"A ver si Godzilla nos hace olvidar", espeta una asistente al pase de la película. Previo a su inicio, ésta había estado hablando con el compañero que tenía sentado a su derecha sobre los mendigos que rodeaban la entrada del cine. Tras varios minutos de soliloquio entre las butacas de la sala, el discurso ha virado hacia las virtudes de la Iglesia Católica y cómo su bondad no siempre es reconocida entre la sociedad. Cuando son las diez de la mañana y un simple café es lo único que recorre tus venas, deseas con todas las fuerzas del universo que las luces se apaguen para poder disfrutar de la que, desde Estados Unidos, ha sido catalogada como la salvación del cine, un gremio en un estado vital más lánguido que el de las modelos de Balenciaga.

Todos los allí presentes pensaban lo mismo: Godzilla vs. Kong tiene todos los ingredientes para convertirse en el taquillazo del año, además de hacer olvidar al espectador de que el surrealismo ahora acontece fuera de las salas. ¿Acaso existe mejor plan que ver a dos de los grandes titanes del universo místico y cinematográfico darse golpes en la gran pantalla? Mientras que los allegados disfrutan de un vino en la afrancesada capital, Godzilla vs. Kong se convierte en el ejercicio idóneo de escapismo que la mente anhela tras un rocoso año de pandemia.

Qué pena que la asistente que quería olvidar las desgracias mundiales con el monstruo marino de la leyenda nipona haya terminado durmiéndose a los tres minutos. Quizá esa era su interpretación de extraviarse. A su favor, el Dolby Sorround de la sala, que únicamente ha permitido que sus ronquidos resonaran más alto que los gritos de King Kong cuando la intensidad de la película se reducía de manera drástica.

El filme dirigido por Adam Wingard (Tennessee, Estados Unidos, 1982), considerado como el último episodio del MonsterVerse -una franquicia cinematográfica centrada en el universo de los monstruos y conformada por cintas previas referentes a ambos protagonistas: Godzilla (2014), Kong: La Isla Calavera (2017) y Godzilla: King of the Monsters (2019)-, se convierte en el blockbuster perfecto, ese elemento que tras la pandemia parece haber quedado relegado a la extinción o a la valentía de las productoras.

Dos monstruos con un mismo destino

La premisa principal del largometraje es que solo puede haber un titán en el universo, razón de peso que termina enfrentando con asiduidad a King Kong y Godzilla en un choque moderno inspirado en la versión de 1962 de la productora japonesa Toho, fuente de la que Wingard ha bebido para crear su visión particular de cómo sería una batalla campal entre dos bicharracos cuyo objetivo es destrozar ciudades neomodernas con tal de demostrar quién es más fuerte.

Fotograma de Godzilla vs. Kong, última cinta del MonsterVerse. Warner Bros.

Habría que poner sobre la mesa la constante premisa del señoro cincuentón con millones en su bolsillo que únicamente piensa en la destrucción mundial por medio de su innovadora empresa de Inteligencia Artificial, que tiene más de artificial que de inteligente. Atención, spoiler: por todos es sabido que las grandes ideas que nacen en los despachos de dichos los magnates suelen terminar fastidiando a los mundanos (o si no que le pregunten a los de Jurassic Park... ¿un parque de dinosaurios? Excelente y brillante idea, mágnifico plan dominical para contentar a los niños).

En Godzilla vs. Kong, los ciudadanos asiáticos son los principales afectados por la ira capitalista de Walter Simmons (interpretado por el actor mexicano Demián Bichir), director de la empresa Apex Sciences que pretende replicar a Godzilla con tintes robóticos y mejorados: una versión del lagarto con botox e implantes en las nalgas. Por mucho que la gran pantalla quiera recordar que la mala baba y la mala leche abundan en la sociedad, no parece que la tendencia generalizada decrezca en la vida real. Eso sí, siempre está bien recordar a la audiencia que crear un monstruo gigante y robótico con poderes paranormales no suele salir del todo bien.

Imagen extraída de Godzilla vs. Kong. Warner Bros.

Mientras que la lucha parece estar entre el monstruo que acarició el Empire State y el que destrozó la modernidad asiática, ambos tienen un rival mayor y común: el ego del ser humano, siempre dispuesto a tejer las telas de un futuro demoledor en el que la sola y principal opinión de un ciudadano puede tener consecuencias nefastas para el resto.

La reivindicación (monstruosa) del cine

La principal excusa de la falta de afluencia en las salas de cine era que los grandes estrenos se habían evaporado casi tan rápido como la concienciación colectiva acerca del Covid. Godzilla vs. Kong ha fulminado la vagancia de dicho argumento con una velocidad pasmosa, reclamando con su despliegue de efectos especiales, luces y detallismo que el cine está hecho, precisamente, para disfrutar en la gran pantalla de universos paralelos.

Godzilla destroza los rascacielos de Hong Kong en Godzilla vs. Kong. Warner Bros.

No es el guion más inteligente del mundo, pero tampoco necesita serlo. Su punto fuerte es el conjunto de efectos especiales que la conforman, y que mandan un guiño a las cintas originales con una escena final épica en la que la ciudad de Hong Kong queda sometida a las demandas de un mono y lagarto gigantes. Uno por su fuerza, otro por su entereza y ambos entre las luces nocturnas de la ciudad.

Godzilla vs. Kong no solo es una reivindicación visual, también de género: este tipo de películas suelen recibir una categorización menor por primar el entretenimiento antes que el rico relato, pero ¿acaso no es el cine la expresión por antonomasia de la diversión? Quien pretenda buscar en ella una excusa para avivar el debate sobre lo culto y lo mainstream debería ceñirse a admitir que no hay nada más entretenido que una dinámica narración.

La premisa de la cinta es que “uno de ellos caerá”, pero la única que verdaderamente cayó fue la asistente que ni aguantó media hora despierta.