"La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera resulta imposible comprender la segunda”. Esta frase es una de tantas que el filósofo José Ortega y Gasset dejó en referencia al mundo taurino, y que en nuestros días nos tropezamos con diversas versiones que en realidad vienen a relatar que, si realmente quieres saber lo que pasa en este país, tienes que vivir una tarde de toros. Se están celebrando los 40 años de la Constitución, y cuatro décadas después uno se pregunta cómo vivió la Fiesta la transición del franquismo a la democracia. Y cómo el color de los nuevos tiempos enterró el blanco y negro de la dictadura para sentar las bases de una nueva era taurina.

Por aquellos años, el mundo del toro respiraba también tiempos de cambio. La apoteosis cordobesista acompañada por la maravillosa generación que alternó junto a él (los Viti, Camino, Ostos, Puerta, Palomo…) había pasado. Una nueva generación tomaba el mando, pero la Fiesta ya era otra.

Política y toros

En aquel tiempo el mundo de los toros no permaneció ajeno al momento que se vivía. Por un lado toreros que entraban y salían de las ferias por un ambiente taurino politizado. En este sentido el crítico taurino Vicente Zabala se hacía eco de la polémica que surgió en la Feria de Sevilla de 1977. Paco Camino y Jaime Ostos fuera de la feria y en la calle pintadas de “fascista” o “traidor”. En esa misma feria aparecen dos espadas, Curro Camacho y Antonio Manuel Vargas a los que se les atribuye más habilidad en la política y lucha sindical que en el ruedo. Lo cierto es que ambos no estuvieron a la altura en el albero maestrante.

Más allá de filiaciones puntuales, lo que sí es cierto es que los toros, siempre sensible a causas benéficas, se utilizaron como motor para la financiación de diversas Casas del Pueblo del PCE a lo largo del territorio nacional. Sin duda, la que más vuelo alcanzó fue el festejo que se celebró en Sanlúcar de Barrameda y que sirvió para dos cosas: para financiar la Casa del Pueblo de la localidad gaditana y como homenaje al poeta y diputado comunista Rafael Alberti.

El espontáneo Antonio Olmos, Chocolate, en la Beneficencia de 1981.

El espontáneo Antonio Olmos, Chocolate, en la Beneficencia de 1981.

El autor de Marinero En Tierra siempre estuvo muy ligado al mundo taurino. Ahí está su obra. Pero quizá la anécdota menos conocida es que el poeta portuense hizo el paseíllo en el coso pontevedrés de San Roque. La efeméride ocurrió en 1927 a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías, que fue el que le dejó un terno de gusto discutible -naranja bordado en negro- que el matador se hizo después de la muerte en Talavera de su cuñado Joselito el Gallo. Meses después el diestro fue el verdadero motor del Homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla que fundó La Generación del 27.

El festejo de Sanlúcar de 1977, que el crítico del El País Joaquín Vidal bautizó con el nombre de la Corrida Comunista, contó con los espadas Limeño, Juan Montiel y José Luis Parada. Este último sin duda el más ligado a la causa. Eran otros tiempos. Sin ir más lejos, la publicación Mundo Obrero también contaba entre sus informaciones el panorama taurino.

El problema vasco asomó con virulencia en los Sanfermines de 1978. Aquel año la fiesta se mezcló con la reivindicación política y la escalada de tensión derivó en un trágico incidente en la propia plaza de toros. EL 8 de julio la Policía Armada entró en el ruedo pamplonés y Germán Rodríguez, que pertenecía a La Liga Comunista Revolucionario, caía muerto después de recibir un impacto de bala en la cabeza. El desgraciado incidente se politizó y se llevó al límite. Aquel año el ambiente fue irrespirable. Y los siguientes tampoco fueron sencillos de manejar. Únicamente la magnitud del espectáculo taurino de cada julio en Pamplona hizo que al menos se pudiera celebrar. Pero la lectura de las crónicas del momento deja claro el condicionamiento del mundo del toro ante tales circunstancias.

Transición en la Fiesta

Los 70 fue un momento de cambio en el mundo del toro. Una crítica taurina beligerante reivindicaba un trapío más exigente. La resultante de aquel clima fue la escalada en tamaño del toro, la limpieza de astas y la exigencia en la edad. En aquel caldo de cultivo sucede la ascensión de una ganadería como la de Victorino Martín, aunque luego será en los 80 cuando consolidará para el gran público lo que crítica y afición fue cocinando en la década anterior.

Paralelamente a este fenómeno, las plazas de toros pierden afluencia. El éxtasis de los 60 se desinfla, y el público en general pierde interés dejando al aficionado con todo el aforo a su disposición.
Se habla de crisis, de un espectáculo herido de muerte, en algún foro se asocia toros con franquismo y algún visionario del momento prácticamente firma el parte de defunción. Si tomamos como referente las Ferias de San Isidro de 1979 y 1980, los cronistas hablan de espectáculo deficitario, con éxitos aislados –Capea, Ruiz Miguel, la primera vuelta al ruedo de Paula en Las Ventas y la irrupción en el rejoneo del Niño Moura-. Sirva como muestra la Corrida de la Beneficencia del año 80. Uno de los festejos más relevantes de la temporada vio cómo Paquirri se despachaba la corrida en solitario ante una grada semivacía.

