Recién elegido papa por sus compañeros de cónclave, la primera bendición urbi et orbi de Robert Francis Prevost, León XIV, sucesor de Francisco como obispo de Roma, ha tenido mucho en común con la que pronunció su predecesor en 2013. La coincidencia en los mensajes de fraternidad, de humildad pastoral, de unidad de "una Iglesia que camina" definen una misma base esencial y una continuidad doctrinal.
"Comenzamos este camino: Obispo y pueblo", dijo entonces Francisco. "Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros".
En sus primeras palabras, León XIV ha insistido en la imagen de camino y en una idea, la de unidad, que incumbe a la Iglesia pero también a la humanidad, porque el mensaje de fraternidad es universal. "Quiero dar las gracias a los hermanos cardenales que me han elegido para ser sucesor de Pedro y caminar junto a vosotros, como Iglesia unida, buscando siempre la paz y la justicia", ha dicho este jueves desde el balcón de San Pedro. "Soy hijo de San Agustín, agustino, que dijo, 'con vosotros soy cristiano y por vosotros obispo'. En este sentido, podemos caminar todos juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado".
Es significativo que el primer papa agustino en cinco siglos haya esgrimido y reiterado ("hijo de San Agustín, agustino") su filiación en su primera bendición. La regla agustiniana incide en el mensaje apostólico de la unidad de alma y corazón, que tiene un sentido evangélico pero también profundamente humanista.
El pensamiento de San Agustín es uno de los tesoros más ricos, vigentes y polivalentes del acervo cristiano, y León XIV lo conoce mejor que nadie porque fue prior general de la orden entre 2001 y 2013. Las ideas agustinianas sobre la libertad, la subjetividad del tiempo, las potencias del alma –memoria, entendimiento y voluntad– metabolizan la herencia clásica, atraviesan los siglos y se proyectan en la Ilustración, eclosionando en esos valores revolucionarios, laicos y a la postre ciudadanos –libertad, igualdad y fraternidad– que a veces parece que hubieran nacido espontáneamente pero que en realidad no se entienden sin el sustrato cristiano de Europa.
Incluso hoy, un concepto como el de libre albedrío, esa libertad limitada por la gracia de Dios, recupera vigencia a la luz de la ciencia si cambiamos la voluntad del altísimo por la genética. Para un ateo o un agnóstico, lo mejor del pensamiento de San Agustín resulta perfectamente funcional con solo quitar la palabra Dios. Esta versatilidad quizá tiene que ver con que este padre de la Iglesia fue varón antes que santo, conoció mujer –y mujeres– e incluso tuvo un hijo, Adeodato, cuyo nombre significa "regalo de Dios".
En la regla y el temperamento agustinianos están la conciliación de fe y razón y el respeto de la libertad y de las razones del otro en una sociedad abierta sin renunciar al anhelo de trascendencia. La Ciudad de Dios agustiniana se rige por el amor a Dios y al prójimo, en contraste con la ciudad terrena de quienes viven sometidos al amor propio. No deja de ser una parábola extrapolable al mundo contemporáneo. En ese sentido, la Iglesia de León XIV puede erigirse –en sus propias palabras, con "paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante"– en baluarte de ilustración, humanidad y decencia frente al paradigma de polarización, hombres fuertes e indiferencia respecto al otro que se cierne sobre el mundo actual.
Te puede interesar
Lo más visto
Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registrado