Se sabía que quedaban horas, quizá días y cuando salimos de la redacción todos pusimos el teléfono en sonido. A las pocas horas hubo que volver, Gabriel García Márquez acababa de morir en su casa de México. Un paro cardíaco, dijeron. Llevaba días en cuidados paliativos, con su mujer, sus hijos y sus nietos al pie de la cama. Murió sin darse cuenta, se fue, como dijo él en Cien años de soledad, fácilmente. Incluso para los periodistas, que ya tenían todos los textos preparados.

Este 17 de abril se cumplen 5 años de aquel día en el que a las 12.08 se apaga del todo el grande del boom latinoamericano. El escritor de cuentos, de El amor en tiempos del cólera, de Crónica de un muerte anunciada o Memoria de mis putas tristes. La última vez que se dejó ver en público fue en su 87 cumpleaños, el 6 de marzo de ese mismo 2014. Unos días más tarde, los rumores sobre su mal estado se hicieron tan fuertes que la familia decidió mandar un comunicado. "Se encuentra muy frágil y existen riesgos de complicaciones de acuerdo a su edad", dijeron, y es que a Márquez le habían tenido que ingresar por una afección pulmonar y acababa de volver a casa.

El día de su muerte, aquella muerte anunciada, no pilló a nadie por sorpresa. Ahora, media década después su nombre sigue sonando con fuerza. El Premio García Márquez de Periodismo es  un referente, sus obras, las más conocidas, reeditadas con ilustraciones, las fotografías de su vida personal llenan exposiciones e incluso su historia va a ser rodada por el danés Niels Juul. También su obra más conocida, Cien años de soledad, será llevada a la pequeña pantalla gracias a Netflix. Algo que él se negó a hacer y que no han respetado sus hijos.

Veía demasiadas tramas, demasiados personajes. Le ofrecieron contratos millonarios y por miedo a estropearla nunca accedió. Incluso su amigo Gustavo Tatis Guerra, periodista y escritor colombiano, asegura que Gabo no estaría para nada de acuerdo con que se adaptase su obra a la televisión. Era su novela cumbre, la que le había dado reconocimiento y era la que había creado, en mayor o menor medida, gracias a su mujer y a sus amigos.

Empezó a escribirla asegurándole a Mercedes Barcha, su mujer, que sería algo rápido. Un año más tarde, tenían que vender su coche e incluso algún electrodoméstico para que él siguiera escribiendo, aún le quedaban seis meses. Cuando tenía que mandar la primera versión a la Editorial Sudamericana, no les llegaba el dinero.  Enviaron una mitad y, tras empeñar otro de sus objetos, empaquetaron la segunda parte. Cuando salieron de correos, Barcha hizo su primer comentario realista: “Lo único que falta ahora es que la novela sea mala”.

Por fin, Cien años de soledad se publicó el día 5 de junio de 1967 en Buenos Aires, con una dedicatoria a Jomi García Ascot y María Luisa Elío, un matrimonio que le había ayudado durante todo ese tiempo a que su familia no pasará hambre. Mereció la pena, en tan sólo mes y medio, y ante la atónita mirada de Márquez, que antes no había vendido más de 1.000 ejemplares por libro, se agotó la primera edición: 8.000 copias que cambiaron el curso de la literatura iberoamericana y que a día de hoy son una minucia en comparación a los 30 millones de ejemplares que se han vendido en todo el mundo.

Cuentan que la fama le llegó de golpe en Buenos Aires. García Márquez entraba con Barcha en el teatro y antes de sentarse la gente del patio de butacas se levantó para darle su enhorabuena. Su obra había revolucionado el panorama y conseguiría internacionalizar lo que conocemos como el boom latinoamericano. Fue el escaparate del realismo mágico, de cómo lo insólito se cuela en lo común sin causar sospecha pero sí adicción. Él lo consideró como parte de su cultura, de la de su pueblo, Aracataca, donde había nacido.

A partir de ese momento su nombre ya no dejó de escucharse. Su infancia, los años que pasó con sus abuelos, sus estudios de Derecho, el grupo de la Barranquilla de los años 40, sus primeros artículos, sus primeras novelas... fueron analizadas con lupa. Querían saber el porqué de aquella historia, el cómo de todas ellas en una.

Luego llegaron El otoño del patriarca, en 1975, el libro de cuentos La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, dos años más tarde y en 1981, Crónica de una muerte anunciada. Sería esa década, los ochenta, en la que se haría con el Premio Nobel de Literatura (1982) y publicaría El amor en los tiempos del cólera, en el 87. Cuentan que esta última novela estaba inspirada en su historia familia. Su padre, hijo de una mujer soltera, se pasó años intentando que su madre se casará con él. La familia de ella le rechazaba constantemente, pero al final, después de multitud de poemas, de canciones, de cartas, accedieron.

Durante esos años, e incluso antes de que le llegase la fama, conoció a Fidel Castro. En los setenta ya eran íntimos amigos, el colombiano adoraba al dictador y solo tenía palabras buenas para él. Incluso cuando todos los intelectuales ya le habían dado la espalda, García Márquez seguía defendiendo la revolución cubana y a su líder. Cuando a Márquez le dieron el nobel, Fidel Castro envió a Estocolmo 1500 botellas de ron cubano.

Tras el Nobel, publicó El general en su laberinto, a finales de los ochenta. Y durante los noventa Doce cuentos peregrinos, Del amor y otros demonios y Noticia de un secuestro. En 2002, un libro de memorias, Vivir para contarla y Memoria de mis putas tristes en 2004. Se fue un 17 de abril de 2014, algunos dicen que con su cabeza llena de lagunas, otros que estaba con la mente intacta.