Cabo de Trafalgar, 21 de octubre de 1805. La fecha habla por sí sola: en el contexto de las guerras napoleónicas, la batalla librada frente a las costas de Cádiz marcó un hito decisivo. Alejó la posibilidad de la invasión de Gran Bretaña por los franceses y sentó las bases del dominio inglés en los océanos. Mientras la población socorría a los náufragos arrastrados por el mar sin distinción de banderas, 27 navíos británicos se enfrentaban a los 33 buques de la flota franco-española. En poco más de seis horas, el combate dio la victoria a quienes, entre el oleaje y el humo de los cañones, enarbolaban la Union Jack, la bandera del Reino Unido.

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El enfrentamiento venía gestándose desde hacía tiempo. Reino Unido buscaba frenar la expansión de Francia, mientras Napoleón, recién coronado emperador, no estaba dispuesto a ceder. Aunque ambos países habían firmado la paz poco antes, el equilibrio era insostenible. España, bajo el gobierno de Manuel Godoy –y con un Carlos IV prácticamente ausente–, no logró mantenerse neutral y terminó aliada con Francia. A priori la balanza parecía inclinarse en contra de los británicos: eran dos contra uno, con menos barcos, casi la mitad de efectivos (18.000 frente a 30.000) y 420 cañones menos. Sin embargo, fue la Union Jack la que resistió mejor los cañonazos.

Una de esas banderas sale a subasta el próximo 1 de julio. Se trata de la que ondeó en el HMS Spartiate, navío británico destacado en la batalla, y que aún mantiene astillas de madera y fragmentos de metralla incrustados. Con tres metros y medio de ancho por dos metros y 32 centímetros de alto, es considerada la más importante de las tres banderas originales que se conservan de Trafalgar. Christie's estima que en la subasta de la próxima semana puede alcanzar un precio de entre 500.000 y 800.000 libras –entre 590.000 y casi un millón de euros–.

Union Jack que ondeó el HMS Spartiate en la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805
La 'Union Jack' que ondeó en el 'HMS Spartiate' durante la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. | Zaricor Flag Collection /Christie's

Las maniobras que propiciaron la victoria británica

La batalla se libró a medio camino entre Cádiz y el Estrecho de Gibraltar. Alrededor del mediodía, ambos bandos permanecían en tenso silencio. Fue el Fougueux francés el que disparó la primera descarga de 37 cañones. Al mando de la flota aliada se encontraba el almirante Pierre-Charles de Villeneuve; los británicos estaban dirigidos por Horatio Nelson, quien, con su acostumbrada astucia, apostó por una táctica basada en la observación paciente del enemigo.

Mientras la flota franco-española aguardaba el momento de atacar, Nelson ya había estudiado sus movimientos. Dispuso sus 27 barcos en dos columnas destinadas a cruzar perpendicularmente la línea enemiga y poder destruir así su centro y retaguardia antes de que la vanguardia pudiera siquiera acudir en su auxilio. Así logró invertir la desventaja inicial: al romper la formación enemiga, pasó a contar con superioridad táctica.

Mapa de la batalla de Trafalgar de Alexander Keith Johnson con el 'Spartiate' señalado.
Mapa de la batalla de la batalla de Trafalgar de Alexander Keith Johnson y la posición del 'Spartiate'.

La aproximación fue arriesgada, pero calculada. Los cañones británicos operaban a distancias más cortas, en ocasiones con disparos prácticamente a quemarropa. Aprovecharon las nubes de humo para acercarse sin ser vistos y alternaron cargas pesadas, capaces de atravesar un barco de lado a lado, con otras más ligeras, cuya trayectoria errática causaba estragos en cubierta.

Un mártir y un derrotado

La victoria fue rotunda: unas 450 bajas británicas frente a las 4.400 de la flota aliada. La armada británica no perdió ninguna nave y capturó 20 de la flota franco-española. Pero Nelson, héroe de la jornada, cayó en combate tras ser alcanzado por un disparo. Su muerte lo convirtió en mártir y símbolo nacional. La plaza de Trafalgar en Londres se levantó en su honor con una estatua de bronce de más de cinco metros colocada sobre una columna de granito de 46 metros de altura.

Villeneuve, por su parte, fue hecho prisionero. Obligado a asistir al funeral de su rival, fue liberado poco después bajo palabra. Regresó a Francia para dar explicaciones a Napoleón, pero el desdén del emperador terminó de quebrar su reputación. Poco después, se suicidó. "Era un hombre valiente, pero sin talento", sentenció Napoleón. Más duro fue Galdós en sus Episodios Nacionales: "¡Cuánto desastre, Santo Dios, causado por las torpezas de un solo hombre!".

La historia en un trozo de tela

Antes del combate, Nelson ordenó que todos los barcos izaran la Union Jack en el palo mayor de proa, un gesto reservado habitualmente para los puertos, para reconocerse en el fragor de la batalla, junto con el esquema negro y amarillo, el conocido como Nelson Chequer, en la pintura de los barcos. Se colocaron también banderas adicionales en varios mástiles para evitar que, si uno era alcanzado, pudiera interpretarse como una rendición.

La bandera ahora subastada fue entregada tras la batalla a James Clephan, ascendido a primer teniente por su actuación en combate. Un siglo y medio más tarde, uno de sus descendientes la encontró en un cajón. Entonces se creía que era la única superviviente del enfrentamiento, aunque posteriormente se localizaron otras dos: una se conserva en el Museo Marítimo Nacional de Londres mientras que la otra, de menor tamaño, sigue en manos privadas.

En 2009, la bandera del Spartiate ya salió a subasta, alcanzando las 396.800 libras (unos 570.000 euros de valor actualizado), muy por encima de las 15.000 estimadas. Fue entonces cuando un análisis microscópico reveló fragmentos de metralla incrustados en el tejido. Las astillas de madera coinciden con los daños sufridos por el barco en la batalla. Una reliquia de guerra convertida en símbolo: la historia de una nación encapsulada en los restos de una bandera que, como las de sus adversarios, era azul, blanca y roja.

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