Lleva enganchado al cine desde que tenía uso de razón: recuerda haber visto su primera película con tres años y era una de adultos, El fantasma de la ópera (1962), de Terence Fisher, emitida por TVE el 14 de octubre de 1978. David Felipe Arranz es periodista, filólogo y profesor de periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid y está convencido de que, como dice Stanley Cavell, el cine puede hacernos mejores. Su último libro, Indios, vaqueros y princesas galácticas (Pigmalión), trata de cómo el cine va cincelando en el espectador un espíritu rebelde, un carácter que considera necesario para que funcionen las democracias modernas.

Defina al rebelde

El rebelde es el que desafía a la “autoridad”, especialmente si esta flaquea en el cuidado de la ciudadanía: entonces el inadaptado, simplemente con su actitud, impulsa el cambio social y es tenido por un visionario, un desequilibrado y un individuo incómodo al poder, que desarrolla  sus resortes para amordazarlo. El dramaturgo Eugène Ionesco decía que pensar a contracorriente es heroico y decirlo, una locura. Pensemos en Espartaco, de Stanley Kubrick, por ejemplo, escrita por el genial y represaliado Dalton Trumbo: un canto a la libertad en tiempos oscuros y que cobra la máxima vigencia en estos días. Toda borrachera de poder conduce de cabeza a regímenes de tintes totalitarios, como el del Imperio Romano.

¿Es “peligroso” ver buen cine?

Es enriquecedor, inteligente y desarrolla el sentido crítico. Por lo tanto, puede ser peligroso para aquellos que no desean que el ciudadano piense un poquito. Estoy pensando, por ejemplo, en todos aquellos “desobedientes” cuyas proezas cambiaron el mundo, como Shakespeare, Julio Verne, H.G. Wells, H. Rider Haggard o George Orwell, cuyas magníficas adaptaciones al cine están jalonadas de heterodoxos que dieron un vuelco a situaciones injustas, impulsaron revoluciones o derrotaron a tiranos de reinos perdidos.

¿Hay muchas mujeres rebeldes en su libro?

Las hay necesariamente, por cuanto en la mayoría de los casos, constituyen un pilar de la trama. Pienso en la Dallas (Claire Trevor) de La diligencia de John Ford, la prostituta que en el original de Guy de Maupassant pasa la noche en una posada con un oficial prusiano, soportando después todas las burlas de los pasajeros de la diligencia. Lo mismo sucede en la película de Ford, en la que el pasaje que le niega el pan y la sal. Dallas está compuesto de tahúres, representantes de bebidas alcohólicas, médicos borrachos y malversadores de bancos. Sucede en la vida real: el corrupto se dedica a dar caza y a difamar al hombre que ha cometido algún tropiezo. Ya lo advertía fray Luis de Granada en su Guía de pecadores (1567), y con la que Fernando Fernán-Gómez abre la excepcional y trágica El mundo sigue: “Verás maltratados los inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos…”, aserto que a fray Luis le costó más de un encontronazo con el Santo Oficio. Ahora lo que padecemos es una Neoinquisición revestida de servicio a la ciudadanía, que consiste en amordazarla sin que se dé cuenta: el sistema sigue “depurando” a las personas enteramente libres.

¿Las princesas galácticas de George Lucas son rebeldes?

En efecto, son necesariamente rebeldes. Pero podríamos hacer extensiva esa etiqueta a toda heroína verdaderamente inconformista y que se juega la vida en las grandes películas. La princesa Leia Organa (Carrie Fisher) es una de ellas: pensemos en una Juana de Arco, en Juana la Loca, en sor Juan Inés de la Cruz… en España ese viaje lo ha hecho en el Teatro Español Aitana Sánchez-Gijón en Juana. George Lucas abre La guerra de las galaxias (1977) con un soberbio diálogo fotografiado por Gilbert Taylor entre una joven princesa desarmada y Lord Vader, en el que aquella lo acusa, clavándole los ojos, de aplastar a los seres libres de la galaxia, a pesar de saber que puede morir en cualquier momento. En las décadas siguientes, cineastas como Abel Ferrara con Ángel de venganza o Luc Besson con Nikkita, dura de matar, vuelven a la imagen de la pistolera del wéstern clásico.

¿Hubo muchas mujeres rebeldes en el wéstern?

