Letizia no ha tenido una semana fácil: el famoso almuerzo con su suegro, el emérito Juan Carlos, después de dos años de destierro en Abu Dhabi, debió ser un verdadero trago para ella. No es ningún secreto que suegro y nuera nunca se han llevado bien y que, en los últimos años antes de la abdicación de Juan Carlos, el odio (seguramente bidireccional) debió ser vitriólico y corrosivo.

Es más: las malas lenguas aseguran que Letizia fue --y continua siendo-- una de las personas que más presionaron para que la Casa Real rompiera cualquier vínculo, por minúsculo que sea, con el anterior jefe de Estado. Letizia impuso un verdadero cordón sanitario, un telón de acero entre su marido y el padre de éste. Volverlo a tener cerca le debió provocar poco menos que alergia.

Seguramente por ello, Letizia, que tenía una agenda esta semana bastante liviana con excepción de la inauguración de la Feria del Libro de Madrid y la celebración del Día de las Fuerzas Armadas, decidió dar un golpe de efecto. Mientras el emérito se divertía en regatas en Sanxenxo, Letizia decidía hacer pública imágenes de una reunión de preparación de uno de sus viajes más complejos a los que se ha enfrentado desde que su marido subió al trono: esta semana que comienza, el día 31 de mayo para ser exactos, se va de viaje de cooperación a Mauritania y estará allí hasta el día 2 de junio.

El jueves de esta semana, y contra todo pronóstico (no es normal que Casa Real difunda fotografías así), la Zarzuela hacía públicas imágenes de Letizia preparándose el viaje en una reunión a donde también estaban la secretaria de Estado de Cooperación Internacional (Pilar Cancela Rodríguez), el director de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo-AECID (Antón Leis García) y la directora de Cooperación con África y Asia (Carmen Magariños Casal). Para que entendamos la importancia de las imágenes: la única vez que habíamos podido ver imágenes así fue cuando Letizia dejó que la grabaran para un documental que se emitió en Alemania sobre su trabajo.

La semiótica era obvia para quien quisiera verla: mientras Juan Carlos se divertía, los demás sacaban la institución adelante con un trabajo constante y profesional. Letizia decidió sacar su cara más ejecutiva --esa cara que desde El Independiente hemos pedido y reclamado una y otra vez-- y poner los puntos sobre las íes. Ahora, venía a decir con ese gesto, el rey y la reina son Felipe y ella. El resto son el pasado. Un pasado que a Letizia le pesa como una losa y que no quiere recordar.

Una manera de pasar página

Letizia quiere pasar página. Y hacerlo rápidamente. El nuevo viaje de cooperación llega, casualmente, en el momento propicio. Será el séptimo viaje de cooperación que Letizia realiza desde que Felipe VI es rey. Recordemos que el primero que hizo fue en el 2015, cuando se desplazó a Honduras y El Salvador. El último fue en el 2021, en Paraguay, un viaje marcado por la insistencia de la reina por llevar el chaleco de cooperante internacional incluso para el almuerzo que le ofreció el presidente del país y la primera dama.

No es un viaje sencillo. A pesar de la abundancia de recursos naturales, la población de Mauritanaia es muy pobre y las violaciones de Derechos Humanos son continuos y flagrantes. La corrupción es rampante y las condiciones sobre el terreno son horrendas.

Mauritania es un país clave para la Cooperación Internacional española y la AECID actúa allí desde el 1995, cuando se pusieron en marcha los primeros programas para erradicar la pobreza. En el 1998 las acciones de cooperación dieron un salto cuando se estableció una oficina técnica y se pudieron ampliar las iniciativas de apoyo. Fue entonces cuando comenzaron trabajos para mejorar los procesos democráticos, la promoción económica de los grupos más vulnerables (sobre todo, en las áreas rurales) y la ampliación de servicios básicos (en especial, los de salud).

Una oportunidad de oro para Letizia

Letizia tiene una oportunidad de oro con este viaje, y no sólo en lo que respecta a pasar página con la reciente visita a España de su suegro. A Letizia, a pesar de los esfuerzos por su parte, los viajes de cooperación se le resisten, mientras que a su antecesora, la reina Sofía, los bordaba. Sofía era capaz de parecer solemne y ser próxima al mismo tiempo; de llevar alpargatas y pantalones de sport y seguir con un aire mayestático. Sofía preguntaba, sonreía, abrazaba a niños, se interesaba por cada cosa que le decían como si le fuera la vida en ella y dejaba a todo el mundo con un magnífico sabor de boca.

Letizia, por el contrario, no parece acabar de encontrar su sitio. Su primer viaje de cooperación (a Honduras) fue un perfecto desastre: fue vestida en varias ocasiones con joyas de tal valor (entre ellas, las pulseras Cartier que forman parte del joyero de pasar) que aquello parecía más un desfile de modas en una entrega de premios en Hollywood que de un viaje oficial para ayudar a los más desfavorecidos. En los últimos viajes, Letizia ha optado (con razón) por aparecer con una sencilla blusa blanca, unos pantalones de trekking y unas botas. También lleva el chaleco rojo de los cooperantes, aunque su obsesión por lucirlo ha llegado en ocasiones al paroxismo: en su último viaje, a Paraguay, no se lo quitó ni para el almuerzo oficial que le ofreció el jefe de Estado. Fue una falta de respeto enorme que levantó una gran polvareda a ambos lados del Atlántico y que ensombreció todo el viaje.

Técnicamente hablando, los viajes de cooperación se pusieron en marcha a finales de los noventa para que la presencia de la reina (entonces, la reina Sofía) sirviera para visibilizar los esfuerzos de la AECID sobre el terreno. Sofía lo comprendió a la perfección y actuó en consecuencia: todos los actos eran diseñados para que los programas de cooperación brillasen. El último viaje de cooperación de Sofía (en el 2014, a Guatemala) fue un ejemplo de cómo se debían hacer este tipo de desplazamientos: poniendo el foco en los más necesitados y en cómo los cooperantes internacionales se estaban dejando la piel para ayudar.

A Letizia, sin embargo, le cuesta que no se hable de nada más que no sea su ropa. Que no diga ni una sola palabra a la prensa, ni dé un solo discurso, ni siquiera hable a las cámaras de la Casa Real impide que haya mensajes claros. Todo son actos calcados a los que vemos cuando está en España: llegar, saludar a un séquito interminable, sentarse en una mesa, repasar papeles, asistir a reuniones de las que no trasciende ni una palabra, dar las gracias e irse. Todo robótico, increíblemente encorsetado y sin ningún interés mediático.

Es una lástima que la reina no utilice viajes así para dar discursos a favor de los derechos de las mujeres o para explicar datos o estadísticas de los países. O para transmitir lo que hacen los cooperantes. En el fondo, ése debería ser su trabajo: dar visibilidad. Desgraciadamente, nunca lo ha conseguido.

Esperemos que esta vez, al menos, sea diferente.