Ha sonado como el eco al final de una de sus menciones publicitarias. Se ha apagado por sorpresa y para siempre su voz, y hoy queda el ruido de fondo de una radio sin pilas en un dial sin emisora, vacío y triste.

Cuando era un crío solía escucharle cantar a una muchacha que vestía pantalón vaquero y camisa de cuadros. Estaba en el número uno de Los 40. Lo que menos imaginé en aquel entonces es que, años después, yo presentaría aquella lista. Y mucho menos, que en el convulso pero victorioso 2010, me convertiría en sucesor en su gran puesto de la radio, animador de Carrusel Deportivo, sin siquiera buscarlo.

En el transistor, eterna compañía de mi también difunta madre, resonaba en los 70 su voz con eco, modulada para el éxito, con ese don propio de las estrellas. Gabilondo lo ha clavado al despedirse: siempre fue una estrella. Se nace. Presentaba Pepe aquel Gran Musical de la transición con un ímpetu que en aquel entonces, sencillamente, no existía. Nadie transmitía tanta positividad radical, sonora y firme. 

Desde sus pueblos gallegos llegó a Madrid para traer “el último grito” que llegaba desde un extranjero cada vez más cercano. Así, desde la radio musical, ganó los dos primeros de sus cuatro premios Ondas. Aparecía en televisión con el afán y la eterna sonrisa de un chico que dejó todo en su Galicia natal (un puesto bien pagado en una empresa) para ponerse frente al micrófono, aún antes de saber que le iban a contratar. Así era él: apasionado y muy poco dado a seguir un guión. 

Hizo de la SER su casa, como nos pasó a todos. Y le sentaron junto a Antonio Martín Valbuena al frente de Carrusel Deportivo por la coherencia empresarial de un medio que necesita dar vida a la publicidad más allá de enlatarla y repetirla en cuñas de veinte segundos. Con las cosas de comer no se juega… o sí, cuando es justo de lo que se trata. 

Cuando esa misma empresa me encargó relevarle, nunca me pidieron que le imitara en nada, salvo en una sola cosa: pasar el balón. Eso es algo que sin duda, al margen de ponerse a cantar, fue uno de sus principales legados: hacer de la publicidad algo coral. Todos los que estaban frente al micro comenzaron con él a repetir juntos las frases reclamo. Lo hacían con una alegría que siempre fue necesaria para dar vida a las marcas en la radio.

Y con todo un Nessun Dorma. Era impredecible como la propia vida a la que amaba tanto, y no se cortó nunca al usar música sujeta a los mil derechos fonográficos y de autor para sus fines. Pero eso siempre fue lo de menos. Lo importante era vivir para contarlo. Y lo hizo escribiendo a impulsos del corazón durante décadas en nada menos que 600 páginas. El título habla de este momento, este día de hoy que ha quedado para siempre marcado en la historia de la radio: Hasta que se me acaben las palabras (Aguilar). El mismísimo Julio Iglesias, protagonista de uno de sus capítulos, no dudó en hacerle el prólogo.

Hoy se acabaron las palabras para él, y para los que siempre le escucharon. Justo en pleno fin de semana de programa. Lloviendo, como predijo. Como dijo Herrera, no le tocaba. A seres como él nunca les tenía que tocar.

Dio sustos con su corazón, y pasaron más años de lo normal todos en los medios repitiendo eso de que “no estaba bien”, pero no quería irse soltando el micrófono. No quiso vivir lo que le quedara desde un rincón olvidado, sino a punto de soltar su “hola hola” en antena.

No se es poeta, cantante, presentador, locutor, animador, y, claro, estrella durante siete décadas si no te posee el alma un afán constante por hacer de este mundo algo mejor.