Este sábado 22 de noviembre se cumplen cincuenta años de la proclamación de Juan Carlos I como rey de España. El Rey padre, como prefiere que le llamen ahora en lugar de emérito, solo lo celebra almorzando hoy con su familia en el Palacio Real de El Pardo, donde ahora suelen alojarse los jefes de Estado de visita oficial en España. 

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La conmemoración formal tuvo lugar ayer por razón de agendas oficiales. En el Palacio Real de la Plaza de Oriente, Felipe VI impuso por la mañana el Toisón de Oro, la mayor condecoración española, a su madre, Doña Sofía, y a tres representantes de la Transición pacífica de la dictadura a la democracia: Felipe González, Miquel Roca y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Ya le fue impuesto en su día a Adolfo Suárez. Después, los reyes asistieron con sus hijas a un acto académico en el Congreso de los Diputados al que solo decidieron acudir el PP y el PSOE, los dos partidos mayoritarios. ¿Alguien puede sorprenderse?

Rodolfo Martin Villa, ministro cuando el Régimen se estaba agotando, un entonces joven azul reformista o aperturista, y, luego, también ministro de la UCD con la Monarquía, ha dicho recientemente que "Hubiera sido deseable que los políticos de ahora se sintieran hijos de la Transición y no nietos de la Guerra Civil". Refleja así la polarización que, desgraciadamente, sufrimos ahora por culpa de mandatarios con escasa memoria histórica.  

En su discurso en las Cortes el 22 de noviembre de 1975, Juan Carlos I habló de "crear un consenso de concordia nacional". Desde entonces la palabra consenso ha sido clave para llegar en concordia desde la dictadura hasta la democracia, a un "Régimen del 78" que algún agitador quiere denigrar aflojando las tuercas con esta definición, pero que es el fruto de una Constitución aprobada por los españoles en 1978 y que preside el periodo más longevo de una convivencia nuestra en paz.

La soledad siempre ha acompañado al rey Juan Carlos, como a cualquiera que no tiene a quien acudir para descansar sus responsabilidades. Una soledad que quizá explique unos errores personales de los que se muestra arrepentido

Necesitará reformas, como también la Ley Electoral, pero no darle la vuelta como a un calcetín o tirarla a la basura, como llegan a pedir revolucionarios que solo acaban sustituyendo injusticias. La fortaleza de la Transición fue precisamente elegir reformar en lugar de una ruptura. Con el consenso, que demanda sacrificios a todos, se pudo construir una convivencia con unas reglas de todos para todos y no solo de unos para los demás.  

Juan Carlos I fue fundamental para ello, pues siempre actuó para que volviera la democracia a España, empleando sus prerrogativas para acabar convirtiéndose en el primer servidor de los españoles como rey constitucional de una monarquía parlamentaria tan democrática como cualquier otro régimen democrático occidental. Ni una cortapisa autoritaria desde la Corona, que en su servicio a España confiere estabilidad y garantiza también el cumplimiento de la Constitución.  

Lo demostró Juan Carlos I con ocasión del golpe de Estado de 1981, cuando utilizó los resortes a su disposición, con un Gobierno y un parlamento secuestrados, para que fracasara la asonada. Felipe VI supo recoger el testigo y fue quien, ante la pasividad de La Moncloa, advirtió que en Cataluña se estaba dando un golpe de Estado parlamentario para establecer una república independiente anticonstitucional. 

Juan Carlos ha sido uno de los mejores reyes de España. Su desempeño profesional lo certifica constantemente. Ha actuado siempre constitucionalmente por el bien de España y de los españoles, materializando así su declarado cariño por nuestro país. La Historia le juzgará de este modo y se diluirán en la lejanía aspectos privados de su vida que disgustaron a la opinión pública.

Prima su faceta como rey, y hemos de considerar que ahora vive lejos en una soledad que siempre ha sido suya, desde que con 10 años fue entregado por su padre a Franco para ser educado en España lejos de su familia y no en el exilio, para hacer de él un español más, no uno desarraigado por vivir en el extranjero.

Una soledad que se agudizó cuando aceptó por sí solo la sucesión de la Jefatura del Estado como príncipe de España y tuvo que esperar a que Franco muriera; un periodo personal, dinástica y políticamente difícil con bastante aislamiento respecto a los que aún mandaban.

Luego, como rey, la soledad le ha seguido acompañando, como a cualquiera que no tiene a quien acudir para descansar sus responsabilidades y debe afrontarlas personalmente. Una soledad que puede explicar sus errores personales, de los que se muestra arrepentido.

Ha tenido, y tiene, una vida sacrificada sin perjuicio de otras compensaciones. Es uno de los grandes reyes que hemos tenido y su hijo Felipe VI va por ese mismo camino al tiempo que prepara para ello a la Princesa de Asturias, Doña Leonor, nieta del rey padre, un Rey también abuelo.


Carlos Miranda es embajador de España

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