Ni cuando libran hasta los que mandan el spam y las bandejas de entrada amanecen desangeladas de morralla, Madrid se vacía por vacaciones. Frente al ordenador puede uno sentir que es el único que queda trabajando en la capital, pero al salir a la calle comprobará que no está solo. La lista de espera en las terrazas de moda de la noche madrileña lo corrobora.

Merece la pena buscarse una excusa para brindar en alguna de ellas al atardecer, sobre todo las que están en las alturas, para alejarse lo más posible del asfalto, aprovechando que allí corren la brisa y los gin tonic. Entre las terrazas más concurridas este verano están las azoteas (eso que los modernos llaman rooftop) de los hoteles de Gran Vía.

Un cóctel en la séptima planta de The Principal, con vistas al Círculo de Bellas Artes y la cúpula del edificio Metrópolis,  o en el Ático de Las Letras, del hotel del mismo nombre, le están dando a Madrid un aire sofisticado no apto, eso sí, para alérgicos al postureo. En la azotea del Vincci The Mint, también en Gran Vía, hay hasta un food truck que el camarero aseguran que se subió hasta allí arriba con una grúa. Tanta parafernalia instagramera contrasta con las vistas a los tejados gatunos del Madrid de toda la vida que delatan que la Villa, en el fondo, sigue siendo un pueblo.

Queda más claro que nunca cuando la capital se viste de verbena. Por San Cayetano primero, San Lorenzo después y luego en La Paloma. Le brota del asfalto el olor a gallinejas y los cielos se llenan de guirnaldas. Y eso sí que es Madrid en verano.

La mejor prueba de que a Madrid lo representan sus fiestas de andar por casa es que este año el pregón los dan Las Kellys, que es como se conoce a la asociación contra la precariedad de las limpiadoras de hoteles.  Militante e insomne, Madrid no se cansa de protestar tampoco por vacaciones. Alguna huelga de taxistas no faltará para corroborarlo.

El otro día descubrí que el mítico Molly Malone de Malasaña es ahora un vegetariano que se llama, lo prometo, #Superchulo. Y mientras cierran cines y abren hacheyemes, avanzan los restaurantes con hashtag y los hoteles que esconden locales de moda con seguratas de traje en la puerta para tomarle nota del nombre - ya le avisaremos- si toca esperar.

Me temo que Madrid está cambiando su encanto de pueblo por un aire más cosmopolita. Ese punto de locales sofisticados tan fotogénicos como prefabricados que hasta hace no mucho la capital envidiaba a Barcelona y aquí se acotaba a las zonas más nobles del Barrio de Salamanca pronto inundará Lavapiés.

Que tenga cuidado Madrid porque se empieza presumiendo de estar en la azotea de un hotel con un camión que pone cócteles y cualquier día se nos llena la Gran Vía de guiris paseándose en bolas como le pasó a Las Ramblas. La ventaja de la capital es que aquí los cruceros no pueden soltar amarras. Y si tiene una ventaja que no tengamos playa es que así es difícil imaginar que Madrid se pueda masificar de gente que venga a pasar aquí su mes de agosto voluntariamente.

Con este calor es más fácil que nunca diferenciar a los autóctonos de los turistas. Los madrileños, como los ex combatientes del Vietnam, se reconocen entre sí solo con mirarse. Porque atravesar el la calle Alcalá con 38ºC esquivando palos selfi camino del trabajo es de esas cosas que uno no puede explicar a quien no lo haya vivido. Por eso las noches madrileñas unen tanto y más que nunca en verano.

Madrid, de día

También puede la capital disfrutarse de día cuando no toca trabajar. A remojo, si es posible. Porque los fines de semana de los agostos madrileños no son para reencontrarse con los amigos de verdad, sino para arrimarse a los que tienen piscina.

Y si no puede ser a remojo, siempre es buena opción visitar un museo. Que además de obras maestras tiene aire acondicionado. Este verano aguardan una exposición sobre el Renacimiento en el Thyssen, El camino a Guernica en el Reina Sofía y Los Tesoros de la Hispanic Society en El Prado.

Como el queso azul y los platos muy picantes, los veranos en la capital no están hechos para todos los gustos. El truco está en no pasarse las madrugadas peleándose con las sábanas y el ruidito del camión de la basura, sino en dejarse llevar a las terrazas y a las verbenas madrileñas, que es donde hay que estar en agosto. Lástima que este año me lo pierda. Porque yo sí que estoy de vacaciones, muy lejos de aquí. Ja.