El paño norte de la Iglesia de San Andrés de Ávila, monumento románico del siglo XII declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y Patrimonio Mundial por la Unesco, se derrumbó en la madrugada del 25 de mayo de 2025 sin causar víctimas.

Según informa la agencia, el suceso, ocurrido hacia las 6:00 horas, afectó una superficie de 80-90 metros cuadrados en una zona acotada al público, según confirmaron el Obispado de Ávila y el arquitecto diocesano, Luis Carlos García.

La estructura, construida con sillares de piedra caleña –típica del románico abulense–, presentaba un diseño característico del siglo XII: dos capas exteriores de piedra labrada y un relleno interno de argamasa y material de menor calidad. Según García, la humedad ascendente erosionó este núcleo durante siglos, debilitando la estabilidad del muro hasta provocar su colapso. "El agua lavó el relleno, dejando solo las hojas exteriores, que cedieron ante el peso", explicó el especialista, quien advirtió que podrían producirse nuevos desprendimientos en las próximas horas.

Efectivos de Bomberos, Policía Local y técnicos municipales aseguraron el perímetro, mientras el alcalde, Jesús Manuel Sánchez Cabrera, coordinaba con la Junta de Castilla y León para activar ayudas económicas destinadas a la reconstrucción. 

Aunque el interior del templo –con sus tres naves y ábsides decorados con capiteles historiados– permaneció intacto, se suspendieron los cultos hasta garantizar la seguridad.

Este incidente reabre el debate sobre la conservación del patrimonio románico, vulnerable por sus técnicas constructivas ancestrales. La iglesia, levantada entre 1130-1160 en el barrio de los canteros, ya había sido restaurada en los años 30 y 60 del siglo XX, intervenciones que ahora se revelan insuficientes ante patologías estructurales crónicas. 

El derrumbe evidencia la urgencia de intervenciones que combinen estabilización técnica –con apuntalamientos internos– y soluciones definitivas contra filtraciones.

Las autoridades destacaron la necesidad de colaboración institucional para rescatar este símbolo de la identidad abulense, mientras expertos subrayan la paradoja: técnicas que aseguraron su perduración durante nueve siglos ahora demandan adaptarse a nuevos desafíos ambientales.