Durante décadas, el mundo del deporte en general, y del tenis en particular, consideraba que el sueco Björn Rune Borg no era humano. ¿Cómo iba a serlo? Su dominio sobre el circuito mundial era aplastante y nunca se vio emoción alguna que hiciera pensar a espectadores y rivales que debajo de su escandinava piel no había una estructura metálica indestructible.

Entre 1973 y 1981 Borg puso a su nombre 64 torneos de la ATP, incluyendo cinco Wimbledon y seis Roland Garros. Ganó ambos de forma consecutiva durante tres años, algo que todavía nadie ha batido.

Durante 109 semanas no hubo ningún tenista en el mundo mejor que Borg, apodado Iceborg por su carácter frío. Cuando tenía 15 años, su entrenador, Lennart Bergelin, le hizo prometer que nunca mostraría emoción alguna sobre una pista pista de tenis. Y lo cumplió.

Sin embargo, 1981 fue un año complicado para Borg. Venía de ganar su quinto Wimbledon consecutivo, aunque en la final lo pasó muy mal para acabar haciéndose con el título. La presión y el acoso de fans y medios se sumó a una forma de ser tan maniática que a su lado Rafa Nadal parece un tenista anárquico: siempre el mismo coche, la misma habitación, las mismas raquetas, sus padres sólo podían verle jugar cada dos años y debían llevar la misma ropa todo el torneo...

Tras años dominando la escena del tenis, a Borg le salió un antagonista, de esos que forjan rivalidades legendarias. John McEnroe no podía ser más opuesto a él: nacido en Nueva York, el tenista estadounidense no tenía problemas en mostrar sus sentimientos en la pista. De hecho, su verdadero desafío consistía en no insultar al árbitro, al rival y al público antes de que el primer set se hubiera acabado.

McEnroe fue el derrotado en la final de Wimbledon de 1980, pero 12 meses después se tomó una justa venganza con un triunfo en cuatro sets. Ese partido también supuso el principio del fin para Borg, que se retiró al final del año cansado de pelear contra patrocinadores y organizadores, y agobiado por la presión de fans y medios de comunicación.

Una rivalidad de cine

El duelo entre McEnroe y Borg no era una pelea entre dos tenistas, eran dos estilos y dos formas de ser y de ver la vida totalmente opuestas. El estadounidense, criado en una familia de clase alta y exigente, nunca consiguió controlar sus sentimientos, algo que Borg dominó a la perfección.

El sueco tenía la fama y el reconocimiento que Big Mac ansiaba, harto de que las entrevistas versaran sobre su gran rival, pero el norteamericano gozaba de la libertad y la ambición del que todavía tiene mucho por demostrar.

La rivalidad la ha llevado al cine el director danés Janus Metz Pedersen en una cinta que se ha estrenado en España este mismo viernes 11 de mayo. No es fácil hacer una película deportiva, pero Pedersen logra captar la esencia de ambos tenistas y forma una historia con la que cualquiera es capaz de empatizar y diferenciar bien cómo eran ambos.

A eso ayudan, y mucho, los interpretes de ambos. El sueco Sverrir Gudnason da vida a su compatriota, mientras que es Shia LaBeouf el que hace lo propio con el suyo. Tras desaprovechar la vitola de próximo fenómeno de Hollywood que muchos le colgaron a éste último, parece que vuelve a encauzar su carrera con un convincente papel.

Cuando apenas tenía 26 años Borg dejó el tenis y, con su marcha, privó al mundo de una rivalidad que tenía todavía muchos capítulos por recorrer. El sueco no era un hombre sencillo, pero tampoco la máquina que se le consideraba. Al final se demostró que sí, Borg era humano.