Ha muerto un garante de la democracia, un cumplidor escrupuloso del principio de separación de poderes, un excelente jurista y un hombre valiente que, como buen juez, jamás tuvo la más mínima inclinación ni interés por la política que no fuera en su condición de espectador y en todo momento no tuvo más convencimiento que el que se derivaba del cumplimiento de su deber.
José Manuel Maza era un hombre muy culto, poseedor de una magnífica biblioteca, gran lector, apasionado de Platón y un experto en Historia Medieval, fruto de sus estudios de Filosofía que simultaneó con la carrera de Derecho. Además de ser un espléndido jurista y un juez flexible era, sobre todo, un hombre dialogante. Algunos de sus compañeros de la Sala Segunda del Tribunal Supremo recuerdan el placer que suponían las deliberaciones junto a Maza por su extraordinaria capacidad de debate y de tolerancia.
Al contrario de tantas personas satisfechas con sus propias opiniones y del todo reacias, y hasta impermeables, a toda idea que no concuerde milimétricamente con las suyas, al fallecido fiscal general del Estado le acompañaba una inmensa capacidad de diálogo, de tal manera que estaba siempre dispuesto a acoger las propuestas de su interlocutor si le parecían dignas de ser atendidas. Una cualidad que sólo poseen los que son verdaderamente inteligentes, y José Manuel Maza lo fue en grado sumo.
Jamás tuvo la más mínima inclinación ni interés por la política que no fuera en su condición de espectador
Precisamente por esa cualidad que en su persona destacaba brillantemente, Maza era un hombre que no se escandalizaba, que no conocía la idea de herejía. Todos los razonamientos, siempre que estuvieran bien fundamentados, concitaban su interés y ninguno de ellos ofendía sus propias convicciones porque admitía el considerar intelectualmente toda teoría que contara con base suficiente para ser sustentada. Era por eso un auténtico humanista con una amplísima perspectiva intelectual.
El Fiscal General del Estado que acaba de fallecer entró en la carrera judicial a finales de la década de los 70 y su trayectoria profesional está relatada en su biografía oficial. Aquí lo que se pretende, sobre todo, es ofrecer al lector un retrato a vuela pluma de la personalidad de un jurista que no se doblegaba ante nadie y que actuaba guiado por un férreo sentido del deber, razón por la cual aceptó el cargo en la cúpula de la Fiscalía en un momento que él sabía bien que era de una extraordinaria complejidad y lleno de riesgos y de trampas.
Pero también sabía que desde su posición tenía el cometido de defender el Estado de Derecho a costa de todos los disgustos y de todas las posibles presiones ante las que él, en contra de lo que han afirmado algunos muy a la ligera, nunca habría cedido. Maza era un hombre radicalmente alejado de la tentación política, tentación que, desde su posición de jurista, despreciaba olímpicamente. Por eso era inmune a todo lo que no fuera el sometimiento al Derecho.
Tenía el cometido de defender el Estado de Derecho a costa de todos los disgustos y las posibles presiones ante las que él nunca habría cedido
Si hubiera podido completar su mandato como Fiscal General, muy posiblemente habría logrado acabar con esos macroprocesos que tan dañinos resultan para la buena marcha judicial española y cuya desaparición resulta imprescindible para garantizar en nuestro país la tutela judicial efectiva de la ciudadanía. Ésa era una de sus preocupaciones más intensas en el momento en que asumió el cargo.
Absolutamente independiente, era del todo indiferente, hasta impermeable, ante las críticas que recibía por parte de los partidos políticos y de los medios de comunicación porque estaba convencido de que hacía lo que tenía que hacer. Pero no era una indiferencia provocada por nada parecido a la egolatría, porque Maza tenía una virtud rara entre quienes ocupan la cúspide del poder en alguno de sus ámbitos: no era en absoluto vanidoso, lo cual era una prueba más de su inteligencia. Él consideraba que estaba ahí para cumplir y hacer cumplir la ley y toda consideración secundaria de tipo político o de imagen le resultaba completamente ajena.
Y para terminar, hay que añadir que era un hombre cordial y afectuoso. Y que, si alguna vez tuvo sentido asegurar que España ha perdido a un enorme servidor de sus intereses, esta vez es una de ellas.
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