El lenguaje, a veces, resulta sórdido, pero es nuestro medio de comunicación, nuestro pan diario; a pesar de silencios incómodos, la palabra convierte en realidad la ficción o viceversa, engaña y embauca, usurpa identidades, desdeña la cotidianidad, y pretende sobresalir por encima de la honorabilidad. 

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Dos amigos, como en los viejos tiempos, se reencuentran en su vasta cultura, en su realidad fementida, en un combate dialéctico que, en vez de venir a poner orden y clarividencia entre ellos, los hará dudar. Saldrán las sombras de sus creencias, quién es quién, la Esencia de su lenguaje, lo que deteriora, el muro de palabras que se levanta, la parodia, la intelectualidad, la filosofía, el discurso en forma dialogada, la lucidez o la confusión. Nada queda claro, es lo que creemos, lo que fabulamos, los recursos lingüísticos para engañar a los lectores, alumnos, espectadores, y para engañarse a ellos mismos. 

Ignacio García May escribe y presenta un texto cargado de ironía, de lenguaje poético también, de sentimientos contradictorios, de trampas, discurso psicológico, palabras como puñales, como dagas que penetran en el pulso de la sociedad, ávida de morbo y asuntos escabrosos.

Echanove y Climent, dos actores inconmensurables

Y lo dirige Eduardo Vasco en un sobrio montaje que se basa en eso, en la palabra, y en dos ejecutantes inconmensurables de la interpretación, Joaquín Climent y Juan Echanove, en un pulso dialéctico que es una partitura que suena con palabras, a pesar de toses, timbres de teléfono, susurros y hasta algún bostezo, por favor, penalícense, no se signifiquen de tan burda manera, y háganse preguntas, saquen de su interior la curiosidad, escuchen al personaje ausente, al enigmático escritor de La REALIDAD, con mayúsculas, aunque luego se contesten… ¡y yo qué sé!

Joaquín Climent y Juan Echanove, en sus personajes, son dos rocas permeables, no graníticas, se les ve el lado humano, presentan su historia que se resquebraja, intentando que las palabras y las ideas no caigan en el fango de las especulaciones, porque todo, al fin y al cabo, lo es. 

La realidad hace aguas, las palabras se las lleva el viento, la voz queda atravesada en la garganta, y en el ambiente está la imagen de dos sombras, esa realidad en la que no pasa nada, pero ocurre todo, en la que constatamos que desconocemos absolutamente la verdad, cómo actuar sin tibiezas, no estamos seguros de nada. 

Sí de que asistimos a una memorable doble interpretación, con un texto sobresaliente, y el aturdimiento del pensamiento, ¿qué está ocurriendo? Encerrados en un intento de perfección, o de simbolismo, a la concatenación de elementos ficticios que conllevan a una búsqueda real, a la imaginación, a la expresión que busca nuevas formas, al simulacro del triunfo, realmente, tampoco sé muy qué estoy escribiendo ahora. 

En Esencia, la conclusión es que es una gran obra de teatro. 


'Esencia', de Ignacio García May, dirigida por Eduardo Vasco. Hasta el 9 de noviembre en el Teatro Español

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