Nos han fallado estrepitosamente por una razón: los líderes políticos con los que cuenta España en estos momentos se han comportado como los dueños absolutos de sus destinos particulares, de los destinos de sus respectivos partidos y del destino final del país.

Su error es de inmensas dimensiones porque en realidad somos nosotros, los electores, los ciudadanos, los dueños si no de sus destinos particulares sí del de sus respectivos partidos y, por supuesto de lo que vaya suceder en nuestro país. Todos ellos tenían un encargo fácil de leer tras las últimas elecciones pero la mayor parte de los líderes ha preferido interpretar de acuerdo con sus intereses y sus propósitos el mandato recibido, tergiversando así el sentido del voto entregado a cada uno de ellos por los electores el 28 de abril.

Cierto que no todos han caído de igual manera en la manipulación interesada del sentido último que había de tener la dimensión final de su grupo parlamentario pero los responsables de los grandes partidos, sobre todo de aquellos que podrían haber formado gobierno si hubieran atendido al encargo de los ciudadanos, podrían pagar ahora tanta dosis de inconsciencia insensata e irreflexiva y podrían pagarla en forma de abstención.

El problema es que no acudiendo a votar no sólo se castiga al partido que se ha comportado de manera inaceptable, cosa que se merecerían de largo, sino que se castiga al país porque una alta abstención, como la que ya apuntan los sondeos, que puede ir creciendo además con el paso de los días, puede producir un mapa político deformado, no acorde con las posiciones reales del cuerpo electoral.

Los líderes políticos con los que cuenta España en estos momentos se han comportado como los dueños absolutos de sus destinos particulares

Y las necesidades de España, que son urgentes en términos políticos pero también económicos porque parece que estamos ya a las puertas de una recesión, necesitan de un gobierno fuerte y estable y no de un apaño de última hora, consecuencia de un resultado electoral, por decirlo de una manera gráfica, deforme, contrahecho.

Somos los electores quienes tenemos en nuestras manos el futuro de nuestro país y aún asumiendo que algunos líderes políticos han estafado a su cuerpo electoral, sería un error monumental que el no acudir a las urna como castigo diera como resultado final un retrato político que no se corresponda en realidad con el mapa ideológico de los españoles.

La indignación que se respira en las calles y que empiezan a recoger los institutos de opinión está más que justificada pero eso no debería traducirse en que nos vayamos a pegar un tiro en nuestro propio pie. No se merecen que volvamos de nuevo a las urnas como si fuéramos los obedientes súbditos de sus majestades los líderes políticos, eso es cierto. Pero los españoles sí nos merecemos ejercer un control sobre el futuro de nuestro país.

No vienen tiempos plácidos precisamente. Y nos va a coger con un Gobierno en funciones y con todos los partidos en campaña electoral y teniendo como único propósito el adjudicar al adversario la responsabilidad de esta nueva convocatoria electoral. Por poner sólo un ejemplo: la sentencia del Tribunal Supremo sobre el conocido como procés va a ser notificada antes del 16 de octubre, cuando se cumplen los dos años de prisión provisional de algunos de los líderes independentistas juzgados. Y la respuesta que el presidente de la Generalitat junto a todos sus correligionarios quiere dar a la más que previsible condena consiste en levantar a Cataluña entera contra el Gobierno y en última instancia contra el Estado y en tratar de poner de su lado a las opiniones públicas de los países de nuestro entorno.

No vienen tiempos plácidos precisamente. Y nos va a coger con un Gobierno en funciones y con todos los partidos en campaña electoral

No será, por supuesto, toda Cataluña la que se alce contra las instituciones democráticas de nuestro país, pero los secesionistas intentarán por todos los medios que esa mitad de la población que está con la Constitución, con la ley y con las libertades siga refugiada en el silencio por temor a ese linchamiento social en el que las ideologías totalitarias, como la suya, suelen ser muy expertas.

Del 14 de octubre al 10 de noviembre hay exactamente cuatro semanas, un tiempo en el que los partidos políticos, que estarán en campaña, pueden caer en la tentación de hacer de la cuestión catalana, que estará en plena tensión y en pleno conflicto, un motivo, o mejor dicho un pretexto, para el debate con el fin de recabar cuantos más votos mejor. Eso es lo peor que podría suceder en España en ese momento cuando se necesita la firmeza absoluta del Estado -y el Estado no es el Tribunal Supremo en solitario, como parecería viendo el panorama nacional, también lo son los partidos- frente a los ataques interiores y exteriores que se están preparando ya desde las terminales mediáticas y políticas del secesionismo.

Éste es sólo un ejemplo. Está también la situación angustiosa en términos financieros de las autonomías que ven como no pueden ejecutar sus presupuestos porque la Administración central no les transfiere los miles de millones que les son fundamentales para la vida de sus territorios -paréntesis: el anuncio de una partida extraordinaria librada por el ministerio de Hacienda en pleno ambiente preelectoral es indigno de un Gobierno que se califica de serio y honesto-; la amenaza muy seria de las consecuencias del Brexit; la posible recesión económica que asoma la cara por el horizonte, son todos asuntos de la máxima gravedad y de la máxima importancia. Y que nos competen a todos.

Me decía recientemente una persona a propósito del disparate de estas nuevas elecciones: los políticos se comportan como si hubieran creído que los ciudadanos somos sus subalternos y es justamente al revés: ellos son nuestros empleados, a quienes pagamos para que hagan el trabajo que les hemos encomendado.

Éste es el mensaje que todo líder político declara falsamente que tiene asumido.No lo tienen y habrá que hacérselo saber una y otra vez con toda la contundencia necesaria. Pero no, de ninguna manera, no acudiendo a votar porque así nos podemos encontrar con un gobierno constituido con descartes por incomparecencia del electorado.

Acudamos a votar porque aunque ellos no se lo merezcan, nosotros, es decir, España, sí lo merece.