Al final siempre ganan los monstruos. Convertidos en rayas, abusos y cerveza fría. Ganan ellos y pierden las vidas condenadas al fracaso por la desesperación y el vacío que deja pensar en un futuro incierto, donde la esperanza es casi del mismo tamaño que el gramo de cocaína que ultiman las venas.

Y pueden ser las de ‘El Juanillo’, ‘El Liendres’, ‘La Vanesa’ o ‘El Cucaracha’, porque de todos ellos, en un desgarro de realidad, y de una forma coral y canalla, habla la novela de Juan Manuel López (Deifontes, 1981), más conocido como Juarma, Al final siempre ganan los monstruos.

Juarma reconoce que siempre le ha gustado escribir, y pese a no ser escritor, sino temporero, camarero, albañil u otras mil profesiones sinónimo de buscarse las habichuelas «en un mundo podrido de adiciones difíciles de controlar y donde escasea la empatía», ha llegado a la literatura para catapultarla con el libro -que ni siquiera iba a serlo- revelación de la temporada.

Hay mucha gente sin futuro, ni presente, y con un pasado del que mejor no hablar»

juarma

Porque no. Al final siempre ganan los monstruos, no iba a ser un libro, sino «relatos sueltos» cuyo punto de anclaje es un corazón acelerado por el consumo de drogas, el refugio ahogado de las Yamaha Dog o el ‘chunda chunda’ de la música tecno. Eso y los sueños rotos de niños que estuvieron perdidos y que, convertidos en adultos, no saben qué les depara la vida entre cerveza y cerveza, algo que afirma el autor en palabras para El Independiente, paralelamente a la ficción, «no es muy distinto a lo que estamos viviendo actualmente. Las cosas son muy complicadas y la realidad es espantosa para la inmensa mayoría de las personas. Vivimos en un mundo sin empatía, donde nadie se esfuerza por entender las cosas, donde hay gente sin el derecho a un trabajo o a un tejado en el que cobijarse. Hay mucha gente sin futuro, ni presente, y con un pasado del que mejor no hablar».

Juarma empieza y acaba su historia en el lugar que lleva en su ADN y manera de escribir, Villa de la Fuente. Allí suceden las historias que una vez fueron escritas en un club de Facebook, porque de ahí, «de lo más bajo», nace lo que ahora es el primer libro del granadino, editado por la editorial barcelonesa Blackie Books: «Empecé a subir relatos, en abierto, sin ninguna intención de nada. A la gente le empezó a gustar, contestaban, y entonces hice un perfil cerrado, un grupo de Facebook donde empecé a subir más y más. No me esperaba tal éxito. La gente empezó a darme ideas y ayudarme a tejer un hilo conductor. Al principio todo eran relatos descosidos, sin relación, y los fui puliendo».

Me conformo con un final feliz, no quiero comer perdices»

juarma

Villa de la Fuente es el pueblo donde las realidades denotan un carácter de ciudad y donde plantar marihuana puede ser la salida más fácil. Pueblo y ciudad, sí, pero sin un guiño a la España vaciada. «Quería reflejar como es mi pueblo, como son sus calles y como hablamos, pero si le dijera a alguien de éste lo de la ‘España vaciada’ te diría que hay demasiada gente, que ojalá estuviera más vacío de lo que está. El pueblo del libro está inspirado en los extrarradios de la ciudad, pero las historias de los personajes podrían ser perfectamente dadas en una de ellas. Lo que determina a cada personaje es principalmente su situación económica. Los personajes intentan manipular para dar lástima. El fondo de la historia no es solo la droga, sino también las consecuencias de ésta para los que no tienen esperanzas ni futuro. También sobre los que no quieren hacer lo que hace todo el mundo, como casarse y quedarse en el pueblo. Yo lo que he querido contar es la vida de gente que no tiene la posibilidad de salir de un sitio, que se siente atrapada, que no tiene perspectiva».

El libro, una novela canalla, pero tierna, y sin final feliz -porque no es un cuento de hadas-, presta oído y da voz a los que apenas pueden explicarse, y desde su presentación, ha logrado la venta de más de 10.000 ejemplares y la especulación de que el éxito literario de la temporada está en negociaciones para dar el salto a la pantalla y al mercado editorial estadounidense: «Llevo toda la vida viviendo de lo que puedo y muy al día. Hay épocas en las que estoy parado, y es que cuando la gente ve mi currículum se asombra, '¡pero este hombre!', deben pensar. Ahora estoy contento, pero no quiero reconocimientos, no quiero que me rían las gracias, que venga lo que tenga que venir. Yo intentaré seguir con mi trabajo y lo que me gusta hacer. Me conformo, en una paradoja con el libro, con un final feliz y tranquilo. No quiero comer perdices».