Constantino, Tino para su familia, se casó siendo ya Rey, el rey Constantino II de Grecia. Lo era, eso sí, desde hacía pocos meses, desde el 6 de marzo de 1964, cuando su padre, el rey Pablo, murió debido a un cáncer de estómago del que había sido operado hacía poco.

El joven monarca había subido al trono demasiado pronto (tenía tan sólo veinticuatro años) y entre los helenos cundía la sensación de que no estaba, ni de lejos, preparado para reinar en un país cuya situación política era siempre convulsa, frágil y peligrosamente delicada. Además, Constantino no destacaba como intelectual, mucho menos como diplomático. Más bien tenía imagen de playboy y juerguista, y se le conocía sobre todo por conducir descapotables a toda velocidad y por disfrutar de sonadas juergas hasta la madrugada. En el deporte, eso sí, había triunfado: en 1960 había ganado una medalla de oro en vela en los Juegos Olímpicos de Roma. También era un magnífico nadador y cinturón negro de kárate. Pero semejantes proezas deportivas, aunque destacables y fuente de orgullo nacional, no necesariamente lo iban a capacitar como Jefe de Estado.

Muchos en Grecia pensaron que una boda era perfecta para que sentara la cabeza y madurara de golpe. De ahí que aquel viernes 18 de septiembre de 1964, Atenas disfrutó de lo lindo de la boda de su Vasileus con una jovencísima princesa danesa de nombre Ana María y rostro angelical.

La historia de amor de Constantino y Ana María sólo se puede definir como de película romántica o cuento de hadas

Más allá de las connotaciones políticas, la historia de amor de Constantino y Ana María sólo se puede definir como de película romántica o cuento de hadas. Se conocieron cuando Constantino acompañó a sus padres, el rey Pablo y la reina Federica, a un viaje oficial a Dinamarca. El entonces rey danés, Federico IX, estaba casado con Ingrid (nacida princesa de Suecia) y tenía tres hijas: la princesa heredera Margrethe (aquí conocida como Margarita), Benedikte y Anne-Marie. Ésta última tenía tan sólo trece años por aquel entonces, aunque el príncipe Constantino no pudo dejar de fijarse en ella: era realmente una princesa de cuento, preciosa, con un rostro dulce y cabellos rubios.

De aquella primera visita no surgió nada más que una gran amistad y un bonito recuerdo, pero dos años más tarde Constantino seguía recordando a aquella bellísima princesa nórdica que se había convertido en una de las princesas más guapas de Europa. También en una jovencita muy bien formada: Ana María fue educada en la escuela N. Zahle, un centro privado de Copenhague, y luego pasó un año en la Chatelard School for Girls, un internado en Montreux (en Suiza), y otro en el Institut Le Mesnil, también en Suiza.

Gracias a su amigo el entonces príncipe heredero Harald de Noruega, Constantino pudo verse alguna vez a escondidas con Ana María. Pronto comenzaron a intercambiarse cartas de amor y, cuando el 14 de mayo de 1962, se casó en Atenas la princesa Sofía, hermana de Constantino, con el entonces príncipe Juan Carlos, futuro Rey de España, Sofía escogió a Ana María como una de sus ocho damas de honor para que pudiera verse con su hermano.

Para entonces, ambos estaban enamorados, aunque no lo sabía nadie más allá de sus amigos más cercanos. Él la iba a ver a Noruega alegando que había quedado con Harald; ella aprovechaba casualmente para pasar allí unos días con su institutriz. Él aprovechó uno de esos viajes para pedirle matrimonio; ella aceptó. El padre de la novia, el rey Federico de Dinamarca, exigió que la novia acabara sus estudios antes de hacer público ningún compromiso y pidió que no se casara hasta que no hubiera cumplido, mínimo, los dieciocho años.

Aí se hizo. Constantino y Ana María se siguieron viendo en secreto pero, pasados los años, pusieron rumbo a Suiza, donde creyeron que nadie los reconocería. Un fotógrafo les tomó unas imágenes mientras paseaban cogidos de la mano. En cuanto se publicaron, no les quedó más remedio que reconocer públicamente que estaban enamorados.

