Cada verano, el éxodo se repite con la precisión de un reloj suizo. Hacia el norte, el sur o cualquier playa con acceso a sombrilla y croquetas, el madrileño huye del asfalto recalentado con la esperanza de no ser detectado. Pero la misión es imposible: acento, vehículo, actitud y costumbres lo delatan en cuanto llega a su destino.

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En paralelo, como ya es tradición estival, vuelve también el runrún de la llamada madrileñofobia, ese fenómeno entre la boutade y la verdad incómoda que protagoniza conversaciones de chiringuito, memes y alguna que otra tensión en destinos saturados. Este año, el asunto ha dado para algo más que tuits: un estudio sociológico reciente –encargado por la empresa de movilidad eléctrica Zity– ha tomado el pulso a la percepción que se tiene del turista madrileño por tierras ajenas.

¿El veredicto? Más ruido que nueces. Solo un 5% de los encuestados considera "muy negativa" la llegada de madrileños a sus pueblos y playas. La mayoría, o bien lo ve con neutralidad (40%) o incluso con simpatía (30%). Y eso que los madrileños encabezan el particular pódium de los turistas peor valorados, seguidos por catalanes y andaluces. España, siempre generosa en prejuicios, también lo es consigo misma: uno de cada cuatro declara que los turistas más insufribles son los de su propia comunidad.

Ahí viene la 'plaga'

Como antídoto al prejuicio, se ha publicado una Guía del Buen Turista Madrileño, que no aspira a cambiar el mundo pero sí a rebajar tensiones con algo de autocrítica y mucho humor. El documento –disponible en digital y dentro de los coches de alquiler de la plataforma– ofrece consejos en clave de parodia para no caer en los tópicos del turista invasivo: desde el urbanita que intenta aparcar en lo alto de un monte hasta el que llega al pueblo con aspiraciones de reeducar al gallo.

El trasfondo no es baladí. Más de la mitad de los madrileños consultados dice haber sentido algún tipo de rechazo o trato diferente por su procedencia, y a un 60% le incomoda que se hable del "turismo madrileño" como si fuera una plaga estacional. Aun así, casi todos reconocen su procedencia sin problema… aunque un 15% confiesa que, en algún momento, se lo ha pensado dos veces antes de decir de dónde viene.

¿La solución? Un poco más de humor y algo menos de susceptibilidad. Y, con suerte, que este verano el madrileño se tome con filosofía ser mirado con lupa al llegar… y con alivio al marcharse.

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