sin mayoría parlamentaria y sin presupuestos, se aferra a la poltrona monclovita, mientras disemina a los cuatro vientos la droga de la polarización. Y ésta, como narcótico, exige el paulatino incremento de la dosis para mantener sus efectos. Un tipo, en fin, que está moviendo a España en la misma dirección que en los años 30 del siglo pasado, pero en sentido inverso.
¿Acaso hemos de mantenernos impávidos ante el retorno de España a ese "país ingrato, voluble, predestinado a ser eterno juguete de la tiranía o de la demagogia" que apuntaba Galdós? Quizás ingenuamente, uno piensa que si Juan Carlos I siguiera en el trono desarrollando las funciones constitucionales de arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones y ejerciendo el mando supremo de las Fuerzas Armadas, tal vez no nos doleríamos con una democracia tan gravemente degradada. Quizás Don Juan Carlos abdicó demasiado pronto. Tal vez la Transición todavía no ha terminado…
Pedro Pitarch es teniente general retirado del Ejército de Tierra
Te puede interesar
Lo más visto
Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registrado