La boda quedó fijada inicialmente para enero de 1964, pero dado que el rey Pablo estaba muy enfermo para entonces (murió en marzo de 1964), la fecha tuvo que moverse

Fue la familia de la novia —o, más bien, la Corte Danesa— quien anunció el compromiso el 23 de enero de 1963. La boda quedó fijada inicialmente para enero de 1964, pero dado que el rey Pablo estaba muy enfermo para entonces (murió en marzo de 1964), la fecha tuvo que moverse.

Finalmente, llegó el mes de septiembre de 1964 y comenzaron las celebraciones pre-nupciales. Primero hubo unos cuantos eventos oficiales en Dinamarca: hubo una representación en el Teatro Real de Copenhague seguida de un banquete en el palacio de Christiansborg. A la mañana siguiente, el ayuntamiento de la capital recibía a los reales novios.

Poco después, los novios, junto con los reyes de Dinamarca y las princesas Margarita y Benedicta, partieron en el yate real Dannebrog hacia Grecia. En cuanto llegaron, se organizó una gran recepción en el Hotel Grande Bretagne, el más lujoso de Atenas.

El día 16 de septiembre hubo otro gran acto oficial: una gran cena de gala en el Palacio Real de Atenas adonde asistieron 1.600 personas. La princesa Ana María apareció radiante con un traje blanco y joyas espectaculares: era la primera vez que lucía el gran parure de esmeraldas gigantescas (en talla cabochon) que suelen portar las reinas de Grecia y que consisten en una tiara descomunal, un collar con esmeraldas y un enorme broche.

Finalmente, el día 18 de septiembre llegó. Los invitados —más de mil— se fueron instalando en la catedral de Atenas. Dado que se casaba un Rey con una futura Reina, la representación fue del máximo nivel: estaban, entre otros, los reyes de Bélgica, de Holanda, de Noruega, de Italia, de Rumanía, de Bulgaria, de Tailandia y Jordania, el duque de Edimburgo, los duques de Luxemburgo y los príncipes de Mónaco y Liechstenstein.

La novia (faltaban dos semanas para que cumpliera los dieciocho años) portaba un elegante y sencillo vestido diseñado por el danés Jorgen Bender

La novia (faltaban dos semanas para que cumpliera los dieciocho años) portaba un elegante y sencillo vestido diseñado por el danés Jorgen Bender. Era un traje de corte imperio, líneas rectas, con mangas tres cuartos y escote barco. El velo, de encaje irlandés, era el mismo que había llevado su abuela materna, la princesa Margarita de Connaught. La tiara también era de la abuela: se conocía como la “Khedive de Egipto”, estaba diseñada por Cartier y se llamaba así porque fue el regado que el Khedive de Egipto hizo a la princesa de Connaught por su boda.

Ana María completó el atuendo con un sencillo collar de donde colgaba una cruz. El gesto no era casual: como princesa danesa, se había criado en la fe protestante y había tenido que convertirse a la fe ortodoxa para casarse.

Los novios —él iba vestido de almirante— llegaron en carrozas tiradas por caballos a la Catedral Ortodoxa Metropolitana de Atenas. El arzobispo de Atenas, Chrysostomos II, fue quien condujo la ceremonia. La novia tuvo seis damas de honor: entre ellas estaba una jovencísima princesa Ana de Inglaterra.

Ya convertidos en marido y mujer —y ella en Reina de Grecia—, los nuevos esposos se montaron de nuevo en una carroza y recorrieron las principales calles de Atenas bajo una lluvia de pétalos de flores que entrelazaban los colores de la bandera griega y la danesa. Ciento un cañonazos, disparados desde el monte Lycabetos y desde buques del Pireo, anunciaron al mundo que Grecia tenía nueva reina.

Ya en el palacio real, se tomaron las fotos oficiales desde la escalera de honor (la misma donde se hicieron las fotografías Sofía y Juan Carlos). Luego todos disfrutaron de un almuerzo.

Los novios partieron a su luna de miel en Corfú, pero no se puede decir que fueran felices y comieran perdices. Sin que ellos lo pudieran intuir aquel feliz día, el destino les tenía deparado un golpe de estado y un largo exilio.