Curiosamente, en la Beneficencia del año siguiente, unos meses después del intento de golpe de Estado de Tejero en el Congreso, el espontáneo Antonio Olmos, Chocolate, se lanzó al ruedo de Las Ventas con una muleta homenaje a la Constitución.

En 1979 y 1980 los destinos del coso madrileño fueron dirigidos por la empresa Taurina Hispalense. Que dejó en el aficionado el halo de una gestión disparatada en lo estrictamente taurino y deficitaria en lo que a los números se refiere.

Vázquez Silva, Pepe Luis y Curro Romero 1980 Madrid

Los toreros de la Transición

Dejando a un lado el magisterio de los espadas que procedían de épocas anteriores como el El Viti, Paco Camino, Palomo Linares, una nueva generación se abre paso. Algunos de los nombres más importantes de la época son José María Manzanares, Paquirri, el Niño de la Capea, Dámaso González, Esplá, Manili, Curro Vázquez, Galloso, Parada, Ruiz Miguel,… Y aunque generacionalmente posiblemente no les corresponda esa época es imposible entender aquello sin nombres como Andrés Vázquez, Curro Romero y Rafael de Paula. Una generación a la que une varios aspectos. El primero de ellos es que sin duda no tuvo el reconocimiento en la época que otras generaciones anteriores y posteriores. No fue valorada en su justa medida. Primero, porque le tocó lidiar con un toro mucho más serio que décadas precedentes.

Después, porque fue la última generación de autodidactas. Hijos de las capeas y las carreteras. Aprendieron la profesión a base de errores en un mundo donde es el toro el que se los cobra. Y por último porque heredaron una Fiesta que anunciaba cierta decadencia y la entregaron al alza lista para disfrutar uno de los mejores tiempos de su historia.

La Escuela Taurina como símbolo de los nuevos tiempos

Un hecho diferencial de la época fue la gestación de la Escuela de Tauromaquia de Madrid. Manuel Martínez Molinero y Enrique Martín Arranz arrancaron el proyecto en 1976. En apenas unos años su aventura fue acogida por el Ayuntamiento de Madrid. Y no de un modo testimonial. En un documento que el gobierno municipal encabezado por el socialista Enrique Tierno Galván editó en 1983 llamado Madrid en Acción presumía de los logros del periodo de gobierno comprendido entre los años 79 y 83. Entre ellos destacaba el impulso a la formación taurina. Presumía de ser la única Escuela en toda España subvencionada por una entidad pública, y en aquel documento ya avisaba del posible traslado de las vetustas instalaciones de la Casa de Campo a la Venta de El Batán.

Los valores sociales, atención a la juventud, clases mixtas y apoyo al hecho cultural eran algunos de los argumentos que se esgrimía en aquel tiempo para justificar la innovadora aventura.
Aquella escuela dotó de oficio y conocimiento vital a todo el que por allí aparecía. El tiempo de las capeas y los maletillas tocaba a su fin. Los mitos de El Cordobés o Palomo Linares recogidos por el cine inmediatamente anterior se tambaleaban. La gloria de los pocos que llegaban a la cima del toreo ocultaba tragedias y fracasos. Mucho más numerosos.La escuela no vendía humo. Socialmente se encargaba de recoger a los chavales dándolos escuela, techo y oficio. En definitiva herramientas para poder discurrir por la vida. De lo estrictamente taurino a los talleres de oficios que por allí se desarrollaron.

No se trataba de poner a volar los sueños de un niño. El aula donde se impartía clases teóricas estaba presidido por frases del tipo: “Primero se aprende después se torea”.” Muchacho no te equivoques esto no es un juego”. Y posiblemente el más conocido por repetido por los alumnos que hicieron carrera: “Llegar a ser figura del toreo es casi un milagro. El que llega podrá un toro quitarle la vida, la gloria jamás”.

Como una premonición, el primero de los productos de aquella escuela, José Cubero Yiyo, perdió la vida en el coso madrileño de Colmenar Viejo cuando ya era figura del toreo y aspiraba a marcar una época. Junto a él crecieron con poca suerte Lucio Sandín y Julián Maestro, consolidando la terna que fue conocida cuando eran novilleros como Los Príncipes del Toreo.

La siguiente generación tuvo más suerte. Joselito cayó de pie desde el principio y se convirtió en una de las figuras del toreo con más partidarios de los últimos tiempos. Junto a él creció El Fundi que logró abrirse camino en la profesión a base de su poder y valor con corridas duras. Y el de menos suerte, José Luis Bote, que fue muy castigado por los toros. Torero para aficionados.
Luego llegaron otros muchos, Uceda Leal, El Madrileño, Carretero, Luis Miguel Calvo, Boni, Encabo, Cristina Sánchez y por supuesto El Juli son sólo algunos nombres que asomaron a la profesión.

Aquella escuela rompió el mito del torero que se abría paso por sí mismo. Sin recursos ni conocimientos. Su destino en manos de lo que se fuera encontrando por el camino. El abanico era variado y oscilaba entre la gran oportunidad y la estafa del truhán de turno. Sin duda, la cuota que hay que pagar cuando uno funciona a golpe de hambre y necesidad. La escuela daba techo, comida y conocimiento. El ejemplo puede funcionar como la perfecta metáfora del nuevo tiempo.