Adou se metió en la maleta sin pensarlo dos veces. No porque no tuviese otra alternativa, que tampoco, sino porque no era consciente de lo que estaba haciendo. Tenía apenas ocho años y llevaba muchos meses sin su madre. Entró y cuando alguien volvió a abrir la cremallera se encontró con unos hombres uniformados a los que no entendía. "Hola, me llamo Adou", dijo en francés. Y comenzó la segunda parte de su infierno.

Ya han pasado casi dos años desde aquel día, de aquella maleta con la que el mundo se estremeció, de la imagen de un niño pasando por los rayos X de un control fronterizo español. Casi dos años desde que los medios europeos comenzaran a narrar una historia que cargaba con meses y meses de angustia. Con miedos, agonías, familias rotas, guerras, pateras, traficantes de personas...

La historia de Adou es sólo un ejemplo de una tragedia inabarcable para los periódicos, inmanejable para las ONGs y pesada para los gobiernos de turno. El ejemplo de que todo vale cuando ya no tienes nada que perder. El mejor reflejo de la desesperación. Adou es la consecuencia de la precariedad de la generación anterior y de la miseria de la actual y, sobre todo, de unas políticas migratorias insolventes. De cómo en Costa de Marfil la vida se hizo complicada para cualquier ciudadano, especialmente para los del norte, de cómo su padre tuvo que huir para poder sobrevivir en un país en el que sus hermanos le veían como un enemigo, de cómo ya no aguantaron más viviendo separados.

Adou, dentro de la maleta.

Tenemos que rebobinar más de una década para entender cómo un niño se metió dentro de una maleta para entrar en nuestro país. Así lo hace Nicolás Castellano en su libro Me llamo Adou. La verdadera historia del niño de la maleta que conmovió al mundo.  Nos lleva a un baile en un pequeño pueblo de Costa de Marfil en el que Lucie y Alí, padres de Adou, se cogen de la mano tan fuerte que no se la vuelven a soltar nunca. En ese momento empezó una historia que les llevaría, durante unos años, a una vida de clases de francés impartidas por él y de venta de ropa a cargo de ella. Llegaron sus dos primeros hijos, vivían en su pueblo natal y todo estalló por los aires.

En Costa de Marfil el pueblo se levantó contra el poder reinante, y la inestabilidad, la represión y el desorden, que llevaban ya años apoderándose de la que había sido conocida durante mucho tiempo como la Suiza africana, se hicieron insoportables. El norte y el sur se peleaban y el padre de Adou vivió detenciones y pasó de refilón por algún que otro altercado violento. Un día fue retenido por los militares y, al volver a casa, sintió que era el momento de salir del país.

"Alí Ouattara ya había empezado a buscar un visado para salir a cualquier país de Europa o incluso a Estados Unidos. Tres embajadas después, se convenció de que así no había forma de salir de Costa de Marfil (...) Se decidió a llamar a su hermana, que le había hablado alguna vez de unos amigos que tenía en Dakar y que ayudaban a la gente a llegar a Europa", escribe Castellano. En esa llamada le pidieron 1.700 euros y le prometieron Europa. Aceptó sin pensarlo dos veces, ya no había dinero para dar de comer a sus hijos. Pasó por casi una decenas de ciudades, acercándose a Marruecos, y después de más de un año y acudiendo a una patera -los amigos de su hermana le habían dejado tirado-, apareció en España. Tras dos días desembarcó en Fuerteventura.

Los primeros seis meses los pasó en aquel piso, acudiendo a clases de español y esperando el documento que le permitiera trabajar"

La Cruz Roja no tardó en darle cobijo, en orientarle y ayudarle con todo el papeleo para poder pedir asilo y en conseguirle un trabajo. "Los primeros seis meses los pasó en aquel piso, acudiendo a clases de español y esperando el documento que le permitiera trabajar. Su solicitud fue admitida a trámite y Alí empezó a trabajar", recuerda Castellano. El trabajo de Alí y su nacionalidad hicieron que en 2012 su mujer Lucie pudiera reunirse con él. "Lo consiguió tras dos años de papeleo infernal. Mientras Alí trabajaba en la lavandería, Lucie pasaba el día sola", añade Castellano. Después llegó su hija y todo se hizo algo más fácil. El mayor, Michael, quería quedarse en Costa de Marfil para estudiar y lo hizo con su abuela y con Adou, hasta que la abuela murió. Michael era menor de edad y se hacia cargo de su hermano pequeño con poco éxito.

