En Tarifa el atún es anterior a la tabla de surf. Por si alguien os pregunta.

Aquí debería concluir el artículo, pero se me quejarían los del verano en las Maldivas y cercanías. Tarifa es antes atún que kite, por eso hay que estar en El Melli.

El Melli, en mi verano, es Ramón. Una noche a gusto en El Melli casi alcanza a tres de Antonio Lucas en Silos. Cada cual encuentra la profundidad del ser donde se le pone a tiro, qué mejor que en un atún recién salido, vuelta y vuelta. Delicado, fino: sabroso. Para comerlo al punto, dejen ya de cortarlo que se enfría.

La primera vez que vine a Tarifa, para cortejarme, la familia política me pidió chicharrones. Mal, muy mal. Error. Supongo que tendré más hechura de chicharrón, que por aquí hablan maravillas, pero no se equivoquen: el atún. Ellos no volvieron a equivocarse jamás. (No sin mi familia política, Juan T.).

Ramón El Melli tiene la sabiduría y el compás del buen tabernero. El último que conocí de ese palo fue Toñín, en El Antiguo de San Sebastián. Cumbre. Morantista (véngase arriba, maestro, que no se le oye) y blanco de viaje de miércoles gélido a la Copa de Europa.

La conexión cliente-tabernero es uno de los misterios por teorizar. ¿Por qué te imanta el señor o la señora que te atiende detrás de la barra? ¿Sólo por el atún ahumado, sólo por el atún en manteca, por la media docena de ostras, por las patatas fritas en su punto, por el aroma de la corteza de limón y nada más? Dios dirá.

La gente viene, venís, mucho a Tarifa. Que si hace viento, que si unas compritas, que si la puesta de sol por Camarón como los susodichos maitines, que si la playa buena es Bolonia, que si el jardín en duermevela de las mejores cenas el Hurricane. En agosto hay unos atascos siglo XX en la N-340, de tal forma que cuando llegas has perdido la mesa reservada.

La playa de los Lances -se recomienda paseo y baño entre las 8.00 y las 10.00 a.m.- está cada año más llena: antes, hace poco, hacia el río desaparecía el personal. Ahora sólo sucede algunos días entre semana, y te das cuenta de que no hace falta empoderarse de una calita para disfrutar a solas. El Atlántico a tiro, despacito.

Al lado de este Melli, el de Ramón -el otro no le conozco-, está el bar Rico, al que mi familia política acuñó como El Feo para distorsionar la realidad porque muy cerca abrió tiempo después el auténtico Feo. Un lío. (A ver si se van a pensar, de todos modos, que aprovecho para ajustar cuentas con mi familia política, descubridores ochenteros de este pueblo cuando aquí no paraba nadie).

En mi Feo, el bar Rico, el atún plancha se cocina a la manera casera tradicional, con sus rodajas de tomate y su cebolla picada. Lo aborrecen los más finos. Lo que no quita para ensalzar su solera más allá de los cánones. Adviértase que sirven, como contrapeso, una carne con tomate bíblica. Y tienes al ladito los tranvías recientitos de Bernal: mamma mia.

Volvamos a Ramón: él, y su atún, y su hijo larguirucho y socarrón, es Tarifa.

Y como casi ninguno jugáis al golf, os quedaréis sin conocer Montenmedio.