El gran enemigo histórico de los Borbones no ha sido la república o la guillotina, la revolución o el exilio, sino una familia de noble linaje, francesa para más señas: los Orléans. Ellos han sido quienes más han intentado boicotear a los Borbón y quitarles el trono, tanto en Francia como en España, a través de traiciones, complots e intrigas que podrían ocupar series enteras de televisión. Aunque también hay que decir que sobre esta familia se ciñe una terrible maldición: muchos de sus más ilustres miembros han muerto en horrorosas circunstancias. El caso que mejor lo ejemplifica es, quizás, Antonio de Orleáns, conspirador, traidor, enemigo acérrimo de Isabel II y padre de la famosa María de las Mercedes que se casó con Alfonso XII.

Los orígenes de los Orléans

Los orígenes de tan insigne e interesante familia se remontan al siglo XVII, a 1660 para ser exactos, año en que el rey Luis XIV de Francia, el famoso "Rey Sol", nombró a su único hermano, Felipe, duque de Orléans. Éste pasó sin pena ni gloria a la historia, pero su hijo, también llamado Felipe, ya probó lo que era estar en el trono: como su sobrino-nieto Luis XV subió al trono cuando aún era un niño (tenía cinco años), él maniobró para convertirse en regente. No sería la primera vez que moviera hilos para conseguir el poder: años antes, en plena guerra de Sucesión española, ya había intentado convertirse en rey de España desplazando del trono a Felipe V de Borbón. Al parecer, le acusó de no saber ganar batallas.

Otro destacado miembro de la familia, de nuevo otro Felipe, traicionó a la monarquía de tal manera que acabó votando a favor de la muerte en la guillotina de Luis XVI, el marido de María Antonieta. Él mismo, sin embargo, también acabaría con su cabeza rodando: lo acusaron de traidor y lo condenaron a muerte. Ya en el patíbulo, el verdugo intentó quitarle las botas, pero él gritó: "No perdamos el tiempo. Lo haréis más fácilmente cuando muera. ¡Terminemos cuanto antes!".

Su hijo, Luis Felipe, sí que llegó a ser rey de Francia. Después de que en 1830 una revolución derrocara a Carlos X, él se hizo con el poder. El marqués de Lafayette le ayudó a conseguirlo: le hizo salir a un balcón del Palacio Borbón con una bandera tricolor, símbolo de la revolución, un gesto que la muchedumbre aplaudió enfervorecida. No obstante, poco después, en 1848, otra revolución le costaría el trono. Él tuvo que salir a toda prisa de Francia y exiliarse en el Reino Unido. Luego, la familia se fijó en España.

El Orléans español

Luis Felipe tuvo varios hijos. El pequeño fue Antonio, duque de Montpensier, un hombre de gran inteligencia, habilidades militares y cierto encanto personal. Su padre quería que se casara con Isabel II, reina de España, pero el resto de potencias europeas conspiraron para que semejante boda no tuviera lugar. Una unión de tal calibre hubiese reforzado exponencialmente los lazos entre España y Francia, una opción que Inglaterra no pensaba tolerar.

Pero que Isabel saliera de los planes matrimoniales no quiere decir que Luis Felipe renunciase a sus aspiraciones al trono español. Por aquel entonces corría el rumor malintencionado de que la reina tenía una enfermedad mortal y se creía que no duraría demasiado tiempo, por lo que su hermana, la infanta Luisa Fernanda, se convertiría en soberana en pocos años. Incluso se pensó que el tema se dirimiría en escasos meses. Luis Felipe creyó a pies juntillas aquella mentira y se apresuró por casar a Antonio con la infanta.

Como todo el mundo sabe, Isabel II no murió en poco tiempo (en realidad siempre tuvo una salud de hierro) y Antonio se sintió defraudado. Pero no tiró la toalla: aprovechando que la política española era turbulenta en grado sumo y que la soberana no tenía ni idea de cómo esquivar los numerosos golpes, pensó que podría conspirar fácilmente contra ella y derrocarla. Pero en la corte se enteraron de sus planes y decidieron enviarlo lejos.

