Robert Redford ha muerto, y de entre todas las imágenes que deja su paso por el cine hay una que vuelve una y otra vez: el mechón de pelo rubio cayendo sobre la frente, el gesto de Barbra Streisand apartándolo con delicadeza en la última escena de Tal como éramos (1973) ante el Hotel Plaza de Nueva York. Esa caricia, improvisada y luego repetida como un leitmotiv, condensa la química y las tensiones de una película que, bajo la apariencia de melodrama romántico, fue en realidad una dura batalla creativa.

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Lo que en pantalla se convirtió en una de las historias de amor más recordadas del cine norteamericano nació de un cúmulo de desencuentros: entre la productora y los guionistas, entre Streisand y el director, Sydney Pollack, entre la voluntad política de su escritor, Arthur Laurents, y la comercial de Columbia Pictures. Y, en el centro, Robert Redford, actor reacio, que dudó hasta el final en encarnar a Hubbell Gardiner, ese príncipe rubio convertido en icono.

Una pareja improbable

La idea original de The Way We Were surgió a finales de los 60. Streisand ya era una estrella gracias a Funny Girl (1968), y buscaba un proyecto que la mostrara más allá del musical. El productor de aquella película, Ray Stark, encargó a Arthur Laurents una historia para ella. Judío de Brooklyn como Streisand –a la que en 1962 había dirigido con 19 años en el musical que la descubrió, I Can Get It for You Wholesale–, Laurents era un guionista y dramaturgo con un fuerte compromiso político. Bosquejó a una mujer judía, de clase trabajadora y militante comunista, inspirada en una amiga universitaria. Así nació Katie Morosky. Frente a ella debía haber una especie de contraparte total: deportista universitario, rubio, privilegiado, sin ideología. Un auténtico WASP. Nacía Hubbell Gardiner.

Streisand lo tuvo claro desde el principio: el único actor que podía darle entidad al personaje era Robert Redford. Lo había visto con Natalie Wood en Propiedad condenada (1966), segunda película dirigida por Sydney Pollack sobre una obra de Tennessee Williams y con guion, ni más ni menos, de Francis Ford Coppola. Tras los ojos azules de Redford, la actriz y cantante percibió la complejidad que otros no siempre encontraban: la tensión entre su atractivo físico y una cierta incomodidad respecto a sí mismo. El actor, sin embargo, rechazó la oferta. Le parecía que Hubbell no era más que una pieza de atrezzo, un hombre guapo al que mirar y que no estorbara el protagonismo de Streisand. "¿Quién es este tío? ¿Qué quiere? Es plano, poco real", protestaba.

Pollack, amigo de Redford, actuó como intermediario. A instancias de la Streisand, el guion fue reescrito para dar más densidad al personaje masculino. Solo cuando consiguió arrancar nuevas escenas y mejores diálogos, un Redford en la plenitud de su carrera –venía de hacer Dos hombres y un destino y Jeremiah Johnson, y estaban al caer El golpe y El gran Gatsby– aceptó subirse al barco.

Un romance muy político

La película se rodó entre 1972 y 1973, en medio de tensiones que fueron mucho más allá de las habituales fricciones de rodaje. Streisand quería preservar el espíritu político de Laurents: el retrato de una joven comunista en los años 30, la represión del macartismo en los 40, las listas negras que arruinaron decenas de carreras en Hollywood. Pollack y el estudio, en cambio, temían que esa dimensión resultara demasiado árida para el público.

El tira y afloja entre Pollack y la diva, que ya apuntaba maneras de directora, fue constante. Streisand le llamaba por las noches para leerle fragmentos del guion original con la esperanza de rescatar diálogos cortados. Pollack, bajo la presión de Columbia, recortaba las escenas políticamente más explícitas. Y mientras, Redford permanecía en un discreto segundo plano, como si su personaje de hombre apolítico se nutriera de esa distancia.

