Cleopatra (1961) casi supone la quiebra de Twentieth Century Fox después de que el largometraje que unió a Elizabeth Taylor (27 febrero 1932 - 23 marzo 2011) y Richard Burton (10 noviembre 1925 - 5 agosto 1984) en santo affair -un escándalo que condenó hasta el Vaticano al tratarse de dos personas casadas- desarrollara gran parte de su rodaje en las colinas romanas y en las bellezas santoriales de Italia. En aquel momento, Liz ya era la actriz mejor pagada de Hollywood (sus cuotas de pantalla se cotizaban en torno al millón de dólares de la época) y su Cleopatra se convirtió en el filme más caro de la productora hasta la fecha, que invirtió unos 444 millones de la moneda americana.

Por aquel entonces, el cine dorado hollywoodiense de los años 50 estaba comenzando a desvanecer y Europa se convertía en un nuevo escenario para la creación audiovisual. Aunque las cuentas provocaron quebraderos de cabeza a sus productores, interpretar a Cleopatra cambió la vida a Liz Taylor. Hoy se cumplen diez años de su fallecimiento a causa de una insuficiencia cardíaca a los 79 años de edad.

Actriz de mirada cautivadora y fuerza descomunal, la británica contaba con una salud ciertamente frágil y con una vida privada que, como ocurre con los objetos de deseo público, se convirtió en su gran interpretación. Se decía que sus ojos azules se convertían en morados por el efecto que el tecnicolor imprimía en los largometrajes. Se casó ocho veces, dos de ellas con el que fue el amor de su vida y compañero de pantalla, Richard Burton. 

Estrella desde los 11 años, Liz fue adorada por su presencia y talento, y consumida por el deslumbrante foco de la fama que sembró a raíz de sus apariciones entre flashes desde edades tempranas. Entre sus películas más destacadas se encuentran Reflejos en un ojo dorado (1967), Ivanhoe (1952), La gata sobre el tejado de zinc (1958), la idolatrada Cleopatra o De repente, el último verano (1959).

La buena "Peregrina"

Aunque la concepción de que los diamantes son el mejor amigo de una mujer haya adquirido una connotación diversa con el paso del tiempo, regalar un set de joyas en los años 60 era una de las mayores muestras de amor de todos los tiempos. No en vano, Audrey Hepburn prefirió desayunar con ellos que con hombres. No es de extrañar, así, que Richard Burton inundara a Taylor con una de las piezas más preciadas de la corona española, la "Perla Peregrina", aquella que robó José Bonaparte y que terminó en una casa de subastas siendo comprada por el actor británico para su amada esposa.

Descubierta en aguas del Caribe por un esclavo y considerada como una de las perlas más valiosas en la historia europea, su apodo no hace referencia a las miles de personalidades por las que viajó y que la vistieron en sus cuellos, sino a la peculiaridad de su forma de lágrima o pera. Felipe II la trajo a España y desde entonces la vistieron figuras como Ana de Austria, Margarita de Austria, Isabel de Borbón o Felipe III. Era la más adorada, la más preciada y la más cotizada por sus cerca de 58,5 quilates.

Acompañada por "El Estanque", la otra joya de la corona (un diamante), ambas piezas fueron portadas por las sucesivas reinas que ocuparon el trono de los Borbones hasta que, en 1808, José Bonaparte ordenó su retirada con los monarcas ya exiliados de España. A partir de entonces, la perla viaja de París a Estados Unidos de manera sucesiva hasta que, en 1969, Richard Burton decide gastarse 37.000 dólares como obsequio para el trigesimoséptimo cumpleaños de Liz.

Se dijo de ella que no era la pieza auténtica y Casa Real intentó boicotear la compra del intermediario de Burton afirmando que la verdadera era la que Alfonso XIII había obsequiado a su mujer. Alfonso de Borbón Dampierre participó en la subasta, pero terminó cayendo en brazos del actor de Hollywood.

Cartier, Caniche y Christie's

Una joya tan preciada no podía quedarse entre cajas de terciopelo y bolsas de alto caché. Acompañando a la "Peregrina" con un collar de diamantes y rubíes de la marca francesa Cartier, la perla hizo su debut en la gran pantalla de la mano de Ana de los mil días (1969), cinta en la que Taylor participó para interpretar a una hermosa cortesana que interrumpe el rezo de la reina Catalina de Aragón. En 1977, de la mano de A Little Night Music, la "Peregrina" también apareció en escena, esta vez de forma mucho más ostentosa.

En la biografía de la actriz, My Love Affair With Jewels (traducido como Mi historia de amor con las joyas), Taylor relata, entre muchos otros episodios que aúnan su pasión por el amor y las joyas, que su canino mordió la "Peregrina" en su estancia en el casino Caesars Palace de Las Vegas. Todos los monarcas ya enterrados seguro estremecieron al conocer que un caniche estuvo a punto de tragarse una de las perlas más cotizadas de la historia. La actriz actuó lo suficientemente rápido como para retirarlo de su pequeña mandíbula sin dañar la perla.

Tras su fallecimiento en 2011, la "Peregrina" salió a subasta en el templo de las piezas de colección que es Christie's de Nueva York. La perla con forma de lágrima comenzó la puja con un precio cercano a los dos y tres millones de dólares, pero terminó vendiéndose por casi 12 (unos nueve millones de euros).

Deseada por todas y cortejada por muchas en el siglo XVIII y XIX, fue Elizabeth Taylor la última dama que consiguió llevar la preciada joya que viajó desde los profundos mares del Caribe hasta la mirada más idolatrada de la historia del cine.