Adou no comía, se pasaba el día triste, quería estar con su familia en Canarias. Alí intentó recuperar a su hijo por todos lo medios que le ofrecía la legalidad pero la Administración se lo denegó, le faltaban "56 miserables euros" para poder traer al tercer miembro de la familia, según el sistema de agrupación familiar que se había instaurado en España. La desesperación invadía a Lucie, no podía ver cómo su hijo pequeño se quedaba solo y le dijo a su marido que si no conseguía traerlo tendrían que volverse a Costa de Marfil, donde Alí sabía que no tendrían un futuro digno.

Entonces fue cuando Alí recurrió a lo único que te queda cuando no te queda nada. Llamó a un contacto que le habían dado que le aseguraba un visado a su hijo. Él le prometió llevar a Adou a Madrid, incluso le dio una fecha en la que tendría que estar en Barajas. Alí acudió y permaneció cuatro días en Madrid sin noticias hasta que recibió la llamaba, la que cambiaría todo. "Tienes que venir a Casablanca, no hemos podido meter a tu hijo". Preso del pánico no lo dudo y acudió de inmediato.

Los supuestos contactos de Alí en la policía y las embajadas europeas eran en realidad una quimera"

"Los supuestos contactos en la policía y las embajadas europeas (de los contactos de Alí) eran en realidad una quimera, una falsa promesa. Le explicaron a Alí que, al no poder contar con el visado, habían ideado un plan B, que requería desplazarse a la ciudad marroquí de Castillejos por donde harían entrar al niño a través del puesto fronterizo. En España, siendo Alí residente legal, no había problema", narra Nicolás Castellanos.

Pasaron varios días en Castillejos esperando y, entonces, fue cuando llamaron a Alí y le dijeron que ya estaba todo listo. Ellos pasaban al niño por la frontera de Ceuta y le volvían a telefonear. Entonces él podría entrar y llevárselo. Alí recibió esa llamada, se suponía que Adou ya estaba a salvo pero cuando pasó por la frontera un guardia le paró y le hizo un par de preguntas sobre su familia y el porqué de su viaje. Luego le enseñó una foto, su hijo había sido encontrado dentro de una maleta. Alí fue detenido.

"Vimos la foto del escáner con la maleta y nos preguntamos qué era eso, ¿un muñeco?, pero no podíamos imaginar que era un niño", le dice ese guardia a Castellanos para la publicación. Habían engañado a Alí, a Adou y a Lucie. Y el precio a pagar sería alto. Alí entró en prisión y salió en mismo día que le retiraron el pasaporte. Había intentado meter a un ilegal en el país y más aún, a un menor de edad.

Quiero que se sepa por qué acabé entrando en Europa metido en una maleta", asegura el protagonista

La historia no acaba bien. Alí trabaja en el País Vasco mientras su mujer, que recuperó la custodia, y dos de sus hijos, lo hacen en París. No puede salir de España y lleva muchos meses esperando el juicio que lo absuelva. "Le han ofrecido un año, por lo que no tendría que entrar en la cárcel, pero se ha negado porque no quiere que se le acuse de ser el culpable de lo que le pasó a su hijo", asegura Castellanos a El Independiente.

"Sigue esperando, lejos de su familia", añade. Para ellos, Adou, Lucie, Alí y la hermana del primero, es la única solución que les queda. "No se puede tapar el sol con una mano. Todo esto ha sido muy difícil, hemos pensado incluso en regresar a Costa de Marfil, pero no nos vamos a rendir, acabaremos juntos", sentencian. Han pasado ya casi dos años. "Estar dentro de una maleta es increíble, sí, pero quiero que se sepa por qué acabé entrando en Europa metido en una maleta", asegura el protagonista. Ahora, Adou quiere ser futbolista.