Hubo un tiempo en el que la relación era estrecha. Se conocieron alrededor de 1967, cuando García Máquez publicó Cien años de soledad. Se encontraron en el aeropuerto de Caracas y ambos sintieron los mismo, parecía que habían encontrado en el otro a un par. Antes de ese encuentro físico, llevaban decenas de cartas sobre las espaldas. Vargas Llosa ya había leído la gran obra maestra del colombiano y había conseguido que les pusieran en contacto.

"Empezamos a tener una correspondencia muy intensa en la que nos fuimos haciendo amigos antes de vernos las caras, hablábamos sobre proyectos literarios, sobre lo que leíamos y habíamos escrito", confesó durante los cursos de verano de El Escorial el pasado jueves día 6 de julio. Mantuvieron esa amistad durante años, casi una década. Algunos dicen que la distancia comenzó a ensancharse por las distintas posturas que ambos asumieron respecto a Cuba y su revolución. Otros que eso sólo fue el primero de sus desencuentros y que la verdadera razón por la que ambos no volvieron a dirigirse la palabra, a partir del 14 de febrero de 1976 cuando Vargas Llosa le pegó un puñetazo en el ojo a Márquez, fue porque, según el primero, el colombiano intentó seducir a su entonces mujer, Patricia.

Era un verdadero artista, un poeta"

La historia acaparó portadas. Dos grandes de la literatura latinoamericana, dos tipos con clase, acabaron resolviendo sus diferencias con las manos. Desde entonces la enemistad fue pública y ambos aprovecharon para criticar al otro en numerosas ocasiones, aunque nunca hablaron de su mala relación en público. Ayer, durante estos cursos en Madrid, Vargas Llosa quiso sincerarse sobre su antiguo amigo y comentó que "era un verdadero artista, un poeta". "Él no era capaz de explicar su talento, funcionaba mediante la intuición, el instinto, no pasaba por lo conceptual, tenía una disposición extraordinaria para acertar con los adjetivos, los adverbios y con la trama".

"En un primer momento -aseguró- nos unió nuestra devoción por Faulkner, nuestro denominador común". También fue el sentirse latinoamericanos en Europa, en ver lo que significaba su cultura fuera de sus fronteras.  Pero, el boom latinoamericano se vio dividió en dos. Los que apoyaban a Fidel y los que decidieron mostrarse críticos con el nuevo régimen. "García Márquez tenía sentido práctico de la vida, descubrió en ese momento que era mucho mejor para un escritor estar con Cuba que estar contra Cuba, él se libró del baño de mugre que recibimos después todos los críticos", ha añadido.

Y después llegó el ojo morado de Gabo y el silencio. Según confesaba en los cursos Vargas Llosa, no volvieron a verse. Ante el "¿por qué?" del moderador, el escritor Carlos Granés, el peruano sentenció: "Es hora de poner fin a esta conversación”. Aunque quiso añadir que recibió la noticia de su muerte con pena. "Como la muerte de Cortázar o de Carlos Fuentes. No solo eran grandes escritores sino que fueron grandes amigos. Descubrir que soy el último de esa generación es algo triste".