Tenía 21 años cuando aquella noticia le dejó impactado. Una explosión de gas accidental mató a 50 niños en un colegio público de Ortuella, en Vizcaya. Fernando Aramburu lo ha recordado de modo constante desde entonces. Más aún en su etapa de maestro. Han pasado 44 años y aquel impacto, aquel dolor le ha llevado hasta su última novela, El niño (Tusquets). Un relato sobre la vida después del dolor y la desgracia. Sobre su gestión en unos, en otros.

Aramburu lo ubica dentro de la fotografía de aquel País Vasco de los años 80 en el que la violencia terrorista y de Estado cubrió de penumbra familias, hogares y una sociedad en crisis industrial. Es su última aportación a la serie Gentes vascas. Sobre la memoria e intención del escritor donostiarra sobrevuela ya su posible próxima obra. Por ahora es sólo una idea, una carencia por cubrir en el relato de la memoria reciente de Euskadi: "Últimamente doy vueltas a un tipo de ciudadano que abundó en Euskadi y del que se ha escrito muy poco, esas personas que colaboraron con ETA sin ser militantes, el tipo que llamaba por teléfono para decir que fulanito estaba en el bar".

Pregunta.- La idea de esta novela le rondaba desde que era joven. ¿Por qué surge 44 años después esa necesidad de plasmarlo en una novela?

Respuesta.- El recuerdo de aquella tragedia de Ortuella lo he llevado siempre conmigo. Yo fui maestro de niños jovencitos durante 24 años. A esto se une mi voluntad de escribir novelas breves centradas en paisanos vascos, normales y corrientes, personas que recibieron la historia, que no la hacen. Este hecho, que nunca lo olvidé y me resultaba cercano, me interpelaba. Vi que había una posibilidad de transformarlo en una novela y el resultado es El niño.

P.- Es ella habla del dolor, de cómo gestionarlo, de su impacto, de convivir con él.

R.- Evito escribir novelas que lleven a una moraleja o a una interpretación única. Lo que hago es revivir, reconstruir la vida de un elenco pequeño de personajes a partir de un hecho trágico que ocupa sólo las primeras páginas del libro. Lo que a continuación viene es otra cosa que tiene que ver con el factor humano. Se muestra cómo repercute en las distintas personas, de acuerdo a su formación cultural, a su circunstancia psicológica, a un hecho determinado. Se muestran las diferentes estrategias vitales que adoptan los individuos para asimilar la desgracia, para buscar alivio o consuelo. Afloran episodios de la vida personal de estas figuras de ficción que se enfrentan a cuestiones laborales, matrimoniales, etcétera. Se construye un microcosmos representado por un puñado de figuras de ficción. Esa es la sustancia del tipo de novela que me gusta cultivar.

P.- ¿Cuántas veces se ha puesto en el lugar de lo que vivieron esas familias, ese municipio vizcaíno?

R.- Me documenté exhaustivamente sin acudir a Ortuella. No lo hice por respeto. No me parece bien incrementar el dolor de quien ya lo sufrió. Lo primero que hice fue acercarme de un modo personal al hecho. No voy como un cronista al lugar con la idea de elaborar un testimonio. He trazado un dibujo humano y para eso necesito sentir, escuchar y emocionar con los demás. Para mí, esto tiene prevalencia. Soy un novelista, no un historiógrafo. Mi documentación no solamente se limita al conocimiento de los hechos sino también a las reacciones de las personas, y eso fue particularmente emocionante, ver aquella ola de solidaridad. Una vez termina lo noticioso llega el momento de la intimidad y a eso no accedemos a menos que estemos implicados en el hecho o seamos vecinos o parientes de los afectados. Ahí empieza el trabajo de un novelista.

P.- ¿Ha hablado con las familias?

R.- No, no quise hablar con ningún afectado. Me pareció que lo que me pudieran decir interferiría en lo que yo estaba construyendo. Sí he escuchado muchas entrevistas con supervivientes que ahora son adultos o con familiares que perdieron un hijo, con médicos, sanitarios o especialistas en gas que se pueden consultar en internet.

P.- En Ortuella, ¿se han puesto en contacto con usted para presentar la novela?

R.- No, pero sí me han preguntado si daría entrevistas en Ortuella y dije que no, por respeto. Yo acudiría gustoso a Ortuella si recibiera una invitación oficial. Por mi cuenta no pienso ir con mi librito debajo del brazo. Me parecería una falta de respeto.

P.- La tragedia ocurre en 1980, en aquella Euskadi dura, con atentados, crisis industrial. ¿Aquella sociedad vasca se parece en algo a la actual? ¿Ya no queda nada de aquello?

R.- La Euskadi de 1980 y la de 2024 sólo se parecen en el nombre. Aquella era una Euskadi en blanco y negro donde los atentados se sucedían. Había mucha violencia y aún no estaba asentada la democracia. Ahora tenemos una Euskadi en color muy distinta que creo que ha superado un periodo histórico terrible. Los jóvenes que ahora tienen la edad que yo tenía entonces lo tienen más fácil. No tienen que educarse, desarrollarse en la cercanía de la violencia, la agresión continua, la bomba constante, la noticia luctuosa…

P.- ¿Cuál es la próxima historia que le ronda por la cabeza para la serie Gentes vascas?

R.- Últimamente le doy vueltas a un tipo de ciudadano que ha abundado en Euskadi y del que se ha escrito muy poco. Me refiero a esas personas que colaboraban con ETA sin ser militantes, el tipo que llamaba por teléfono para decir que fulanito estaba en el bar. Ese tipo de vecinos cómplices merecen algún tipo de narración. Estoy tratando de perfilar una obra literaria en este tipo de personas.

P.- Los chivatos…

R.- Sí, en parte, sí. Personas que por convicción o por rechazo personal se sumaron a ese mecanismo de violencia y contribuyeron a él de modo pequeño, pero fatal por su resultado. Es un asunto que me ha ocupado a menudo. Ahora estoy buscando una manera de contarlo.

P.- La pérdida de un ser querido del modo que sucedió en Ortuella o en atentados que sucedían semanalmente, ¿ se asemejan desde el punto de vista del dolor y su gestión?

R.- No soy un especialista en conductas humanas, pero es obvio que si la pérdida se produce por un accidente es más fácil de asimilar que si es por asesinato. Un asesinato supone que alguien ha buscado algún tipo de beneficio económico o político cometiendo el crimen. Ese es un agravante. Me pongo en el lugar de quien ha perdido un hijo en un atentado que luego celebran otros y eso me parece peor.

P.- Dice que el País Vasco actual es una Euskadi en color frente a la del blanco y negro de 1980. Que existan más de 300 asesinatos sin resolver, ¿no nos mantiene aún, al menos en parte, en una realidad en blanco y negro?

R.- En Euskadi sigue habiendo heridas abiertas. Pasan los años y cada vez será más difícil aclarar aquellos asesinatos de los que sólo conocemos el nombre de las víctimas. Una víctima nunca deja de serlo, aunque se le alivie el dolor con una recompensa en forma de justicia o verdad. No estamos en el paraíso, pero sí en una Euskadi más habitable que la que conocí cuando era joven.    

P.- ¿Diría que perviven heridas sin curar o mal cicatrizadas?

R.- Si uno conversa con víctimas del terrorismo se dará cuenta de que persiste el dolor. Su presencia en el debate social es prácticamente nula. Hay un enorme sector de la sociedad que da por terminada esa época y parece evidente que los jóvenes no están bien informados, no saben quién es Miguel Ángel Blanco, y no saben qué hechos ocurrieron en las calles por las que ahora festejan y pasean. En parte eso está bien porque no están sometidos a aquel ambiente horroroso que algunos conocimos, pero es una pena que tantos casos queden sin resolver o tantas personas que han sufrido queden desatendidas, sin un reconocimiento que no sea puramente retórico.

P.- ¿Quién es el responsable de ese olvido que se ha instalado en la sociedad hacia las víctimas?

R.- El olvido tiene un cómplice infalible que es el tiempo. Pasa el tiempo, mueren los testigos, vienen generaciones nuevas, con otros problemas… Pasaba con la generación de mi padre que venía con las batallitas de la Guerra Civil y a la tercera me empezaba a cansar, pese a que mi abuelo murió en esa contienda. Es ley de vida. El tiempo pasa.

P.- ¿Lo sucedido con la violencia de ETA ha entrado ya a la fase de batallita para las nuevas generaciones?

R.- Creo que es necesario seguir creando los testimonios que podrían formar parte de un banco de la memoria. No debe dejarse en los cerebros de las personas. El cerebro es frágil, olvidadizo y baja a la tumba con su dueño. Hay que crear museos, libros, filmotecas, colecciones de fotografías, hemerotecas, lugares con testimonios a los que puedan acudir los ciudadanos en el futuro. Yo procuro aportar mi granito de arena a través de la literatura.

P.- Los sondeos apuntan hacia un empate técnico con el PNV o incluso una victoria de la izquierda abertzale. ¿Cómo interpreta este hecho?

"Las elecciones las veo con distancia. Si el resultado que prevén las encuestas se hubiera producido en los años 80 me hubiera puesto a temblar de miedo. Ahora no me preocupa"

R.- Las elecciones las veo con distancia. Si estos resultados se hubieran producido en los años 80 me hubiera puesto a temblar de miedo. Ahora no me preocupan. Ninguno creo que tenga mayoría absoluta. Hay una tendencia a moderar los discursos y rebajar las expectativas y utopías.

P.- ¿Está Euskadi en un nuevo ciclo como se ha dicho? El relevo generacional parece evidente. ¿El cambio de época también?

R.- Estamos en un nuevo tiempo caracterizado por el pragmatismo. Es sorprendente escuchar a militantes de ciertos partidos políticos, que no hace mucho tiempo postulaban un país ideal e independiente, hablando ahora de seguridad social, de trenes, de cuestiones que son pura gestión social. En ese sentido, sí diría que hemos entrado en un nuevo ciclo más pragmático y menos dramático.

P.- Usted vive en Alemania. En España la polarización y la tensión política, la crispación parece haberse instalado. ¿Cómo se ve España desde fuera?

R.- La presencia de España en Centroeuropa es más bien reducida, con la excepción del deporte. Esa tensión política que existe en la clase política española se da prácticamente igual en otros países, incluso con mayor acritud en alguno de ellos. Vivimos como un final de la época de bonanza económica, del Estado de bienestar, frente a lo cual algunos reaccionan con posturas extremas. La UE ha perdido presencia geopolítica en el planeta. Ahora la voz cantante la llevan otros desde Asia, en lo económico y pronto en lo cultural y en otras facetas. Por eso no es raro que existan ciudadanos que viertan su frustración sobre su propio país. Es una reacción que veo en muchos lugares. Eso está siendo aprovechado por políticos de la extrema derecha para prometer una vuelta a una situación anterior que no volverá.