Another day. Another night. Otra noche. Otro día. Así se titula la gran exposición que el Museo Guggenheim Bilbao dedica a Barbara Kruger (Newark, 1945), una de las artistas más influyentes del arte conceptual contemporáneo, conocida por convertir el lenguaje de la publicidad en una herramienta de crítica social. La muestra, abierta hasta el 9 de noviembre, propone un recorrido inmersivo por más de cuarenta años de trabajo visual, textual y político. ¿Puede un eslogan ser una obra de arte? ¿Puede una obra de arte funcionar como un eslogan?
La exposición, comisariada por Lekha Hileman Waitoller, reúne una amplia selección de paste-ups, vinilos tipográficos, instalaciones audiovisuales y proyecciones digitales que envuelven al visitante en frases contundentes y colores de alto contraste. Es el universo Kruger en estado puro: un mundo de lemas en blanco y negro remarcados en rojo o verde, imágenes intervenidas, preguntas dirigidas al espectador/lector y una insistente invitación a pensar. Todo ello repartido por suelos, paredes y pantallas de la cuarta planta del museo bilbaíno.
"Ofrecen al visitante un ejercicio intelectual en el que leer, pensar y reflexionar", señaló Hileman durante la presentación. La directora del museo, Miren Arzalluz, destacó también la "mirada aguda e incisiva" de una artista que ha sabido analizar, desde dentro, los códigos visuales del poder: los del consumo, la masculinidad, la guerra, los medios de masas, la cultura de la imagen.
Obras 'traducidas' para el Guggenheim Bilbao
Kruger comenzó su carrera en los años 70 como diseñadora gráfica en revistas femeninas como Mademoiselle, experiencia que marcó profundamente su manera de entender la composición, la tipografía y el impacto visual. Desde entonces ha ido desarrollando un estilo que combina imágenes en blanco y negro con frases breves, a menudo irónicas o provocadoras, que interpelan directamente al espectador: Your body is a battleground –"Tu cuerpo es un campo de batalla"–, I shop therefore I am –"Compro, luego existo"–, We don’t need another hero –"No necesitamos otro héroe"–. Muchas de estas obras, que podrían haber sido vistas como piezas de propaganda o activismo callejero, han acabado expuestas en los grandes museos del mundo.
En Bilbao, parte de esos mensajes han sido adaptados al contexto local y traducidos al euskera y al castellano. La artista ha concebido especialmente para esta muestra una nueva pieza titulada Untitled (Camino), un recorrido textual por los pasillos del museo construido con vinilos adhesivos que conectan las diferentes salas. El resultado es una coreografía de ideas que el visitante pisa, esquiva o sigue, como si estuviera leyendo titulares en movimiento.
Acusar, enunciar, ironizar, desconfiar
Kruger no asistió a la inauguración, pero su presencia se siente en cada rincón del edificio de Frank Gehry. Sus textos no describen: acusan, denuncian, ironizan, invitan a desconfiar. "Tú crees en el poder de las palabras, pero no en su veracidad", podría ser una de sus sentencias. O quizá lo es. Como ha recordado Hileman, la exposición no responde a un contexto político inmediato –pese a las lecturas que vinculan parte de su obra con la era Trump–, sino a una constelación más amplia de temas que Kruger lleva décadas explorando: el abuso de poder, la construcción de la identidad, la desigualdad de género o el espectáculo del consumo.
En los últimos años, la artista ha sabido adaptar su lenguaje a las nuevas plataformas: sus mensajes se han proyectado en pantallas LED, han circulado como memes, han invadido redes sociales. Pero lejos de diluirse, su discurso se ha fortalecido. Como señalan desde el museo, "las piezas que presenta en el Guggenheim se abren a lecturas contemporáneas, y en algunos casos abordan específicamente cuestiones ligadas a la era de internet y las redes sociales".
En colaboración con Occident, que apoya la muestra como parte de su programa de promoción cultural, el museo ofrece aquí algo más que una retrospectiva: una experiencia de lectura activa, donde el arte se presenta no como una imagen que se contempla, sino como una pregunta que se lanza.
¿Es arte o cartelería? ¿Diseño gráfico o intervención política? ¿Ironía pop o advertencia seria? Las obras de Barbara Kruger viven en esa ambigüedad y cobran sentido en ella. Su fuerza reside en incomodar al espectador y convertirlo, de pronto, en sujeto del mensaje. Frente a la saturación visual del presente, Kruger no propone descanso, sino un tipo distinto de atención. No busca vender, sino hacer dudar. Y en ese gesto encuentra todavía su radicalidad.
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