Nació en Tomelloso, en Ciudad Real, en el seno de una familia acomodada que vivía del cultivo de sus tierras. Allí sacó por primera vez el caballete de su humilde estudio para retratar la calle que le hizo olvidarse de lo que imaginaba mientras se dormía, y después pintaba. Querida Calle Santa Rita, bienvenida a la pintura al natural.

Antonio López (Ciudad Real, 1936) estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, disfrutó de becas que le permitieron viajar y vivir a caballo entre el Renacimiento de Italia y el Arte griego, y coincidió con diversos artistas como Enrique Gran, Amalia Avia, Lucio Muñoz o el pintor y literato Francisco Nieva, con los que conformó lo que sería la 'Movida Madrileña' del momento trasladada al arte del pincel; la 'Escuela madrileña'.

Antonio López con sus compañeros de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 1950. Imagen de archivo

En la Puerta del Sol quien pregunta por él escucha como respuesta un tímido pero orgulloso «es el otro Velázquez», pese a que al gran maestro del hiperrealismo no le gustan las comparaciones. Y no es casualidad la ubicación de la cuestión, porque desde allí, tocando las 19:00 de la tarde, con camisa de rayas azules, pantalones cortos, alpargatas y una gorra roja del Museum Of Fine Arts de Boston, López, como si de un 'déjà vu' se tratara, pincela el cuadro que durante años ha cobijado La Casa de Correos, la Sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Y es que hace 11 años que Antonio López se instaló en el kilómetro cero de la capital para pintar su cuadro eterno. «Una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades», decía. Y en 2010 el límite llegó, aunque no de la forma más esperada.

Los centenares de curiosos que se acercaban para ver su obra y captar cada gesto suyo, hicieron que, confeso ahora en palabras para El Independiente, el cuadro acabara por darle «mucha pereza». Ahora le pasa lo mismo, aunque con más de una década de diferencia, la pereza ha desaparecido y ya no son tantos los curiosos por su trayectoria sino por tener en sus móviles la fotografía de alguien más o menos conocido que hacer correr por las redes. «La gente pasea y se topa con 'algo' que les llama la atención. Pero no importa, me prometí seguir la pintura que empecé hace años y así lo haré. Es una fijación acabarlo».

Es la tercera o cuarta vez -no lo recuerda- que Antonio López empieza esta obra; algo le impide siempre firmar su cuadro y darlo por terminado. «Tengo todas las 'Puertas del Sol' en mi casa. Cuando empecé con este cuadro, el que ves aquí, era la tercera o cuarta vez que lo hacía. Siempre había algo que me impedía acabarlo. Esta vez solo puede impedírmelo el viento. El viento me molesta mucho para pintar, porque no hay manera de anclar el cuadro en ningún sitio. ¿La gente? A veces me dificulta ver lo que estoy pintando y tengo que pedir que se aparten. Pero no me molesta que miren, me resulta más incomodo que me hablen».

El mobiliario, la calle y las fachadas han cambiado a lo largo de estos años, haciendo desaparecer incluso el punto desde donde empezó a fijar su caballete por primera vez, entonces, con una vista que miraba hacia el Arenal. Menos él. Lo único que no ha cambiado ha sido él.

El pintor y escultor, uno de los representantes del realismo contemporáneo español, busca en cada una de sus obras plasmar la realidad que lo rodea de una forma casi fotográfica, y para ello le basta con fijarse en cualquier detalle que le haga entender el minucioso estudio que sigue a la paleta, el pincel y la espátula. Se acerca a ver el relieve de la farola número 70, mide la perspectiva como lo hacía hace diez o sesenta años -cuando empezó a pintar-, y construye esta vez hacia Canalejas y Carrera de San Jerónimo el «misterio» que le atrae de la Puerta del Sol, o de Madrid. Porque pese a reconocer en 2012 en una charla de la Fundación Juan March que Madrid no le gustaba, «no me parece una ciudad bella o hermosa», en su trayectoria ha pintado la ciudad desde infinidad de puntos de vista.  

Desde Mari en Embajadores (1962), Madrid desde el Cerro del tío Pío (1963), Terraza de Lucio (1990), El norte de Madrid visto desde 'La Maliciosa' (1964), Gran Vía (1981) y hasta 'los cabezones' Día y Noche que el Ministerio de Fomento encargó en 2002 al Antonio López escultor con motivo de las obras de remodelación que se estaban realizando en la estación de Atocha.

Todas recogen los encantos de una ciudad que entre muchas otras de sus obras, han llevado al pintor a exponer en espacios como el Museo de Bellas Artes de Boston, el Museo Reina Sofía, Thyssen-Bornemisza, el Bellas Artes de Bilbao o el MoMA de Nueva York, y a ser reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1985), Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid (2000) o Premio Velázquez de las Artes Plásticas (2006).