Sobre la final de lanzamiento de martillo que se disputa este viernes en el Mundial de Atletismo de Londres se puede asegurar una cosa: ganará un polaco. Se puede asegurar otra cosa: el segundo clasificado también será un polaco. Se puede asegurar otra cosa más: pese a que el polaco 1 (Pawel Fajdek) y el polaco 2 (Wojciech Nowicki) están protagonizando una de las mejores temporadas que se recuerdan en la disciplina (tienen 13 de las 15 mejores marcas del año, 12 por encima de 80 metros), ninguno pondrá en riesgo el bestial récord del mundo de uno de los grandes nombres de la historia de los lanzamientos, el soviético Yuriy Sedykh.

86.74 metros. Un récord fruto de su tiempo, conseguido en Stuttgart el 30 de agosto de 1986, y celebrado sin especial efusividad. En aquel momento, Sedykh y Sergey Litvinov rivalizaban por la hegemonía soviética de la disciplina y las plusmarcas mundiales acostumbraban a caer a pares en cada meeting. Sin embargo, nunca llegaron más allá. El 86.74 de Yuriy Sedykh puso punto y final a una rivalidad subrepticia, proclamó a un campeón eterno y premió para siempre su originalidad.

Igual que Dick Fosbury revolucionó el salto de altura cuando empezó a superar el listón de espaldas, como hoy hace todo el mundo, Sedykh fue uno de los primeros atletas en dar tres vueltas antes de lanzar el martillo, en lugar de cuatro. Eliminando esa vuelta en una modalidad de lanzamiento que depende más de las matemáticas que de la fuerza bruta, Sedykh se arriesgaba a perder un 30% de aceleración y por tanto de potencia de salida del martillo. Sin embargo, la ciencia dice también que en el cuarto giro el atleta apenas tiene control sobre su cuerpo, y que era en este volteo en el que se producían los errores técnicos que más lastraban posteriormente los lanzamientos.

A todas estas conclusiones pudo llegar Yuriy Sedykh, un chaval nacido en Novocherkask, cerquita del mar de Azov, después de ser reclutado por el ejército de ojeadores del sistema estatal soviético, y tras ser trasladado a Kiev para entrenar con todo tipo de lujos. El aislacionismo que practicaba la URSS con sus ciudadanos no se aplicaba a sus jerarcas, ni tampoco a sus atletas, que pasaban por ser armas de propaganda masiva de primer nivel. Cada oro un hito, cada récord un puñetazo al estómago de los Estados Unidos, donde el partido mandaba a Sedykh, y a otros tantos, para volver cargados de ropas occidentales y alimentar un poco su espíritu sobreentrenado.

El récord del mundo de Sedykh no se batirá por una simple cuestión de recursos: de los atletas que esta noche compiten en la final de Londres, ni siquiera la mitad se ganan la vida a tiempo completo con el lanzamiento de martillo. A ninguna nación del siglo XXI, ni siquiera a Polonia, le interesa demasiado cuánto de lejos se mande el aparato. A día de hoy, los concursos de lanzamiento en las grandes competiciones internacionales se emiten enlatados, en diferido, entre carrera y carrera, como contenido de relleno al que ofrecen las estrellas de la velocidad y el fondo. Ya no es rentable captar a un preadolescente, alejarlo de su familia y proporcionarle una vida entera alrededor de un solo objetivo. Obviamente.

Sólo una vez Sedykh temió por su récord. Fue el 3 de julio de 2005, cuando el bielorruso Ivan Tsikhan mandó el martillo a 86.73 metros de distancia, sólo un centímetro por debajo de su plusmarca. Dos décadas después, revivía una rivalidad inagotable. No por Tsikhan, sino por su entrenador, Sergei Litvinov, que empujó a su pupilo durante años a batir el récord que a él se le quedó en el cuerpo. El final se lo pueden imaginar: siete años después, en 2012, el Comité Olímpico Internacional probó que Tsikhan había competido dopado en Atenas 2004, con altos niveles de testosterona, y suspendió todos sus resultados entre 2004 y 2006. Adiós a la amenaza.


Este artículo forma parte de la serie ‘Los récords que no se batirán en el Mundial de Atletismo de Londres’: