Dicen que el arte nace de la creatividad que aportan las experiencias vitales, las aspiraciones y las desgracias. La mente pone el trazo y el corazón el color. Pero, ¿y si la mente es artificial y el ‘corazón’ una maraña de algoritmos? Es la esencia de la Inteligencia Artificial y ya está en los museos. Lo hace incluso con la puerta abierta por parte de algunas de las pinacotecas de referencia en el mundo. En Bilbao, el Museo Guggenheim ha convocado incluso un certamen para atraer a los mejores ‘pintores’ de la IA. Y sus propuestas no han sido pocas: 245 imágenes, ‘cuadros’ digitales.
No es la primera vez que el museo bilbaíno abre sus salas al arte generado con IA. Actualmente, en una de ellas, en la más amplia y alta, en sus paredes se proyecta una creación inmersiva y multisensorial de Refik Anadol. Millones de imágenes combinadas de modo aleatorio y capaces de generar un nuevo ‘cuadro digital’ a cada instante, para cada visitante.
Ahora, el Guggenheim ha abierto un poco más la puerta. Lo ha hecho para atraer talento, para captar nuevos creadores capaces de indicar a la tecnología que cree lo que su mente y su corazón les impulsan. Obras generadas por IA en las que se ha valorado la originalidad, el valor estético y técnico, la composición y expresión, pero también una nueva variable del arte inteligente: el prompt, la estructura de la indicación o instrucción dada a la IA por el autor para que genere la imagen, el ‘cuadro’. De entre todas ellas, tres han sido las galardonadas en esta primera edición: M4R-1, de Irune López, ‘Gigantes que sienten’, obra de Josu Baranda, y ‘Recreando el pasado con la tecnología del futuro’, de Sara Pinto.
Pedagogía pendiente
En esta nueva apuesta por la IA como fuente de creación artística, la directora del Guggenheim, Miren Arzalluz considera que es una oportunidad para “explorar nuevas herramientas tecnológicas y amplificar la creatividad más allá del mundo físico”. Bajo el título “Conexiones que inspiran: arte y tecnología para un futuro más humano”, los participantes han desarrollado un proceso de reflexión “sobre cómo la innovación en las telecomunicaciones y el arte pueden representar valores como la cercanía, la identidad local y la sostenibilidad a través de imágenes generadas por IA”, aseguran los impulsores de la iniciativa.
En total, han sido 353 los artistas ‘digitales’ que han participado del proceso, cuyas obras han sido valoradas por cinco expertos en arte y tecnología. Saber emplear la IA para crear sin imponer es un objetivo que el jurado ha buscado. Tras analizar las indicaciones o instrucciones en las que se basa cada obra presentada, han concluido que aún queda camino de convivencia por recorrer con la IA, pedagogía por hacer. El peso del cine, la fotografía y la arquitectura se ha demostrado como excesivo a la hora de ‘crear’ con la Inteligencia Artificial.
La propuesta, que ha contado con el respaldo de la Fundación Euskaltel, pretende subrayar que la inteligencia artificial “es hoy una herramienta clave para innovar, mejorar procesos y abrir nuevas formas de expresión: “En un momento en el que la IA está transformando todos los sectores, no podemos quedarnos al margen. Esta revolución nos atraviesa como sociedad y como empresas y exige que la entendamos y la usemos con responsabilidad”, según Nerea Enbeita, directora de la Fundación Euskaltel.
El precedente de Anadol
El precedente del reconocimiento de la IA como una fuente más de arte la situó hace ahora seis meses el Guggenheim en la figura de Anadol (Estambul, 1985).
Su obra, exhibida en una de sus salas principales, lleva por título ‘Arquitectura viva: Gehry’. En ella reproduce a través de miles de imágenes de alta calidad -20K- algunos de los bocetos del artista que ideó el Guggenheim, y al que conoció hace una década. También incorpora imágenes de otros muchos de sus trabajos. Junto a ellos, imágenes de arquitectura, de colores intensos, de escenas que trasladan al espectador a espacios imaginados o reales de tierra y arena, de luz y movimiento, que permiten una experiencia inmersiva y multisensorial propia de la estética nacida de la IA.
La instalación de Anadol está compuesta por seis episodios temáticos que se suceden unos a otros y que nunca se reproducen del mismo modo. Se trata de una “obra viva que no tiene un principio ni un fin”, recuerda el autor: “Nos estamos inventando una nueva realidad cada vez, esto no es una pintura ni es una escultura es una nueva realidad”.
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