Más de lo que la gente se piensa. Hay una leyenda urbana, sobre todo impulsada por los que no ven cine, de que la mujer en el wéstern clásico es un elemento decorativo: nada más lejos de la realidad. Pensemos en ese duelo interpretativo de Carroll Baker y Jean Simmons en Horizontes de grandeza, ganaderas disputándose la violencia que se supone es patrimonio masculino; las osadas Jane Russell de El forajido, la Yvonne De Carlo de Pasión y la Doris Day de Juanita Calamidad; y qué decir de las maquinaciones de Joan Crawford en Johnny Guitar o de Marlene Dietrich en Arizona, lanzándole las sillas a la cabeza a James Stewart, o en Encubridora, con la Dietrich de nuevo como terrateniente atizando el fuego entre sus hombres para mandarlos a paseo…

¿Y después, siguió habiendo mujeres rápidas sacando el revólver?

En los años sesenta fueron las Jane Fonda, Claudia Cardinale, Brigitte Bardot, Ann-Margret y Raquel Welch quienes disparaban mejor que los vaqueros en el género. Y actrices actuales como Andie MacDowell –Cuatro mujeres y un destino–, Sharon Stone –Rápida y mortal–, Hilary Swank –Deuda de honor–, Natalie Portman –La venganza de Jane–, Cate Blanchett –Desapariciones– o Nicole Kidman –Australia– no han dudado en colgarse un cinturón de cuero en la cintura y sacar unas pistolas para defenderse. Las tramas son más oscuras, más violentas, pero los personajes femeninos son herederos de las intrépidas pioneras que aparecen en La conquista del Oeste y que encarnan Debbie Reynolds y Carroll Baker. ¡Hasta Penélope Cruz y Salma Hayek sucumbieron al olor de la pólvora en Bandidas!

¿Hay rebeldes en todos los géneros?

Sí: en la comedia, el género bélico, las aventuras… incluso en el péplum bíblico. Pensemos en filmes de auténtica resistencia como El puente sobre el río Kwai, Doce del patíbulo o La gran evasión: los que rompen las líneas enemigas causándoles grandes bajas son rebeldes como los personajes a los que dan vida William Holden, Lee Marvin o Steve McQueen. Detengámonos en los inadaptados encarnados por Paul Newman de El largo y cálido verano, a partir de diverso material narrativo de William Faulkner, o de Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams, donde el protagonista encaja una tremenda paliza por parte del establishment. Lo mismo hemos visto en La ley del silencio o La jauría humana, en las que la comunidad hipócrita y corrupta, los sindicatos o los concejales tratan de liquidar al rebelde.

También Jesús de Nazaret y James Bond aparecen como rebeldes

¿Hay un mayor rebelde que el Jesús de Nazaret de Roberto Rosellini en El Mesías, que agita y sacude Palestina en tiempo de Tiberio? Martin Scorsese alteró la opinión pública con La última tentación de Cristo, adaptación de la novela de Nikos Kazantakis. Hay un “milagro” en el péplum, que reside en mantener su esencia testamentaria, mezclando y combinando los cuatro Evangelios. Pensemos también en la saga de James Bond y en la excepcional Spectre, con Léa Seydoux, cuando el agente secreto, rebelde entre los rebeldes, comprende el amor. Ni siquiera “M” es capaz de meter en vereda al enamorado, por cuanto un loco de amor es lo más subversivo que existe. Pensemos, salvando las distancias, en el Renacimiento, cuando el señor feudal perseguía por peligrosos a los locos de amor y los trovadores, estudiados por Martín de Riquer, que se negaban aceptar los matrimonios concertados y cortejaban a las mujeres casadas. 

¿Cree que el cine puede hacernos mejores?

Estoy absolutamente convencido de ello: no solo el cine, sino la cultura en general, porque lleva en sí misma el germen de la educación y de la hermandad entre los hombres, como lo creían Friedrich Schiller y Beethoven. La cultura es rebeldía en estado puro, provocación y la mejor vacuna contra el fanatismo y la manipulación. E insisto en el germen de la creatividad y la fascinación que lleva consigo: la cultura es un reto cuya superación te hace más sabio. En su libro Vuelo sobre valles oscuros, el austriaco Maximilian Schell, rebelde del cine y renacentista del siglo XX al que dedico muchas páginas, afirma: “Las palabras de Sócrates ‘conócete a ti mismo’ me parecen muy hermosas, pero no del todo correctas. Tal vez debería haber dicho ‘sorpréndete a ti mismo’”.