La noche del 21 de diciembre de 2017, Inés Arrimadas celebró una victoria histórica tras las elecciones autonómicas más tensas de la democracia española. Ciudadanos había conseguido una victoria sin precedentes para el constitucionalismo. Más de 1.100.000 votos, primera fuerza en Cataluña en el momento álgido de la crisis independentista. 37 escaños que consiguieron aglutinar a la mayor parte de la sociedad catalana opuesta al procés, aunque el sistema electoral permitiese reeditar la mayoría absoluta de Junts per Catalunya, ERC y la CUP.

Han pasado exactamente 18 meses. Y de aquello queda poco. Ni Arrimadas, ni los votos, ni la hegemonía en el ecosistema constitucionalista, enteramente en manos del PSC tras la maratón electoral de los últimos meses. En las municipales del 26-M, Ciudadanos recabó sólo 291.679 votos, un 8,35% del total en Cataluña. Y ahí están sumados los de Manuel Valls en Barcelona, que ha tardado poco más de dos semanas en dar el portazo a Albert Rivera y conformar su propio grupo municipal.

Más de 800.000 votos perdidos en año y medio. Demasiado, pese a las explicaciones sobre el voto dual que condiciona el voto municipal. Lo cierto es que en las generales del 28-A y en las europeas del mes de mayo el resultado fue igualmente malo. "Este país necesita una puesta al día de la estrategia del constitucionalismo. Necesita una estrategia que no tiene, ahora hay discrepancias", dijo el miércoles Valls en rueda de prensa.

Una intervención en la que también recordó el éxito de Ciudadanos en 2017 cuando, asegura, le movía una estrategia más integradora: "Plantó cara al nacionalismo en un momento en el que nadie lo hacía. Y por eso los catalanes le deben estar agradecidos".

La gran caída de las ciudades

Pero no lo están. Especialmente los catalanes residentes en las grandes ciudades, enorme bastión de Ciudadanos el 21-D y mascarón de proa de su naufragio reciente. El partido naranja cosechó pésimos resultados en las 15 ciudades más pobladas de Cataluña en los comicios del 26-M: en casi todas perdió la mitad de su porcentaje de voto, y en muchas de ellas su apoyo se redujo a un tercio del que cosechó en 2017.

En Barcelona, el mismo partido que el 21-D recabó 218.746 votos, se quedó en las generales en 101.892. En las municipales, de la mano de Manuel Valls, cayó más todavía hasta los 99.494. Un camino inverso al que recorrió el PSC. En el caso de Ciudadanos, supuso pasar del 23.94% al 13.2%.

Los datos de la capital son malos, y sin embargo son los mejores de entre las grandes urbes regionales. En ningún otro sitio perdió menos cuota de voto y evitó descalabros monumentales como los de Santa Coloma de Gramanet, donde ha pasado del 35,47% al 14,10% en año y medio; Reus, del 32,49% al 10,67%; o Sant Boi de Llobregat, del 32,93% al 10,48%. La mayor caída se produjo en Badalona, donde Ciudadanos obtuvo un 31,04% en 2017 y sólo un 1,78% el 26-M, aunque en este caso es fácilmente explicable por la fortaleza municipal de Xavier García Albiol.

El éxito de Sánchez a nivel nacional, y la sensación de que Arrimadas no aprovechó su victoria electoral en diciembre de 2017, parecen haber descapitalizado el fenómeno Ciudadanos que se dio por inaugurado hace dos años. Hasta el punto de que la probable convocatoria de un adelanto electoral en Cataluña tras la sentencia del juicio al procés podría suponer un contratiempo muy serio para un partido actualmente descabezado en la Comunidad Autónoma y al que las encuestas dibujan como posible muleta del PSC si los comicios se celebraran hoy.

En este sentido, las municipales del 26-M volvieron a suponer un lastre para un partido que, pese a su fuerza global en el territorio catalán, carece de poder municipal. Durante cuatro años, el independentismo ha recordado insistentemente a Albert Rivera su ausencia total de alcaldías en Cataluña, una circunstancia que no se ha modificado en 2019.