Es la inolvidable teniente Ripley de Alien, la chica encantada que flota sobre una azotea de Manhattan en Los cazafantasmas y la desdeñosa ejecutiva que sale trasquilada del triángulo amoroso y financiero con Harrison Ford y Melanie Griffith en Armas de mujer. Es la malograda conservacionista Dian Fossey en Gorilas en la niebla, la agorafóbica escritora de misterio acosada por un asesino en Copycat, la víctima de una dictadura chilena que reconoce a su torturador por la voz una noche de tormenta en La muerte y la doncella y la hilarante cazafortunas de Las seductoras... Es la estrella más alta, al menos en estatura, de su generación, pero su poderoso físico no ha logrado eclipsar la calidad interpretativa de Sigourney Weaver. Este martes, la Academia de Cine ha anunciado que la actriz norteamericana recogerá el próximo sábado en Valladolid, durante la 38ª edición de sus premios, el Goya Internacional 2024.

Tras Cate Blanchett y Juliette Binoche, Weaver recibirá el tercer Goya Internacional de la historia de los galardones. Un premio con el que se pretende reconocer a personalidades relevantes del cine mundial. En este caso por una “impresionante trayectoria plagada de películas inolvidables e inspirarnos creando personajes femeninos complejos y fuertes”, según reza el comunicado de la Academia. También por cierta vinculación con el cine español. Rodó junto a Robert de Niro y Cillian Murphy Luces rojas (2012), de Rodrigo Cortés, y estuvo nominada al Goya a Mejor Actriz de Reparto por su papel en Un monstruo viene a verme (2016), de José Antonio Bayona. Ese mismo año recibió el Premio Donostia del Festival de San Sebastián.

Una actriz más allá de Ripley

Hija de una actriz británica y de un importante ejecutivo de televisión, Weaver (Nueva York, 1949) estudió Literatura en la Universidad de Stanford y teatro en Yale. Debutó en el cine con un pequeño papel en Annie Hall (1977), de Woody Allen. Aquella sofisticada neoyorquina de metro ochenta y nombre de origen francés encajaba sin duda con la idea de su ciudad que el cineasta estaba destilando entonces en sus películas, y que resumió en un monólogo de Manhattan: "Para él, Nueva York era bellas mujeres y hombres que estaban de vuelta de todo".

Poco después llegó la película que lanzó a Weaver al estrellato: Alien, el octavo pasajero, de Ridley Scott. El personaje de la teniente Ripley, una mujer que se enfrenta a la agresiva presencia extraterrestre en la nave de cuya tripulación formará parte, hizo de ella una leyenda casi instantánea y le franqueó las puertas de la industria. Enseguida llegaron El año que vivimos peligrosamente (1982), Los cazafantasmas (1984) y la secuela de Alien, El regreso, que inició su colaboración con James Cameron –con el que recientemente ha rodado las dos entregas de Avatar– y que le valió la primera de sus tres nominaciones a los Oscar. En 1989 lo estuvo por partida doble: a Mejor Actriz por Gorilas en la niebla y a Mejor Actriz de Reparto por Armas de mujer. No ganó ninguno de los dos, pero en los Globos de Oro se llevó ambos.

Desde entonces la estatuilla dorada le ha sido esquiva, pero la presencia siempre solvente de Sigourney Weaver no necesita de avales en forma de premios. Pese a todo, volvió a estar en todas las quinielas gracias a su trabajo en películas como La tormenta de hielo (1997), de Ang Lee, donde daba vida a una sofisticada ama de casa de un área residencial de Connecticut en plena revolución sexual que le valió un BAFTA, o Mi mapa del mundo (1999), un mano a mano con Julianne Moore en la que interpretaba a una enfermera escolar de una pequeña comunidad acusada de abusos infantiles.