Antes de su estreno ya había desatado cierta polémica: "La víctima del Holocausto Ana Frank reinventada como latina pansexual con amante no binario y familia neurodiversa en un controvertido musical neoyorquino", titulaba el Daily Mail. Era un exceso de atención para un montaje del off neoyorquino, pero Slam Frank parece haber encontrado su sitio en el centro mismo del debate cultural contemporáneo.
El musical, escrito por Andrew Fox y Joel Sinensky, ambos judíos, se representa en el Asylum NYC hasta el 16 de noviembre y parte de una premisa que suena a provocación deliberada: un grupo de teatro progresista decide montar una versión inclusiva del Diario de Ana Frank en clave de rap. La protagonista se llama Anita Franco, es latina y pansexual; su novio, Peter, es un activista no binario; su padre, neurodivergente; y su madre, una mujer negra. Todo ello al ritmo de rimas estilo al Hamilton –el musical de 2015 Lin-Manuel Miranda sobre uno de los padres de la patria estadounidense que revolucionó Broadway– y acompañado de coreografías de denuncia.

Fox asegura que la idea nació en 2022, cuando un tuit viral preguntó si Ana Frank había reconocido su "privilegio blanco". "Pensé: ¿y si alguien con esa mentalidad reescribiera el diario como un musical de hip-hop?", explicó el autor al diario israelí Haaretz. Lo que empezó como una broma mental acabó convirtiéndose en un espectáculo que ha agotado entradas y provocado una oleada de comentarios en redes: aplausos, amenazas de muerte, peticiones de censura y también colas en taquilla.
Una obra "provocadora" y "liberadora"
La crítica del New York Times Laura Collins-Hughes ha visto en Slam Frank una sátira "alegremente provocadora" que no se burla de la tragedia de los Frank, sino de los excesos del teatro contemporáneo y de la sacralización de la identidad. Una obra que "pisotea tabúes sensibles" pero apunta a algo más: el vaciamiento moral de cierto progresismo que convierte la diferencia en dogma.
La función transcurre como un musical dentro del musical, con una troupe obsesionada por la inclusividad que acaba construyendo una parodia de sí misma. Entre las canciones figuran títulos como Herstory, Safe Space o Allies, y el logo del montaje reproduce la estrella de Hamilton convertida en una Estrella de David. "A veces, cuando no puedes explicar fácilmente tu identidad significa que es mejor que las demás", proclama la nueva Ana en escena.
Fox insiste en que Slam Frank no transmite un mensaje político concreto. "Si quisiera hacerlo, escribiría un ensayo. Lo peor que puede ser una obra es aburrida", dice. Y sin embargo, su proyecto ha polarizado a la comunidad judía estadounidense: mientras que The Jewish Link lo tachó de "inapropiado en tiempos de negacionismo y antisemitismo crecientes", buena parte del público joven lo celebra como una rareza liberadora. "Nos gritan Slam Frank por la calle", cuenta el autor.
Slam Frank sigue la senda de otros musicales paródicos, como el reciente y exitoso Oh, Mary!, una fantasía humorística sobre la esposa de Abraham Lincoln. Pero llega en un momento especialmente sensible, con un aumento de denuncias de ataques contra judíos americanos y en plena campaña electoral municipal donde un musulmán, el socialista Zohran Mamdani, es el favorito entre las huestes progresistas para hacerse con la alcaldía de Nueva York pese a los críticos que le tachan de antisemita.
Mientras, el divertido musical de Andrew Fox y Joel Sinensky trata de hacer entender a los críticos más literales que lo suyo no es una relectura de Ana Frank, sino un espejo deformante: una parodia capaz de poner en evidencia los excesos del carnaval identitario a través de la mártir más simbólica del Holocausto.
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