Hay un momento del documental de Netflix Dos Cataluñas en el que se puede ver a Carles Puigdemont arengando con pasión a través de una pantalla a las masas que lo aplauden en un mitin, a mil kilómetros de distancia. El verdadero valor de la escena, más poético que informativo, está en que podemos ver luego entre bambalinas al ex president de la Generalitat, recién huido por entonces a Bélgica, interpretando ese papel de líder arropado por su pueblo frente a un frío croma azul que disimula el aislamiento en una oscura habitación de Bruselas.

Al terminar la ovación a su intervención por plasma, echa mano del Whatsapp para que alguien le cuente cómo ha quedado la puesta en escena. Envuelto en un absoluto silencio anticlímax de una habitación vacía, la ilusión de su presencia en la campaña del 21-D se esfuma cuando lo vemos solo en el austero plató, como un mago al que se le ha descubierto el truco.

Este es el mejor momento del documental que acaba de estrenar Netflix en el primer aniversario del 1-O para retratar el conflicto independentista en Cataluña. También el mejor ejemplo de la oportunidad perdida. Dirigido por Álvaro Longoria y Gerardo Olivares, el documental aspiraba a ser imparcial. Y tanto empeño en contar las Dos Cataluñas no ha profundizado en ninguna. Y es una pena, teniendo como tenía Neflix acceso al día a día tanto de Puigdemont como de Inés Arrimadas, con la última campaña electoral catalana como telón de fondo.

Pluralidad y el falso equilibrio

Hay una trampa en la búsqueda de equilibrio que se basa en la sucesión de testimonios opuestos. Basándose en los 85 entrevistados, sobre todo políticos y periodistas, que van dando su versión de lo vivido tras el referéndum del 1 de octubre del año pasado, el documental de Netflix aspira a explicar cómo han vivido el procés los independentistas y los constitucionalistas. Pero más allá de las opiniones y los sentimientos de cada una de las partes, hasta ahí nada que objetar, no corrige ninguna de las falsedades que esas fuentes ponen sobre la mesa ni aporta contexto histórico alguno para entenderlas.

La BBC reconocía recientemente haber caído en la trampa del falso equilibrio al informar. No del independentismo catalán, sino del cambio climático. Pero la reflexión viene al caso con el problema de la pluralidad mal entendida. "Para lograr la imparcialidad", afirma la cadena británica en esa nota a toda la plantilla, "no es necesario incluir negadores del cambio climático en la cobertura de la BBC. De la misma manera, no tendría a alguien que niegue que el Manchester United ganó 2-0 el sábado pasado. El árbitro ha hablado".

Cuando hay datos objetivos, sobran las opiniones. La ciencia ha aportado suficientes evidencias de la intervención humana en el cambio climático y sus consecuencias, como para que los profesionales debamos informar de ello sin dudar de lo ya demostrado. Los hechos han de tener un estatus diferente a las opiniones. Y el contexto es la materia prima que ayuda a digerir ambos.

No tiene el mismo valor la opinión de un científico que la de alguien que no lo sea, igual que el peso de lo que diga un médico sobre las vacunas no puede equipararse al de un ciudadano que esté en contra de estas.

Es cierto que en el caso de los debates políticos es mucho más complicado encontrar esa objetividad, porque la ideología no está aislada en un laboratorio. Pero eso no quiere decir que podamos alimentar eso tan tramposo llamado "la verdad de cada uno", al menos si a lo que se aspira es a una historia equilibrada.

Cuando Mariano Rajoy dice que no hubo ningún referéndum el 1 de octubre miente. Otra cosa es que el que hubo fuera ilegal.

Igual que miente Carles Puigdemont en el documental cuando afirma que en los últimos 40 años el Estado "no le ha dado nada" a Cataluña (¡en los últimos 40 años!). No puede digerirse esto como una simple opinión. El BOE de las últimas cuatro décadas está lleno de pasajes que lo desmienten.

Superponer testimonios para dejarle al espectador que decida a quién creer no es pluralidad, es una trampa.

¿Tiene igual validez un testimonio que asegura que España es una dictadura que el que defiende que es un Estado de Derecho? ¿Acaso no ayudaría mejor al espectador aportarle un dato para saber quién tiene razón? España está entre las 20 democracias plenas más avanzadas del mundo según informes reputados como Democratic Index, por delante de países como Estados Unidos e Italia. Recordarlo ayudaría a que la audiencia potencial del documental de Netflix, que llega a 130 millones de suscriptores en 150 países, con subtítulos en 42 idiomas, entendiera mejor a qué se refiere el independentismo catalán cuando habla de "presos políticos", "opresión" y "libertad". Son palabras que viajan mal sin contexto.

No vendría mal también poner en cuarentena otras afirmaciones del documental sobre las Dos Cataluñas como que "la diferencia entre lo que Cataluña aporta y lo que Cataluña recibe es negativa, una diferencia de 16.500 millones de euros, con eso pagaríamos dos presupuestos enteros de Sanidad". La afirmación se la oímos a Antoni Bassas, periodista y director Audiovisual del diario ARA. La cifra de ese supuesto déficit comercial la lleva repitiendo la Generalitat desde 2013. Es un cálculo basado en una ensalada de números que nunca han sido detallados ni probados, pero que han servido para alimentar en los últimos cinco años la campaña de Artur Mas del España ens roba. Pero nadie da réplica al dato en pantalla.

Nadie explica que Cataluña es la comunidad autónoma más endeudada, que el Estado español es su máximo acreedor y el único que le presta. España acumula casi el 80 % de su deuda y le ha dado ya casi 80.000 millones en ayudas del FLA. Solo aparece a continuación el eurodiputado de Ciudadanos, Javier Nart, asegurando que se podría "mejorar la financiación".

Hay afirmaciones de dudoso rigor que vienen de otras formaciones políticas, como cuando el documental recoge la entrevista en la BBC al ex ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, en la que este asegura que las cargas policiales del 1-O fueron fake news, al tiempo que el espectador puede verlas en pantalla.

En una búsqueda de la objetividad, cabría dar datos como cuántos heridos fueron hospitalizados realmente el día del referéndum (cuatro) para contrastar la cifra de los supuestos mil atendidos de los que hablaba la Generalitat.

Superponer opiniones contrapuestas no nos acerca a la objetividad si no van acompañadas de los hechos contrastados. La pluralidad de opiniones no garantiza la neutralidad. Sobre todo si a lo que se aspira con el documental es a contribuir al debate internacional acercándole la situación catalana a quienes la desconocen.

Lo suscribe paradójicamente la frase con la que comienza el documental: "Todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a su propia realidad". Ojalá.