De las muchas secuencias perdidas, Streisand recuerda en sus memorias dos decisivas. En una, Katie escuchaba a una joven estudiante defender en medio del campus de la UCLA a los profesores que se negaban a prestar el juramento de lealtad que se les exigía para demostrar su pureza anticomunista. "Los cazadores de brujas ya han empezado a incluir a nuestros profesores en listas negras y a colocar informadores en nuestras aulas y laboratorios". En la otra el espectador descubría que el apolítico Hubbell estaba en realidad dispuesto a apoyar a su esposa frente a las presiones del comité de actividades antiamericanas. Ambas daban hondura política a la historia y reforzaban el vínculo entre los protagonistas. Y ambas fueron eliminadas tras un pase previo en San Francisco, cuando Pollack y la montadora Margaret Booth subieron a la cabina y, cuchilla en mano, cercenaron varios minutos de película.

Pese a las mutilaciones, Tal como éramos fue un enorme éxito de taquilla, el segundo mayor de Columbia tras Funny Girl. Pero dejó heridas abiertas. Laurents se sintió traicionado y Streisand frustrada. Pollack justificó los cortes por la presión económica y política del estudio: "No supimos combinar amor y política", admitiría después. La artista confiesa en sus memorias que se sintió "destruida" por la mutilación de la trama política y que aquel fue el momento en que decidió dirigir sus propias películas. Ella se estrenaría diez años después con Yentl. Redford antes, en 1980, con Gente corriente, que le valdría el Oscar.

"Te dejaría dirigirme"

Más allá de los cortes, lo que sobrevivió fue la química entre Streisand y Redford. Ambos habían decidido no compartir demasiado tiempo fuera del set, para que el descubrimiento mutuo ocurriera frente a la cámara. Ella veía en él al californiano exótico, amante del esquí y de las motocicletas; él encontraba fascinante su intensidad neoyorquina, la mezcla de feminidad y combatividad.

El rodaje cronológico, respetuoso con la lógica del guion, ayudó a que esa relación se desarrollara orgánicamente. Desde el primer encuentro en el bar de El Morocco –con Redford dormido en su uniforme blanco y Streisand apartándole el mechón de la frente– hasta la despedida frente al Plaza, cada gesto reflejaba la intensidad que había ido ganando la relación. Redford explicó alguna vez que Streisand tenía la virtud de sacar a la luz la vulnerabilidad masculina, mientras que su presencia resaltaba la fuerza de ella. Esa tensión se convirtió en el corazón de la película.

No todo fue armonía. Streisand, que solía intervenir en la dirección, llegó a sugerir cómo debía entonar Redford la célebre réplica "What kind of pie?". La respuesta del actor fue confiar en ella: "Te dejaría dirigirme", le dijo. Un gesto de complicidad poco habitual en un rodaje marcado por los choques de ego.

Una historia incompleta

Cuando la película se estrenó en octubre de 1973, las críticas oscilaron entre la admiración por la pareja protagonista y la perplejidad ante un guion que parecía saltarse cosas. El implacable crítico del Chicago Sun-Times Roger Ebert escribió que la ruptura final resultaba "inexplicable e inverosímil", como si de pronto los personajes hubieran dejado de amarse sin ningún motivo. El vacío era, ni más ni menos, el resultado de aquellas escenas sacrificadas.

La escena final, el momento del flequillo: lágrimas por doquier.

Quizá por eso la Academia norteamericana no supo valorar el filme. Hubo nominaciones para Streisand y para la canción de Marvin Hamlisch titulada como la película, pero ninguna para Redford, Pollack o Laurents. Solo la música, ganadora del Oscar y convertida en clásico universal gracias a la voz crisalina de Streisand, quedó como símbolo de su éxito. Pero con el tiempo, Tal como éramos cuajó como clásico. El American Film Institute la incluyó en su lista de las diez grandes historias de amor del cine, junto a Casablanca o Lo que el viento se llevó.

Sin embargo, para quienes conocieron sus entrañas, siempre fue una película incompleta, una oportunidad cercenada por el miedo a incomodar. En 2023, coincidiendo con el 50 aniversario, Streisand logró por fin lo que llevaba medio siglo persiguiendo: restaurar las escenas eliminadas y ofrecer una versión extendida en Blu-ray y en plataformas digitales. Redford, ya retirado, apoyó la iniciativa en una conversación telefónica: "Te respaldo absolutamente", le dijo, antes de despedirse con un "Te quiero, Babs, siempre te querré". Era la confirmación de que, más allá de las tensiones, entre ellos había quedado una complicidad intacta.

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