Como un tren a toda velocidad, en el que nadie sabe muy bien qué hacer. Así va el mercado inmobiliario. “¡Es la guerra! ¡Traed más madera!”, gritaba Groucho Marx en uno de sus grandes clásicos, de 1940: Los hermanos Marx en el Oeste.

Todos los pasajeros, revolucionados, van de un lado a otro. Mientras, Chico se liaba a hachazos destrozando el propio tren para poder conseguir madera con la que alimentar el fuego. Pues eso. Así va lo de comprar casa. La crisis hipotecaria y sus enormes subidas de intereses, la desaparición del “efecto COVID” con su fiebre de irse de las ciudades, y sobre todo la enorme inflación, vuelven loco al sector. Claro, por un lado suben los precios, pero por otro, esa misma subida deja menos margen al comprador. No es necesario ser un especialista en la materia para poder hacer sumas y restas, aunque el fenómeno del “cuñadismo” está más presente que nunca en las decisiones inmobiliarias.

Yo, que ando buscando casa, he recibido toda suerte de consejos. Desde el “compra ya” hasta el “espérate a la segunda mitad del año” pasando por el “no compres, alquila” que siempre está ahí. Lo dicho, el tren de los Hermanos Marx.

Lo que sí es cierto es que la fiebre de subidas anuales de dos cifras porcentuales en los alrededores de las ciudades parece que ha pasado a la Historia. La del COVID. Me cuentan agentes de la propiedad que hay bastantes personas que, terminado el experimento, han vuelto a la ciudad. Por lo visto, echan de menos bajar a la calle y que haya vida, que les traigan a casa caprichos vía Glovo, o poder tener un centro comercial a menos de diez minutos. Lo del teletrabajo ha resultado ser relativo, y vivir en un pueblo parece que no era tan romántico como aparece en las películas. El realismo al final se impone.

Rozando el abuso, los propietarios de chalés a las afueras, casi doblaron su precio, y eso arrastró a los que venden por volver a la urbe. En goteo constante, seguimos viendo bajadas. No lo dice un indicador macroeconómico. Se ve claramente en Idealista y en todas las webs, a las que lógicamente estoy suscrito. Los bandazos pueden rondar tranquilamente más del 10%.

Y en medio de todo esto aparecen cíclicamente las soluciones creativas: multipropiedad, grupos de amigos dispuestos a comprar pueblos enteros, hipotecas inversas con inmobiliarias esperando a que muera el propietario, y un largo etcétera.

Nada de esto es nuevo, que en lo de la vivienda está todo inventado. Pero es cierto que la necesidad agudiza el ingenio, y ante los precios desorbitados, surgen las soluciones lógicas. Si Groucho pedía madera, se la daremos. Las casas construidas en este material, aunque es cierto que requieren de más cuidados, han experimentado un auge casi similar al vivido en la época de “Twin Peaks”. Ya más estabilizado, pero 2020 fue su año. Por centenares se vendían en cada comunidad.

Estoy en una vivienda de madera que jamás nadie que no fuera del sector hubiera sospechado que lo es. Sentado en una silla alta, frente a mí y en medio de la isleta de la cocina, que la tiene, está César Muelas, de la constructora ABS. Su familia lleva dedicándose a fabricar casas de este tipo desde los años 90.

Durante la crisis de 2008 nos adaptamos al mercado, con los bancos vendiendo por debajo de su valor las casas de ladrillo, y vimos que el sector turístico también es muy afín a este tipo de construcción

“Mi familia vino a visitarme a Estados Unidos, que es donde yo vivía. Mi padre, que era constructor y visionario, se fijó en las casas de madera. Son muy comunes allí. Fuimos a una fábrica, pedimos permiso para ver cómo lo hacían, y al cabo de una semana estábamos firmando con ellos un acuerdo para usar España como plataforma y así empezar a vender en toda Europa. Mi tío y yo estuvimos un tiempo aprendiendo en una fábrica de Riverside con 200 mexicanos que hacían ocho casas al día”, cuenta no sin cierto orgullo mi entrevistado. “En 1993 hicimos nuestra primera casa, en el 94 hicimos 4, en el 95 ya construimos 6, y ahora ya hemos hecho más de 800. Durante la crisis de 2008 nos adaptamos al mercado, con los bancos vendiendo por debajo de su valor las casas de ladrillo, y vimos que el sector turístico también es muy afín a este tipo de construcción. Así fue como comenzamos a hacer campings, como el del Pico de la Miel en Madrid. Comíamos en la posada de Mari, y al oírnos hablar, el posadero decidió construir también alojamientos turísticos de madera”, añade. Así se contagia la idea.

