Ha sido protagonista de guerras, invasiones, conquistas y naufragios. De novelas, poemas, ensayos. De vidas enteras, de nuevos comienzos y de muchas muertes. De nuestra historia, nuestra economía y nuestras vacaciones. El mar llega a España por 7.900 kilómetros de costa, es nuestro buque insignia y es quizás uno de los grandes olvidados porque cuando hablamos de él, la mayoría solo se refiere a la parte ociosa: las playas.
Noemí Sabugal (San Lucía de Gordón, 1979) escribió antes de la pandemia lo que sería la gran crónica de la minería. En Hijos del carbón contaba a su familia pero también a un país y ahora ha querido hacer lo mismo pero con el mar. "España es casi una isla. Si hubiera una línea de puntos por los Pirineos y cortáramos, nos convertiríamos, junto con nuestros vecinos portugueses, en isleños. Incluso los habitantes de las provincias del interior lo serían, aunque nada parezca menos propio de una isla que los extensos campos roturados de la meseta Central. Esta casi insularidad ha marcado y marca la historia de sus regiones", asegura en la introducción de Laberinto mar (Alfaguara) donde nos cuenta a través de nuestras costas.
"He estado tres años y medio investigando y recorriendo estos lugares. Al principio, me interesa mucho el mundo laboral, porque el trabajo nos determina o determina muchas cosas, pero al final vi que el tema de la pesca iba a quedar escaso si quería contar lo que es el mar en España", asegura Sabugal en una entrevista a El Independiente. Y al final ha querido contarlo casi todo, aunque confiesa que es un tema inabarcable, y ha ido desde lo laboral a lo turístico, pasando por la historia, la sociedad y hasta el duelo mientras recorría los kilómetros de costa.
Porque para Sabugal, "nuestra historia, la de nuestra país, está ligada a ser un territorio marítimo". "Es una teoría poco original, lo sé, pero a veces se nos olvida que América habla español porque tenemos mar, que este ha condicionado lo que somos y que incluso todavía hoy, con el turismo, lo sigue haciendo; aunque esto haya provocado que no pensemos en el mar sino sólo en la playa", asegura.
Y nos lleva a su primera idea, la del trabajo. Hace un pequeño recorrido histórico, nos lleva por los pueblos, por las familias, hasta por los cementerios para contarnos a los pescadores. Llega al ahora para ver cómo viven y cómo ven el futuro más cercano y nos muestra la muerte anunciada de una profesión que pierde adeptos generación tras generación. "Es una cuestión importante, nuclear. Todos los pescadores con los que he hablado lo han mencionado pero es que con fijarse un poco ya te das cuenta. Muchos de los lugares que antes eran pesqueros, ahora son puertos deportivos. El sector de la pesa está muy preocupado por el reemplazo, los pescadores que tenemos ahora son africanos, tenemos muchos senegaleses en el País Vasco o caboverdianos en Galicia, ya no pasa de padres a hijos", explica Sabugal.
Y llega a la parte más trágica del mar, que no son menos barcos de pesca sino menos hombres. Y aunque empieza por los naufragios históricos, por las grandes perdidas cuando coger un barco significaba hacerlo en masa para poder salvar la vida, termina contando el hundimiento que no hace mucho llenó páginas de periódicos y que hoy hemos olvidado: el del Villa de Pitanxo. "Estar con las viudas te hace ver la dureza de lo que ocurrió y cómo aún están esperando el juicio. El gran problema que tiene el mar, y lo voy a comparar con la mina que es lo que conozco, es que se traga los cuerpos y sin cuerpo es muy difícil hacer el duelo", asegura.
Un tema que, dice, tendríamos que tener en cuenta también en otro tipo de naufragios. "Ahora recibimos muchísima migración por el mar y este es un cementerio inmenso. Se mueren muchísimas personas, se las traga y es algo terrible. Aquí, en esta parte del libro, me gusta decir que nuestro país fue migrante durante todo el siglo XX y esa migración está en la historia familiar de muchísimos españoles", comenta y añade que "esa memoria tenemos que refrescarla para tratar lo mejor posible la cuestión migratoria porque la nuestra tampoco fue siempre regular, se 'colaban' en barcos pesqueros y se supera el aforo, por eso cuando ocurrían estos naufragios no se sabía ni el número de fallecidos... A algo nos tiene que recordar".
Playas de verano y playas de locos
Pero este ensayo no es sólo sobre la furia del mar y sus consecuencias sino también sobre cómo nos atrae y nos amansa. "La relación con el mar tiene muchos niveles a parte de los que hemos hablado: el del ocio es uno y el de la curación es otro", dice en referencias a las llamadas "playas de los locos" que hay por España. "Allí se llevaba a personas de los sanatorios porque se creía que el mar curaba la locura, había tratamientos de hidroterapia muy salvajes o la creencia de que las olas más grandes eran las más eficaces", recuerda.
Pero aclara que quitando "estás teorías que no tienen ningún tipo de base científica", sí que el mar tiene un efecto "tranquilizador". "Creo que la contemplación del agua nos transmite cierta calma y bañarse produce una suspensión del pensamiento, eso es el gran poder que tiene la naturaleza, el mar como elemento natural", explica.
Pero cree que al verlo solo como ocio, al hacerlo desde la toalla, perdemos la perspectiva de lo que alberga. "No somos capaces de ver el efecto que tenemos en él aunque cada vez más científicos están levantado la voz ante este problema. Ahora, quizás, se están dando más pasos porque vemos como la pesca se reduce por aumentos de temperatura, que el mar se llena de plásticos... Nos entra el miedo", asegura. "Si miras las estadísticas, el porcentaje de zonas protegidas ha crecido mucho. Se ve que hay un compromiso de proteger más y eso es gracias a las conexiones que se han creado entre científicos y pescadores. Pero, aunque no quiero ser catastrofista, del mar comemos y cada vez beberemos más, o tomamos medidas o las consecuencias serán muy graves".
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hace 4 semanas
Soy nativo de La Coruña, descendiente de muchas generaciones de coruñeses; mi barrio Monte Alto, ya lo dice todo, es la parte más elevada de lo que fue casi una isla. El mar desde mi casa se veía desde todos los ángulos, desde el mar abierto hasta la Ría y casi la entrada del puerto; los barcos que entraban y salían desaparecían y reaparecían entre las gigantescas olas como por encanto, y mi angustia permanecía porque mi padre era marinero. Duró hasta los 21 años, en que abandoné mi ciudad. En mis diferentes domicilios siempre huí del «con vistas al mar».