Narraban la vida en sus guetos. La desprotección. El día a día cuando hay que pensar a corto plazo porque si no no llegas al largo. El rap nació como una queja, un retrato de los suburbios, el grito violento de un grupo de jóvenes negros que eran víctimas de políticas mal llevadas, de sociedades mal entendidas y de prejuicios que estropean vidas. La brecha social crecía en manos de Ronald Reagan, el bienestar se diluía o se repartía por entero a las clases que ya lo disfrutaban. Eran los 80 y los jóvenes negros rimaron con la ira de la falta de oportunidades. Crearon el rap.

En 1996, cuando aún era necesario explicarlo, David Foster Wallace y Mark Costello, ambos blancos, terminaron de escribir Ilustres raperos -ahora publicado por Malpaso-. Una suerte de intento para que los blancos entendiesen el género, para que los jóvenes de clase media que se veían atrapados en sus letras supieran que eran los protagonistas de esa agonía adictiva. Para Wallace y Costello, se trataba de "la banda sonora de una generación perdida que, por otra parte, los anglosajones nunca quisieron ver ni encontrar". Era la música de protesta, en contra de la represión, de la injusticia y ellos vieron su fuerza cuando en 1989 comenzaron a vivir juntos en un piso de Boston para estudiar en Harvard.

"¿Qué derecho tienen dos yuppies blancos a intentar hacer un muestrario de lo que es el rap?", se preguntan al principio del libro. Una publicación que comienza con los largos años de Ronald Reagan, donde la brecha social se agudiza y la marginación inspira al arte. Chuck D., vocalista de Public Enemy, definió este género como "la CNN de la comunidad negra". Un lugar donde los blancos eran unos intrusos, donde el público era menor de edad y los protagonistas pasaban de vivir en sus guetos a alcanzar la fama en cuestión de meses.

Sus letras, su ritmo, no sólo hacían que la comunidad negra a la que el gobierno había dejado aislada se sintiese representada sino que embriagaban a la juventud económicamente acomodada de EEUU. "Sus ritmos atrapaban a los universitarios blancos que jamás pisarían los suburbios negros donde nacían esas rimas", aseguran ambos en Ilustres raperos. Según Nando Cruz, que prologa este libro, "esas canciones no sólo visibilizan los guetos, sino que resitúan el resto de los barrios en relación con esos suburbios de los que no sabíamos o no queríamos saber nada".

Un género que generó un idioma propio. Una forma de expresarse que convertía a los dólares en presidentes muertos, a una tía guapa en una fly. "Es un nuevo estilo del habla: 'la droga del dialecto', como la denominan De La Soul, que los raperos arman a partir de la jerga callejera y luego diseminan entre todos nosotros por medio de las tiendas de discos". Fue una revolución, la de llevar una cultura poco apreciada a aquellos que se creían intelectualmente mejor preparados. Los desmontaron aunque siempre desde cierta separación, la que te da la de mirar a tanta distancia el desastre que hasta le otorgas belleza.

De La Soul.

De La Soul.

De pequeños intrusos blancos a la gran masa, el rap conquistó el mundo y cambió. Se empezaron a mezclar estilos, a hacerlo más agradable en los veranos y en las navidades y a acumular grupos que le quitaban la personalidad. Una evolución que a Wallace y a Costello les parece ridícula y además, poco exitosa. Ellos tienen claro que a la gente, y sobre todo a la blanca, lo que les gusta del hip hop es su dureza, su lado político, su cabreo. El desprecio y la amenaza. Era lo que vendía discos y lo que los caracterizaba.

"El rap serio no solamente es poesía seria, sino que, en términos de tamaño de sus audiencias, de su potencia en el gran mercado y de su poder para espolear y autorizar la iniciativa artística de una joven cultura urbana desanimada y mal escolarizada, muy posiblemente sea lo mejor que está pasando hoy en día en la poesía americana", sentenció Wallace en 1989.

Schoolly D.

Schoolly D.

Los protagonistas de esta poesía callejera eran, y debían ser, los malos de la película. O, quizá, los que sufrían las consecuencias del racismo, de la brutalidad policial. Por eso, como narra Wallace en el libro, los había raperos y raperos duros. "Los MCs más duros, entre los que se encontraban Schoolly D., Chuck D., Eazy-E y MC Ren, comparten un secreto familiar: necesitan a la policía de mala manera". Les acusan y se convierten en héroes, en luchadores por los derechos civiles. Y lo eran, la mayoría de las veces se les acusa de forma fortuita y sin méritos delictivos. "Para curar la injusticia tienes que mostrarla a la luz de la conciencia humana", aseguró Luther King, y así lo hicieron ellos.

Fueron, de alguna manera, las caras conocidas de una revolución, de una protesta cuyos males siguen vigentes a día de hoy. Dieron la cara, sin miedo, porque su sociedad ya no podía ir a peor. Como aseguraron Chuck D., y Flavor Flav en Stop the Violence.: "El mundo está yendo a la autodestrucción".