La masacre represiva de las autoridades chinas en Tiananmén fue silenciada e ignorada por el todopoderoso Partido Comunista. Por eso en el cuadro que abre este artículo de Wang Xingwei titulado Nuevo Pekín  hay dos pingüinos, un animal sin ningún significado en la cultura china. La obra toma como referencia una imagen que se hizo conocida tras los incidentes de Tiananmén, y en la que varios jóvenes trasladan a dos estudiantes chinos heridos a bordo de un triciclo.

Es una imagen de Arte y China después de 1989. El teatro del mundo. Es el pulso más intenso jamás tomado al arte chino. Al más crítico y al que no lo es tanto. Comenzó a palpitar con fuerza tras los sucesos de Tiananmén en 1998 y alcanzó su esplendor dos décadas después, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekín, el gran escaparate internacional de la nueva China, de la potencia mundial. Veinte años de evolución plasmados en una exposición con 120 obras de más de 60 artistas y que desde mañana y hasta el 23 de septiembre exhibirá el Museo Guggenheim de Bilbao.

La muestra ya ha sido expuesta en el Guggenheim de New York y desde la capital vizcaína viajará tras el verano a San francisco. Se trata de la sexta exposición que la pinacoteca bilbaína dedica al arte asiático y la tercera que de modo específico dedica a China.

La larga y variada lista de obras muestra el empeño de los autores chinos por forjar una realidad “libre de ideología” para reforzar el papel del individuo frente al colectivo, “para dar forma a una experiencia contemporánea en China según una perspectiva universal”, aseguran sus promotores. La mayor parte de los autores no reside en China. Sus trabajos son una expresión de un periodo muy singular en todo el mundo pero en especial en el gigante asiático, entre el final de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín y el desarrollo de la globalización que acentuó el ascenso de China hasta convertirla en una potencia mundial.

Ai Weiwei en su famosa performance en la que deja caer un jarrón de la dinastía Han, 1995.

A lo largo de seis salas se distribuyen multitud de pinturas, performances, fotografías, instalaciones, videoarte y proyectos “comprometidos” como un reflejo de artistas que actúan “como observadores críticos” pero también como agentes activos de la “eclosión de China” y que ha transformado el país en los últimos años.

La muestra refleja el arte en el periodo que va desde Tiananmén en 1998 hasta los Juegos Olímpicos de 2008, veinte años que han transformado China

En la exposición se incluyen algunas de las más polémicas piezas y que provocaron un profundo revuelo en New York por la utilización de animales. Sin duda, la más significativa es la que da nombre a la exposición, El teatro del mundo, de Huang Yong Ping, que reside en París. En ella se muestra una jaula que en su interior alberga insectos y reptiles vivos que a modo de metáfora quiere reflejar la globalización. La utilización de animales en esta pieza, así como en otra, un vídeo que no se muestra en Bilbao Perros que no pueden tocarse –en la que dos pit bull atados corren de forma paralela sin poder tocarse-, provocaron un profundo rechazo de colectivos de protección de animales en Estados Unidos. Tanto que forzaron a que el Museo retirara los animales del interior de la obra.

Sin censura

En la exposición de Bilbao sí se incluye una tercera obra que también suscito rechazo, un vídeo en el que dos cerdos copulan, Un caso de estudio de transferencia, de Xu Bing.  Obras que el director del museo, Juan Ignacio Vidarte ha defendido que sean expuestas no sólo porque se ha velado por el respeto a los animales, sino por la defensa de la libertad de expresión de sus autores, “de no hacerlo nos estaríamos censurando”, ha afirmado.

La comisaria principal de la muestra, Alexandra Munroe, responsable de arte asiático en el Guggenheim de New York, ha destacado el valor singular de esta exposición, “la más grande sobre arte experimental chino jamás vista”. Ha señalado que se trata de una muestra “fresca e interpretativa” de la historia china de las últimas dos décadas, en un contexto muy particular, como es el suscitado entre 1998 y 2008 y visto “desde la lente de los artistas chinos”. Ha confiado en que con ella se pueda comprender mejor el trasfondo del arte chino, “que en muchos casos ha sido malinterpretado”.