Destierro en Sevilla

Primero se le invitó a irse a Aranjuez con toda su familia y, más tarde, se les indicó que partieran a Sevilla. Allí se compraron el palacio de San Telmo, cercano al Guadalquivir, una antigua escuela naval que hoy sirve como sede de la Junta de Andalucía. Antonio de Orléans, duque de Montpensier, no sólo se dedicó a embellecer el lugar y a cuidar sus fincas, sino que creó una corte paralela, repleta de veladas literarias y políticos contrarios a Isabel II.

Además, desde Sevilla seguía muy atentamente todo lo que pasaba en Madrid. Varias personas de toda su confianza le informaban de lo que se cocía en el Palacio Real y de los rumores sobre los posibles padres de los hijos que iba teniendo la soberana. Antonio de Orléans tomaba buena nota de todos los escándalos y continuamente intentaba provocar conspiraciones. De hecho, estaba maquinando un gran complot para destronar a su cuñada y poner en su lugar a su esposa cuando asistió en Madrid a la boda de una de las hijas de Isabel II, la infanta Isabel (la famosa "Chata") con el conde de Girgenti.

Los detalles de la conspiración se descubrieron a tiempo y los Montpensier fueron expulsados de España. Se fueron a toda prisa a Lisboa. Mientras estaban en Portugal, estalló la revolución en España que le costaría el trono a Isabel II. Antonio de Orléans, ingenuamente, pensó que su gran oportunidad había llegado: estaba convencido de que el destierro de su cuñada implicaba matemáticamente la subida al trono de su mujer. Pero se equivocaba.

El largo exilio

A Montpensier le esperaba un largo exilio, pero ni aún desde el extranjero dejó de conspirar para subir al trono y e incluso se rumoreó que estaba detrás de intentos de asesinatos del general Prim. Semejantes actividades clandestinas, por supuesto, le costaron en alguna ocasión poner su vida en juego, como cuando se batió en duelo con el infante don Enrique de Borbón, otro cuñado de la reina Isabel II.

Mientras tanto, los acontecimientos políticos se sucedían vertiginosamente en España. Llegaba la monarquía de Amadeo de Saboya, luego se instauró la Primera República. Todo era tan caótico que, finalmente, se volvió a llamar a los Borbones, aunque no a Isabel II, sino a su hijo, Alfonso XII.

Padre de la novia

Lo más cerca que Antonio de Orléans conseguiría estar en el trono fue cuando una de sus hijas, María de las Mercedes, se casó con su primo Alfonso XII. Semejante unión, por supuesto, puso los pelos de punta a Isabel II, que no quería de ninguna de las maneras que su hijo se casara con la hija de uno de sus mayores enemigos. Pero, como en las películas, el amor triunfó.

Antonio de Orléans estaba pletórico con aquel matrimonio. Ya no que no iba a ser rey, al menos iba a ser el suegro del monarca y su consejero más cercano. Pero Alfonso XII, pese a su juventud y su falta de experiencia, no era un ingenuo, vio los problemas que le podía causar su suegro y decidió apartarlo de su vida.

Cuando, seis meses después de la boda, María de las Mercedes murió de tifus, Antonio de Orléans vio cómo sus sueños se desvanecían para siempre. Intentó desesperadamente que Alfonso se casara con otra de sus hijas, un movimiento que se truncó a tiempo. Lo que sí consiguió fue que uno de sus hijos, Antonio, se casara con Eulalia, la hermana pequeña de Alfonso XII e hija de Isabel II, una unión marcada desde el principio por el odio mutuo. Tan mal les fue que Eulalia se convirtió en la primera persona de la familia real española en divorciarse.

Últimos días

El duque siguió intentando conseguir poder hasta el último día. Pero poco a poco se alejó de los complots y se centró en gestionar su inmensa fortuna. Murió en Sanlúcar de Barrameda en 1890. Tenía 65 años. Cuando murió, se puso punto y final a una de las historias más siniestras pero fascinantes de la historia de España. La suya fue, sin duda, una vida de leyenda.