Y es que se trata de un fenómeno con cierta viralidad, por aquello de que “el pasto del vecino siempre parece más verde”. Una casa de madera es en sí misma un reclamo, un anuncio en medio del paisaje, aunque en el caso de las que construye la familia Muelas, no se distingue en apariencia. De hecho, poco se puede sospechar que existen varias capas de materiales de todo tipo tras cada pared. El aislamiento acústico y térmico que se consigue me impacta al estar la casa de exposición a una buena temperatura y en silencio, a pocos metros de una carretera. Los últimos sistemas de calefacción pasiva consiguen aprovechar hasta el calor saliente de la masa de aire que contiene el espacio.

A la enorme nave industrial en la que fabrican cada una de las viviendas llega tras cita previa, una familia al completo para ver cómo va la construcción. En sí mismo, ese espacio gigantesco que recuerda al hangar donde se reparan los aviones podría ser un pueblo, con tanta casa junta dividida por calles. Cada una de las construcciones tiene bien rotulado hacia dónde va, y una serie de detalles que los trabajadores deben conocer. Una vez montada, se divide en secciones que luego se vuelven a ensamblar sobre el terreno. Un espacio que debe ser el correcto, y estar preparado con una base sólida y nivelada mediante obra, para que el conjunto se sostenga con solidez.

Lo que en vivienda tradicional son meses, en este tipo de edificación se traduce en semanas. “Los que más ralentizan las obras son los permisos”, advierte César. “No es por el material de construcción, es que hay ayuntamientos que no tienen esa gestión y la derivan, otros en los que el funcionario se jubila y no lo suplen, otros con saturación de permisos…” El proceso es el mismo que en cualquier otro tipo de vivienda, pero en la obra tradicional, al ser tantos meses, suele ir bastante a la par. Aquí todo es más rápido, menos eso. El proceso comienza con el proyecto, que se ha de hacer conforme a la norma urbanística de cada municipio, se presenta al Colegio de Arquitectos, lo visan según normativa del Ministerio de la Vivienda, y luego se lleva al municipio. En ese punto me cuenta César que cae en una especie de “agujero negro” en el que sabes cuándo entra, pero nunca cuándo va a salir la licencia de obras. Hay casos en los que se ha tardado un año o más.

Lo mismo piensa Enrique Rovira, de Haus Finland. Me acoge en un salón totalmente creado en madera vista, tradicional y cálido, frente a una chimenea, en un frío día de invierno serrano. Todo muy clásico y hogareño. Él no quiere ni hablar de la lentitud de los permisos, que son el único escollo que no controla. Lleva exactamente 30 años dedicándose al tema. “En 1993 había un finlandés que quebró, y yo tomé el testigo. En aquella época no se veían muchas casas de troncos por aquí, pero en el círculo polar son las más comunes. Aguantan bien el peso de la nieve. Incluso en caso de terremoto, tienen holgura y se han demostrado más seguras”, afirma Enrique.

Por más que uno busque clavos en la edificación de madera, no los encuentra. Los sistemas se han perfeccionado hasta conseguir encajes de piezas de forma sólida que mejoran la consistencia radicalmente. La tala de árboles puede parecer un problema ecológico, pero los proveedores han de cumplir con estándares de sostenibilidad para que el pino o el abeto finlandés no falten nunca. “Green silver” (plata verde) llaman a este tipo de árboles, que destacan por su dureza. Pero una de las incógnitas de cualquier neófito es la referente a las condiciones que deben existir para que no se deteriore la madera. “Mientras no toque el suelo, todo bien”, me resume Rovira. La humedad hace que el único requerimiento especial sea pintar por caras la casa cada 5 años. El sol de España, al ser más intenso que el nórdico, requiere algo más de cuidado, pero tampoco mucho más. Gracias a los biocidas, no se conocen incidencias por plagas de tipo termitas, como cabría esperar.

Enrique también destaca la velocidad de la construcción “tardamos unos tres meses en terminar una casa mediana, y recuerdo una vez en Colmenar de Arroyo que en quince días nos dieron el permiso”. Lo comenta como una gesta. Imagino que debe ser bastante irritante ser mucho más rápido y que lo que paralice la obra no tenga nada que ver contigo. Mientras hablamos, en el piso superior oigo un ligero carraspeo, que también es el sonido que produce la madera al caminar sobre ella. Sin decir nada, ya recibo respuesta: “eso se arregla fácil hoy en día poniendo unas capas de material, no es como antes.”

Preguntado sobre su competencia, el constructor alerta de las empresas poco fiables que, a rebufo del éxito de la moda de la madera, han surgido. “A veces declaran ruina, y no tienes a quién reclamar. Nosotros llevamos 30 años y recomendaría al que vaya a comprar una casa de madera que se asegure, viendo los datos de la empresa, que es solvente y de confianza”, advierte mi entrevistado.

Tras este periplo por el mundo del material del que están hechos los bosques, vuelvo a la selva de la compraventa online. Veo ya con otros ojos esa casa que un matrimonio compró en los 80 para ir los fines de semana a la sierra, y que ahora se vende para vivienda habitual de algún teletrabajador con dinero para reformarla. Ahí está, con su “cabeza de caza” de cervatillo sobre la chimenea. Tal cual. Todo cambia.