Mao Zedong Red Grid No2, de Wang Guangyi

Un periodo con dos puntos de inflexión claros en la historia reciente del país asiático que según Munroe despertó una nueva conciencia crítica. Considera que en occidente y en Europa en particular “existe la percepción de que todos los artistas chinos son disidentes y no es así, en esta colección sólo uno lo es, Ai Weiwei”. Otro de los comisarios, Philip Tinari añade que actualmente los artistas en China pueden presentar sus obras sin problemas, “hay una percepción en occidente de que no tienen libertad de expresión, pero ellos han podido superar las limitaciones” hasta hacer del arte “una herramienta para la crítica”.

El Guggenheim incluye dos obras que el museo de New York tuvo que modificar por las críticas por emplear animales

La sala que introduce Arte y China después de 1989: El teatro del mundo la integran fundamentalmente la obra El Teatro del Mundo, de 1993 y la obra El Puente se muestran como una metáfora viviente de “la naturaleza moderna del caos”. Otras de las grandes piezas de este primer espacio de la exposición es el ‘Mapa del teatro del mundo’, obra de Qiu Zhijie encargada por el Museo Guggenheim al autor y en el que muestra la historia política y cultural de China y el mundo desde 1980 hasta la actualidad.

En una segunda sala se apuesta por mostrar el arte más conceptual y experimental del arte chino, que floreció en los tiempos de la reforma y el aperturismo liberal de Deng Xiaoping. En ella se pueden ver algunas de las obras que se exhibieron en la exposición China/Avant-Garde en 1989 para cuya promoción se empleó la señal de tráfico “prohibido cambiar de sentido” y que da nombre a la sala.

El recorrido también incluye un apartado dedicado a autores críticos que pusieron en tela de juicio a los sistemas autoritarios, incluida la burocracia o incluso el lenguaje.

El joven Young Zhang, Zhao Bandi.

El joven Young Zhang, Zhao Bandi.

Autores críticos

A comienzos de la década de los 90, cuando Den Xiaoping lanzó su campaña para liberalizar la economía china, se activó un nuevo tiempo de capitalismo de libre mercado y de neoliberalismo en un país que hasta entonces apenas lo había vivido. Un movimiento que sin embargo supuso terminar con los sueños de una transición hacia la democracia y la implantación de una nueva forma de autoritarismo. China se convirtió en “la fábrica del mundo”. Una transformación social y nacional que suscito numerosas tensiones que quedan patentes en muchas de la obras que desde este viernes exhibe el Guggenheim.

Una de las muestras mayor carga crítica hacia la tradición y actual modelo político en China es la que firma Ai Weiwei, el artista disidente, quien tras una década en New York, a comienzo de los 90 regresó a su país para realizar una performance titulada Dejar caer una vasija de la dinastía Han. Una crítica directa a los sistemas de valores culturales que siguen vigentes en China.

La identidad, la diáspora y la globalización son los temas más recurrentes en su trabajo.

Otro bloque de piezas lo conforman obras de artistas que salieron de su país y se instalaron en el extranjero. La identidad, la diáspora y la globalización son los temas más recurrentes en su trabajo. Es el caso de Chen Zhen, artista afincado en París que en 2000 creó Alumbramiento apresurado, un dragón retorcido de veinte metros de longitud creado con ruedas de bicicleta colgadas del techo. El animal lleva en su vientre numerosos coches negros que le provocan fuertes dolores. Una crítica a la globalización en el país por la colonización del automóvil que amenaza con extinguir su cultura de la bicicleta.

El cambio social que supuso en 2008 los juegos olímpicos y el impacto que la extensión de Internet ha tenido en el país es otro de los ejes de la exposición. Arte y China después de 1989: El teatro del mundo finaliza con una sala dedicada a los incidentes de Tiananmén el 4 de junio de 1989. La instalación principal es de Gu Dexin, titulada 2009-05-02 en la que a través de 38 paneles con un llamativo texto rojo se componen once líneas de texto en las que se confiesan atrocidades, incluida una que dice “hemos comido a gente”.